NUEVAMENTE LA PLUMA Y EL ESTILO DE JUAN FREGOSO, HONRAN LOS CONTENIDOS DE PUERTA NORTE, AHORA RECORDANDO UN ALEGRE PASADO QUE YA NUNCA VOLVERÁ. BIENVENIDO Y GRACIAS AMIGO
Juan Fregoso
(Primera de dos partes)
Acaponeta, Nayarit/Julio 27.- Las tradicionales Fiestas de las Mojoneras, que se celebran los días de Santiago y Santa Ana, los días 24 y 25, son tan antiquísimas que se pierden en los oscuros rincones del tiempo, su origen escapa a la memoria del hombre contemporáneo, incluso de aquellos que han tenido la fortuna de tener una longeva existencia, pues sólo conservan en su mente retazos de estas festividades que durante mucho tiempo fueron el orgullo de Acaponeta y que prácticamente ya se han extinguido.
En la búsqueda del principio de estas fiestas, es decir, cómo surgieron, cuándo surgieron, quién las creó, consultamos a algunas personas mayores (no todas citadas, pues coincidieron en todo) con el propósito de que nos dieran luz sobre este acontecimiento histórico, pero únicamente recogimos pedazos, fragmentos de estos hechos inimitables, pero memorables por su grandiosidad; incluso el propio historiador acaponetense, Néstor Chávez Gradilla, dijo no haber encontrado la génesis de las legendarias fiestas de las mojoneras, y es que su historia se remonta a casi más de un siglo, por eso resulta difícil hallar el nacimiento de estas fiestas como el de sus fundadores, se podría decir que su origen está condenado a permanecer en lo incógnito por la mano del hado que resguarda celosamente las puertas que nos permitan entrar en ese recinto sagrado del pasado, tal vez, porque hay cosas que por alguna razón desconocida son inaccesibles para el conocimiento humano.
El reto del auténtico historiador es explorar todas las fuentes posibles para llegar a su objetivo, y esta situación exige tiempo, años de trabajo minucioso como extenuante. Nosotros—y lo decimos con toda honestidad—, para este trabajo no disponemos de mucho tiempo, como tampoco del espacio suficiente para seguir escudriñando el pasado, ese pasado que se rehúsa a ser develado por causas misteriosas. Así que, nos limitaremos a plasmar algunos datos recogidos en nuestra investigación con personas mayores, serias e inteligentes, que conservan de sus antepasados algunos trozos de la historia de las mojoneras.
Don Roberto Contreras Cantabrana Ocampo, nació el 11 de julio de 1911. El hombre medita, piensa detenidamente, antes de contestar nuestras preguntas. Y recorre imaginariamente el camino andado, vuelve a transitar el camino recorrido hace 94 años, hasta llegar a situarse en sus mocedades, cuando contaba apenas con 13 años de edad. Entonces, ve con los ojos de su memoria aquellos hechos que percibió en su adolescencia, ya no está en el presente, sino en la época de su juventud. No es el Roberto de 94 años el que habla, sino el chiquillo aquel con apenas 13 años que contempla con admiración su circunstancia, su vida. Así, joven otra vez, lleno de vida, de entusiasmo, comienza su relato; desde que yo era niño estas fiestas ya existían, nos dice, auxiliado por su hijo mayor, el profesor Camilo Contreras Cantabrana, ya que don Roberto tiene problemas auditivos, pero compensados con una lucidez mental que aún le permite hilvanar sus pensamientos, aunque por supuesto, no como él quisiera. Recuerda que su padre, cuando él todavía era pequeño, lo llevaba a disfrutar de la gloria de las fiestas de las mojoneras, las cuales en su opinión tienen más de un siglo.
Situado en su mundo juvenil, explica que las fiestas eran una auténtica romería a donde acudían infinidad de personas de diferentes estados de la república, como del Rosario, Sinaloa, Villa Unión, Sinaloa, Ahuacatlán, Santiago Ixcuintla, de Plomosa Sinaloa y de Tepic. Recorre paso a paso el sendero del pasado, y suelta; la fiesta iniciaba con un desfile de carretas ataviadas con palmeras y papeles de colores, las mujeres vestían trajes típicos de faldas floreadas y blusas escotadas con grandes olanes, llevando flores en la cabeza. El imponente desfile terminaba justamente en las mojoneras, luego de transitar las principales calles del pueblo y en las mojoneras se practicaban las clásicas carreras de caballos, incluso, había carreras de burros, de gatos, se establecían tianguis en los cuales se vendía frutas como el durazno, mangos, nanches y una serie de antojitos que hacían la delicia de la gente, sobre todo el dulce conocido como “antes”, que era una especie de pastelillo hecho de harina con una banderita en el con papel de china. Cuenta que se celebraban concursos de reinas entre bellas mujeres y que en medio de dos guapinoles que entonces había, ahí se colocaba el trono para coronar a la soberana que ganaba el concurso, y agrega que había dos galerones largos de palma a donde todo mundo asistía a bailar y luego toda la gente se quedaba a tomar y cenar sus gorditas. Narra que desde 1883, de acuerdo con lo que le contaba su padre, don Roberto, dice que las fiestas de las mojoneras ya se realizaban, lo que significa que ignora con exactitud a cuantos años se remonta la fecha de su origen, por lo tanto, tampoco tiene conocimiento de quiénes las hayan fundado. Don Roberto—quizá fuera conveniente, quitarle el don, porque quien parece hablar es aquel joven de 13 años—refiere que en aquel tiempo—su tiempo, su mundo—,existía una piedra llamada “La Tepusilama”, era una piedra grandísima, la cual se encuentra donde era el arrancadero de todos los caballos que corrían parejas en ese lugar de las mojoneras, ese lugar de la “Tepusilama” está situado en donde termina la parte recta de donde corrían los caballos, si nos colocamos en el arrancadero viendo de norte a sur de la ciudad, la parte izquierda es el área de “La Tepusilama”, una piedra muy sólida como de dos metros de altura, era una bola exacta de gran altura y había unos pequeños guapinoles, que han de haber sido seguramente el retoño de los guapinoles viejos, en esos árboles se colgaron algunos malvivientes en la época del entonces Presidente de la República, Porfirio Díaz, pero también a la llegada de Las Mojoneras o donde era la meta de las carreras de caballos, había otros guapinoles y ahí se colocaban a las mujeres que eran seleccionadas como las reinas de las fiestas.
La nostalgia parece invadirlo momentáneamente, pues cuenta que actualmente las fiestas ya no son iguales; eso es imposible, subraya, porque en ese tiempo se usaba mucho el lujo del cuchillo, del machete, de la pistola y todas clase de armas, pero entonces había facilidad para que cualquiera usara un arma para que si encontraba algún sayo, que le quisiera quitar la novia o cualquier otra cosa, se agarraban a “puñetes”, y se mataban algunos. A otros los venían siguiendo desde Huajicori porque tenían problemas o rencillas con otros hombres y aquí se mataban, era imposible que las fiestas fueran pacíficas porque había problemas que terminaban regularmente en hechos de sangre. Y es que en ese entonces, había la libertad de que los hombres anduvieran armados, con las pistolas de fuera, como el “Mono” Arámbula, del ejido de La Guásima, el “Chito Pelón” de aquí de Acaponeta, Paulino Nava, entre muchos otros, que portaban armas, pero eran gentes pacíficas, llevaban sus armas pero no eran provocadores, ni eran peleoneros, eran hombres que sacaban su arma cuando verdaderamente lo ameritaba el caso y para defender su honor o para defender una causa de alguna injusticia que ellos vieran que se estaba cometiendo, actuaban como si fueran la autoridad, procedían en defensa de aquel que estaba en desventaja o incapacitado para hacer una defensa de mano limpia contra alguien que traía digamos un cuchillo, entonces para parar el pleito, para poner orden, esas gentes los protegían, claro que hubo otros que andaban armados porque eran malditos o tenían pendientes y que andaban prevenidos para la venganza y viendo a su enemigo, ahí se mataban, lo mismo con cuchillo que con armas de fuego.
Siempre recorriendo los pasillos del pasado, con la magia del pensamiento, don Roberto recuerda que en aquellos tiempos existían las Defensas Rurales, las cuales prestaron un gran servicio a la comunidad, éstas eran como se decía “un piquete de soldados”, era un grupo de hombres al que el gobierno le permitía y les proporcionaba armas para que ellos defendieran a su comunidad. Andaban por los lugares donde se realizaba alguna fiesta con el fin de prevenir hechos violentos, ellos eran la autoridad que daba seguridad a la gente.
Con la experiencia que dan los años, don Roberto Contreras considera que las fiestas de Santiago y Santa Ana, no desparecerán por completo, pero sí asegura que ya nunca serán igual, porque de ser una verbena netamente popular, ahora, al celebrarse en la comunidad de El Centenario estas se mercantilizaron, porque allá se cobra la entrada y aquí no se cobraba nada, todo era “de oquis”, se cobraba solamente lo que te comías o bebías. Aquí eran todo un éxito, allá, en El Centenario, acabaron por convertirse en un verdadero negocio, nos dice don Roberto, con un dejo de tristeza reflejado en sus ojos, esos ojos que un día tuvieron el brillo de la juventud, cuando su padre lo llevaba de la mano a presenciar aquel magno evento que hoy ha perdido su originalidad. Y todas estas remembranzas que se alojan en su mente, las dice, siempre acompañado de su esposa, doña María Cantabrana, quien sentada a un lado de él, de vez en cuando hace alguna aportación a nuestro trabajo. (Continuará)
En la búsqueda del principio de estas fiestas, es decir, cómo surgieron, cuándo surgieron, quién las creó, consultamos a algunas personas mayores (no todas citadas, pues coincidieron en todo) con el propósito de que nos dieran luz sobre este acontecimiento histórico, pero únicamente recogimos pedazos, fragmentos de estos hechos inimitables, pero memorables por su grandiosidad; incluso el propio historiador acaponetense, Néstor Chávez Gradilla, dijo no haber encontrado la génesis de las legendarias fiestas de las mojoneras, y es que su historia se remonta a casi más de un siglo, por eso resulta difícil hallar el nacimiento de estas fiestas como el de sus fundadores, se podría decir que su origen está condenado a permanecer en lo incógnito por la mano del hado que resguarda celosamente las puertas que nos permitan entrar en ese recinto sagrado del pasado, tal vez, porque hay cosas que por alguna razón desconocida son inaccesibles para el conocimiento humano.
El reto del auténtico historiador es explorar todas las fuentes posibles para llegar a su objetivo, y esta situación exige tiempo, años de trabajo minucioso como extenuante. Nosotros—y lo decimos con toda honestidad—, para este trabajo no disponemos de mucho tiempo, como tampoco del espacio suficiente para seguir escudriñando el pasado, ese pasado que se rehúsa a ser develado por causas misteriosas. Así que, nos limitaremos a plasmar algunos datos recogidos en nuestra investigación con personas mayores, serias e inteligentes, que conservan de sus antepasados algunos trozos de la historia de las mojoneras.
Don Roberto Contreras Cantabrana Ocampo, nació el 11 de julio de 1911. El hombre medita, piensa detenidamente, antes de contestar nuestras preguntas. Y recorre imaginariamente el camino andado, vuelve a transitar el camino recorrido hace 94 años, hasta llegar a situarse en sus mocedades, cuando contaba apenas con 13 años de edad. Entonces, ve con los ojos de su memoria aquellos hechos que percibió en su adolescencia, ya no está en el presente, sino en la época de su juventud. No es el Roberto de 94 años el que habla, sino el chiquillo aquel con apenas 13 años que contempla con admiración su circunstancia, su vida. Así, joven otra vez, lleno de vida, de entusiasmo, comienza su relato; desde que yo era niño estas fiestas ya existían, nos dice, auxiliado por su hijo mayor, el profesor Camilo Contreras Cantabrana, ya que don Roberto tiene problemas auditivos, pero compensados con una lucidez mental que aún le permite hilvanar sus pensamientos, aunque por supuesto, no como él quisiera. Recuerda que su padre, cuando él todavía era pequeño, lo llevaba a disfrutar de la gloria de las fiestas de las mojoneras, las cuales en su opinión tienen más de un siglo.
Situado en su mundo juvenil, explica que las fiestas eran una auténtica romería a donde acudían infinidad de personas de diferentes estados de la república, como del Rosario, Sinaloa, Villa Unión, Sinaloa, Ahuacatlán, Santiago Ixcuintla, de Plomosa Sinaloa y de Tepic. Recorre paso a paso el sendero del pasado, y suelta; la fiesta iniciaba con un desfile de carretas ataviadas con palmeras y papeles de colores, las mujeres vestían trajes típicos de faldas floreadas y blusas escotadas con grandes olanes, llevando flores en la cabeza. El imponente desfile terminaba justamente en las mojoneras, luego de transitar las principales calles del pueblo y en las mojoneras se practicaban las clásicas carreras de caballos, incluso, había carreras de burros, de gatos, se establecían tianguis en los cuales se vendía frutas como el durazno, mangos, nanches y una serie de antojitos que hacían la delicia de la gente, sobre todo el dulce conocido como “antes”, que era una especie de pastelillo hecho de harina con una banderita en el con papel de china. Cuenta que se celebraban concursos de reinas entre bellas mujeres y que en medio de dos guapinoles que entonces había, ahí se colocaba el trono para coronar a la soberana que ganaba el concurso, y agrega que había dos galerones largos de palma a donde todo mundo asistía a bailar y luego toda la gente se quedaba a tomar y cenar sus gorditas. Narra que desde 1883, de acuerdo con lo que le contaba su padre, don Roberto, dice que las fiestas de las mojoneras ya se realizaban, lo que significa que ignora con exactitud a cuantos años se remonta la fecha de su origen, por lo tanto, tampoco tiene conocimiento de quiénes las hayan fundado. Don Roberto—quizá fuera conveniente, quitarle el don, porque quien parece hablar es aquel joven de 13 años—refiere que en aquel tiempo—su tiempo, su mundo—,existía una piedra llamada “La Tepusilama”, era una piedra grandísima, la cual se encuentra donde era el arrancadero de todos los caballos que corrían parejas en ese lugar de las mojoneras, ese lugar de la “Tepusilama” está situado en donde termina la parte recta de donde corrían los caballos, si nos colocamos en el arrancadero viendo de norte a sur de la ciudad, la parte izquierda es el área de “La Tepusilama”, una piedra muy sólida como de dos metros de altura, era una bola exacta de gran altura y había unos pequeños guapinoles, que han de haber sido seguramente el retoño de los guapinoles viejos, en esos árboles se colgaron algunos malvivientes en la época del entonces Presidente de la República, Porfirio Díaz, pero también a la llegada de Las Mojoneras o donde era la meta de las carreras de caballos, había otros guapinoles y ahí se colocaban a las mujeres que eran seleccionadas como las reinas de las fiestas.
La nostalgia parece invadirlo momentáneamente, pues cuenta que actualmente las fiestas ya no son iguales; eso es imposible, subraya, porque en ese tiempo se usaba mucho el lujo del cuchillo, del machete, de la pistola y todas clase de armas, pero entonces había facilidad para que cualquiera usara un arma para que si encontraba algún sayo, que le quisiera quitar la novia o cualquier otra cosa, se agarraban a “puñetes”, y se mataban algunos. A otros los venían siguiendo desde Huajicori porque tenían problemas o rencillas con otros hombres y aquí se mataban, era imposible que las fiestas fueran pacíficas porque había problemas que terminaban regularmente en hechos de sangre. Y es que en ese entonces, había la libertad de que los hombres anduvieran armados, con las pistolas de fuera, como el “Mono” Arámbula, del ejido de La Guásima, el “Chito Pelón” de aquí de Acaponeta, Paulino Nava, entre muchos otros, que portaban armas, pero eran gentes pacíficas, llevaban sus armas pero no eran provocadores, ni eran peleoneros, eran hombres que sacaban su arma cuando verdaderamente lo ameritaba el caso y para defender su honor o para defender una causa de alguna injusticia que ellos vieran que se estaba cometiendo, actuaban como si fueran la autoridad, procedían en defensa de aquel que estaba en desventaja o incapacitado para hacer una defensa de mano limpia contra alguien que traía digamos un cuchillo, entonces para parar el pleito, para poner orden, esas gentes los protegían, claro que hubo otros que andaban armados porque eran malditos o tenían pendientes y que andaban prevenidos para la venganza y viendo a su enemigo, ahí se mataban, lo mismo con cuchillo que con armas de fuego.
Siempre recorriendo los pasillos del pasado, con la magia del pensamiento, don Roberto recuerda que en aquellos tiempos existían las Defensas Rurales, las cuales prestaron un gran servicio a la comunidad, éstas eran como se decía “un piquete de soldados”, era un grupo de hombres al que el gobierno le permitía y les proporcionaba armas para que ellos defendieran a su comunidad. Andaban por los lugares donde se realizaba alguna fiesta con el fin de prevenir hechos violentos, ellos eran la autoridad que daba seguridad a la gente.
Con la experiencia que dan los años, don Roberto Contreras considera que las fiestas de Santiago y Santa Ana, no desparecerán por completo, pero sí asegura que ya nunca serán igual, porque de ser una verbena netamente popular, ahora, al celebrarse en la comunidad de El Centenario estas se mercantilizaron, porque allá se cobra la entrada y aquí no se cobraba nada, todo era “de oquis”, se cobraba solamente lo que te comías o bebías. Aquí eran todo un éxito, allá, en El Centenario, acabaron por convertirse en un verdadero negocio, nos dice don Roberto, con un dejo de tristeza reflejado en sus ojos, esos ojos que un día tuvieron el brillo de la juventud, cuando su padre lo llevaba de la mano a presenciar aquel magno evento que hoy ha perdido su originalidad. Y todas estas remembranzas que se alojan en su mente, las dice, siempre acompañado de su esposa, doña María Cantabrana, quien sentada a un lado de él, de vez en cuando hace alguna aportación a nuestro trabajo. (Continuará)
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