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12 octubre 2010

EL CUESTIONABLE "ROL" DE LAS PRIMERAS DAMAS


Por: Juan Fregoso

La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos cuenta con 136 artículos, sin contar los transitorios, y en ninguno de sus principales preceptos se contempla la figura omnipotente de la “Primera Dama”, es decir, las esposas de los presidentes de la República. La figura de “Primera Dama” es un título no oficial, y por lo tanto, no tiene validez desde la perspectiva legal. Al parecer, el cargo tiene su origen en la fuerza de la costumbre, aunque ninguna ley contemple que la cónyuge de un gobernante tenga el derecho de asumir un cargo desde donde se toman delicadas e importantes decisiones de gobierno, que muchas de las veces lesionan la vida pública.

De acuerdo con nuestras investigaciones el título de “Primera Dama”, tiene su razón de ser en Los Estados Unidos de Norteamérica. No obstante, en una visión retrospectiva, Dolley Madison fue llamada primera dama por su esposo Zachary Taylor en los funerales de ésta. Por tanto, parece evidente que Zachary llamó así a su esposa por razones sentimentales, no políticas, como finalmente terminó por convertirse esta figura.
Todo indica que en un principio sólo la esposa del presidente de la República podía ser nombrada “Primera Dama”, sin embargo, la costumbre se extendió hasta los gobernadores de los estados y presidentes municipales. Empero, en este análisis no se trata de cuestionar el papel de la mujer en la vida política, la cual ya ha alcanzado mediante el voto popular altos cargos en este rubro; lo que aquí se discute es el origen de su ascenso al poder sin haber participado en las elecciones donde fue su esposo el que participó en busca de una posición, llámese presidente de la República, gobernador o simplemente presidente de un municipio. Esto es, lo que aquí se analiza es la legitimidad de ese cargo, que a nuestro juicio es arbitrario, por la sencilla razón de que no existe una ley que faculte a un ningún gobernante a otorgarle a su compañera el cargo a que nos referimos.
La posición de “Primera Dama” no es un cargo electivo, no tiene obligaciones oficiales, y no percibe salario alguno. Sin embargo, este punto es discutible, porque nadie a estas alturas podrá concebir la idea—al menos que se quiera pecar de ingenuo—que la esposa del presidente realice sus actividades por amor al arte, por supuesto que percibe un sueldo, aunque éste no aparezca en la nómina oficial de un Ayuntamiento, por ejemplo.

Es más, si nos circunscribimos al ámbito municipal podemos ver que la “Primera Dama” dispone de una serie de prerrogativas al margen de la ley. Tiene la facultad—qué ordenamiento legal se la dá—de nombrar a una directora, por ejemplo, del Sistema Integral para la Familia o DIF como se le conoce popularmente, así como la de designar a otros funcionarios, por lo regular familiares de ésta o de su esposo—para que la auxilien en el desempeño de su trabajo--. Incluso, muchas de estas mujeres ejercen un poder ilimitado, una gran influencia sobre sus compañeros o esposos, muchos de los cuales, por su incapacidad se ven obligados a consultarlas en asuntos de verdadera trascendencia política y social que son responsabilidad exclusiva y única del gobernante.
Desde luego, no estamos menospreciando la inteligencia del sexo bello, pues hay que reconocer que hay mujeres que son mucho más inteligentes y capaces que los hombres. Son tan inteligentes que astutamente manipulan, cual marionetas, al presidente en turno. Pero en la esfera del poder le corresponde al presidente o gobernante decidir lo que hay que hacer, ya que delegar el poder a su cónyuge no pocas veces ha resultado contraproducente, como ya se ha visto no solamente en el plano nacional, sino en el estatal y municipal. Por consiguiente, si el pueblo votó por un determinado candidato y éste ganó las elecciones, le compete a él ejercer el mando junto con sus colaboradores a quienes sí puede nombrar porque esto si lo establece la ley, pero no a su esposa, a la cual se le otorga el título de “Primera Dama”, por no decir vicepresidenta. Sería interesante que sobre este asunto se legislara, incluso que se realizaran foros de consulta tocante a este tema; ya si la ciudadanía considera que la esposa del mandatario puede tomar decisiones en torno a los asuntos públicos, bueno ya sería otra cosa, pero nosotros somos de la opinión de que este tema debe someterse a un concienzudo debate entre la sociedad y el Poder Legislativo, quienes serían, finalmente, los que resolvieran si la figura de “Primera Dama” se eleva o no rango constitucional.

04 julio 2010

NIETZSCHE, APÓSTOL DEL ATEÍSMO


Por: Juan Fregoso

Friedrich Nietzsche (o Federico Guillermo Nietzsche) nació el 15 de octubre de 1844, en Röcken, pequeña ciudad de la provincia prusiana de Sajonia, perteneciente a Alemania. Murió el 25 de agosto de 1900. Aunque Nietzsche figura en los libros de texto como filósofo, su efecto sobre el mundo fue el de un profeta terrorífico, una oráculo que, prediciendo el fin del hombre común, era un apóstol del Superhombre, el homo superior, aristocrático e implacable que había de dominar al mundo. Portento espantoso, consideró la vida con un pesimismo a la vez trágico y heroico: la tragedia para Nietzsche no sólo era la fuente de la nobleza, sino del poder, que dota al hombre de momentos heroicos en su furiosa persistencia para sobrevivir.

La familia en que se educó no sólo era una respetable familia de la clase media, sino profundamente religiosa, el ambiente menos adecuado para el futuro predicador del ateísmo y augur de la destrucción. Fue el hijo mayor de un pastor luterano: cuando nació se consideró el día más afortunado porque ese mismo día el Rey celebraba su cumpleaños, por ello, su padre hizo un discurso patriótico al bautizar a su hijo con el nombre del monarca, Federico Guillermo. En la familia de Nietzsche había otros dos hijos: uno varón, José, que murió en la infancia, y una joven de nombre Teresa-Elisabeth, quien a la postre se convertiría en la más importante biógrafa de su hermano, a quien atendió en los últimos días infortunados de la vida de éste.

Cuando Federico tenía cinco años murió su padre, como consecuencia de una caída. Ante esta circunstancia la familia se trasladó a Naumberg, donde el muchacho vivió rodeado, protegido e idolatrado por un grupo de piadosas mujeres: su madre, su abuela, su hermana y dos tías solteronas que lo adoraban. Excepto sus ojos, negros y penetrantes, su figura era la de un muchacho común y corriente, de pelo rubio, pero se deleitaba jactándose de que sus antepasados no tenían nada de gente ordinaria. Presumía de descender de los Nietskys, aristócratas polacos.

Alemania es una gran nación—decía—sólo porque su pueblo lleva mucha sangre polaca en sus venas. Tenía la preocupación de su rareza, y no sólo en su juventud, en su madurez se comparaba con aquellos polacos que, por sus firmes convicciones, habían sido víctimas de su protestantismo en un país católico. Prodigio mimado, sabía leer a los cuatro años, escribía a los cinco y tocaba a Beethoven a los seis. Antes de los diez años escribía poemas, principalmente de tipo religioso, y componía música para canto y piano. Mientras asistió a la escuela de la aldea su pose era de tal modo afectada—sus tías lo estimulaban a ello—que sus condiscípulos le apodaron “El Pequeño Pastor.”

Al cumplir los catorce años ingresó en la escuela para internos de Pforta, donde se enamoró realmente de la Filología y de la música de Wagner, que influyeron, por igual, en el joven. Los historiadores posteriores a él han simpatizado con la ironía que Nietzsche destacó en un fervoroso estudio de la religión. Después de seis años en Pforta ingresó en la Universidad de Bonn y, durante un breve período, se entregó a los placeres mundanos. Fumó y bebió con una despreocupación súbita, excesiva: se dejó un bigote diminuto y frívolo que contrastaba extrañamente con sus cejas pobladas. Se dedicó a los “affaire” (o escándalos amorosos), y parece que se enamoró, sin ser correspondido, al menos una vez.

Defendiéndolo del más ligero asomo de escándalo, su hermana lo consideraba un santo al afirmar que Federico fue durante toda su vida un ser completamente ajeno a toda pasión violenta o a los placeres vulgares; todos sus deseos se concentraban en el campo de la cultura, y su interés por todo lo demás era realmente poco. Pero a pesar de estas sentenciosas frases de Elisabeth, Nietzsche se entregó en forma irresponsable, como sus demás condiscípulos, a toda clase de diversiones. Visitó los burdeles y los bares, y una experiencia en cierta casa de prostitución pudo perfectamente haber cambiado el curso de su vida, puesto que desde el punto de vista de Nietzsche, son siempre los rebeldes, nobles, audaces y trágicamente derrotados. Los iniciadores de la vida, como Adán, y los portadores de la luz como Prometeo, incurren siempre en la ira de los dioses. Y son derrotados, encadenados a las rocas, expulsados y exiliados, porque confían en poder liberar al hombre de la oscuridad y de lo negativo.

La exaltación hecha por Nietzsche de un paganismo resurrecto, acompañada de lo que parecía ser un ataque terrible contra la religión de sus padres, provocó escozor en los círculos académicos, aterrorizó a sus amigos, y amenazó con poner fin a sus actividades como profesor. Aun cuando sus clases quedaron reducidas a unos cuantos alumnos preocupados, pero fascinados, él siguió aferrado a su obstinación, sin reservas.

A los treinta años la personalidad de Nietzsche empezó a cambiar. Habló con una convicción absoluta y con agresividad incontenible. Su apariencia se modificó igualmente. El bozo, apenas pronunciado, de sus labios se convirtió en una masa negra e hirsuta, en el bigote grueso y cerdoso de una foca. La cabellera rebelde, peinada hacia atrás, tenía la tendencia a caer sobre su frente pétrea. Los ojos ardientes bajo las cejas muy prominentes irradiaban la fuerza de una poderosa resolución, de una gran intolerancia, y eran presagio de la locura que más tarde le dominó. Entonces surgió en él—escribe Mencken—la filosofía de Federico Nietzsche, en la cual expresa un terrible hastío por todo principio de autoridad, y una firme creencia en que su propia opinión respecto a cualquier problema de que él se hubiese ocupado era tan sólida, al menos, como la opinión de cualquier otra persona. Desde entonces, el presuntuoso “Ich” empezó a llenar sus discursos y las páginas de sus libros, con frases como estas: “Yo condeno al cristianismo… Yo he dado a la Humanidad… Yo jamás he sido modesto… Yo creo… Yo digo…Yo hago…” Eran síntomas inequívocos de su incipiente demencia. Su enfermedad se agravó con su participación activa en la guerra franco prusiana de 1870. Aunque sirvió solamente unos cuantos meses en Sanidad Militar, contrajo un catarro intestinal crónico, que se le complicó con un ataque de pulmonía y con náuseas continuas, y tuvo que ser relevado del frente.

Para reanudar la enseñanza acudió a la ayuda de narcóticos y, así, se convirtió en adicto a las drogas, hábito que conservó durante el resto de su vida. Nietzsche se negó a creer que su padecimiento fuese una de las consecuencias perturbadoras de la sífilis (que contrajo durante su vida libertina), sobrevivió a un trastorno físico tras otro, y racionalizó su enfermedad considerándola como un estimulante duro, pero necesario. “Es un hecho crucial—escribió—que el espíritu creador prefiere descender sobre los enfermos que sufren.” Sin embargo, el sufrimiento aumentó a tal grado que, a pesar de todo su estoicismo, se vio obligado a retirarse de sus actividades docentes cuando no tenía más que treinta y cinco años.

Aun con todas las vicisitudes que marcaron la existencia de este gran filósofo alemán, pudo escribir y publicar sus más grandes obras cuya profundidad es innegable y que lo inmortalizarían para siempre. De entre sus obras destacan: “Pensamientos intempestivos:” “Humano, demasiado humano”, “El alba del día”, “La ciencia deleitosa”, “Así hablaba Zaratustra.” Algunos años después de la publicación de esta obra maestra mencionada en último lugar, de estilo brillante y de imágenes retorcidas, los signos de una neurastenia grave resultaron notorios, pero la indomable voluntad de Nietzsche lo llevó a escribir “Más allá del bien y del mal;” “La génesis de la moral,” “Ecce Homo,” de carácter autobiográfico. Tras su muerte, vieron la luz “El Anticristo” y “La voluntad de poder,” a la cual subtituló “Cómo filosofar con un martillo”. Finalmente, el 25 de agosto de 1900, aquella mente brillante, el hombre sabio que puso en duda, desde el punto de vista científico, la existencia de Dios, a los 56 años dejó de existir, dejándonos un legado y un cúmulo de dudas que aún perviven entre nosotros. Baste recordar una de sus agudas sentencias: ¿“Es el hombre tan sólo un error de Dios? ¿O es Dios tan sólo un error del hombre?

01 junio 2010

EL RETO DEL PERIODISTA ES HABLAR CON LA VERDAD


Juan Fregoso

Generalmente, se cree que la profesión más antigua del mundo es la que usted ya sabe. Pero no pocos historiadores y sociólogos estarían dispuestos a debatir si el espionaje es por lo menos tan antiguo, y también el periodismo. Esta última profesión justificaría su antigüedad con un simple silogismo: si lo que ocurría con las otras dos era interesante, alguien tenía que contarlo a los demás y éste fue el primer periodista. Nos dice certeramente el maestro Manuel Buendía Tellezgirón, en una de sus magistrales columnas y cuando éste era el columnista más influyente de México, tan influyente que logró trascender las fronteras gracias a su profesionalismo, a su precisión, a su objetividad, a la veracidad, a ese gran valor que tuvo para decir la verdad con su pluma valiente.
La idea de escribir este artículo—si pudiera alcanzar este género—nace ante la interrogante que nos hacemos de cuántos de los que nos decimos periodistas tenemos el valor de decir la verdad con la tinta de la pluma. Sin duda somos muy pocos, la mayoría terminamos sometiéndonos al capricho de los poderosos por unas cuantas monedas, y esto, a decir verdad, no es periodismo, si hablamos con toda honestidad.
Quien pretenda dedicarse al noble y arriesgado oficio del periodismo, tendrá que enfrentarse por lo menos a cinco dificultades para escribir la verdad. Veamos: quien pretenda combatir la mentira y la ignorancia y escribir la verdad, debe superar estos cinco problemas. 1.-Debe tener el valor de escribir la verdad, aunque en todas partes la sofoquen; 2.- la sagacidad de reconocerla, aunque en todas partes la desfiguren; 3.- el arte de hacerla manejable como arma; 4.- el juicio de elegir aquellos en cuyas manos resultará más eficaz; 5.- la astucia de difundirla entre éstos.
Tales dificultades son grandes para quienes escriben bajo el fascismo, pero existen también para los desterrados o prófugos y son válidas hasta para los que escriben en los países de la democracia burguesa. En este contexto, parece obvio que quien escribe, escriba la verdad, es decir, que no la sofoque o la calle, o no diga cosas falsas; que no se pliegue ante los poderosos ni engañe a los débiles. Molestar a los usufructuarios del poder, significa renunciar a la propiedad; renunciar al pago por el trabajo hecho, puede querer decir renunciar al trabajo y rechazar la fama entre los reyerzuelos de paso, significa a menudo rechazar toda fama. Y hacerlo requiere valor.
Los tiempos en que la opresión es grande son casi siempre tiempos en que se discurre mucho sobre cosas grandes y elevadas. Se necesita valor, en tales tiempos, para hablar de cosas pequeñas y mezquinas, como la alimentación y vivienda de los trabajadores, mientras alrededor se dice que sólo el espíritu de sacrificio cuenta. Cuando se ensalza frecuentemente a los campesinos, es valeroso hablar de máquinas y forrajes a buen precio, capaces de facilitar aquel trabajo elogiado. Cuando todos los altoparlantes vociferan que es mejor el hombre sin conocimientos ni instrucción, que el instruido, se necesita valor para preguntar: ¿mejor para quién? Cuando se habla de razas perfectas e imperfectas, es valeroso preguntarse si el hambre, la ignorancia y la guerra no producen cierta deformidad.
Mas por si esto fuera poco, se necesita valor para decir la verdad sobre nosotros mismos, porque tememos reconocer nuestros propios defectos, esa la única verdad: tenemos miedo de escribir lo que verdaderamente pensamos, lo que verdaderamente sentimos y lo que realmente le interesa a la sociedad a la cual nos debemos y a la que con harta frecuencia le mentimos a veces deliberadamente, otras por la presión de los poderosos. Al ocultar la verdad nos cosificamos y nos convertimos en comparsas de los gobernantes en turno, nos convertimos en asesinos de la conciencia social y hasta de nosotros mismos, porque nuestro deber, se supone, es informar con la mayor objetividad posible de todo lo que ocurre a nuestro alrededor, es un compromiso que debiéramos asumir todos aquellos que nos preciamos de periodistas, pero muchos—por no decir todos—sucumbimos ante la dádiva o el soborno, vergonzosamente callamos hechos que en muchos casos podrían dar un viraje a la rueda de la historia, porque esa es parte de nuestra misión: escribir para transformar con el arma de la verdad el mundo en que vivimos, dejando así un legado a las nuevas generaciones que nos vienen pisando los talones. Por tanto, el ser periodista no significa simplemente tomar una pluma y pergeñar en un papel verdades que no son verdades, porque la verdad no puede escribirse sino en una lucha férrea contra la mentira, pero lamentablemente muchos de nosotros tenemos el gran defecto de no saber la verdad, y así, no podemos erguirnos como auténticos periodistas, somos—si acaso—manipuladores de la información, distorsionardores de la verdad que nos exige el campesino, el obrero, el pescador, el profesionista, el empresario, el pueblo todo. Pero necesitamos valor para admitir que le mentimos a la gente. Entonces, ¿que somos?, ¿periodistas, o manipuladores que ocultamos la verdad para beneplácito de la casta dorada? Cuando tengamos el valor de tomar la pluma y escribir la verdad sin tapujos, por dolorosa que ésta sea, sólo entonces nos asistirá la solvencia moral para llamarnos periodistas.

11 mayo 2010

BENITO JUÁREZ, EL GRAN REFORMADOR DE MÉXICO


Juan Fregoso

Mucho se ha escrito sobre don Benito Juárez y, sin embargo, muy pocos saben quién fue este prócer de la Reforma; incluso, estudiantes de secundaria y hasta de preparatoria ignoran quién fue este prohombre; cuándo nació este ilustre patriota mexicano, cuya vida tiene muchas similitudes con la azarosa vida de Abraham Lincoln, el hombre que rompió las cadenas de la esclavitud en Estados Unidos y que fuera asesinado cobardemente por un demente fanático de la esclavitud. Posiblemente, esta pudiera ser la única diferencia, porque Juárez murió de angina de pecho, como lo registra la historia.

Benito Juárez nació el 21 de marzo de 1806, en San Pablo Guelatao, Oaxaca. Sus padres fueron don Marcelino Juárez y doña Brígida García. Difíciles fueron los primeros pasos de Juárez por la vida, tanto por causa de su condición social como por la pérdida de sus padres y sus abuelos; su tío Bernardino se hizo cargo de su crianza y aun algo de su primera educación, tratando de enseñarle los rudimentos de la lectura. Lentos tenían que ser sus progresos en este camino, porque tenía que ayudar a su tío como pastor de un rebaño de ovejas, y así sólo la naturaleza, con su docencia inconsciente, podía enseñarle algo, y en efecto le enseñó un profundo amor a la vida sencilla, a la moderación de costumbres y también la situación de sus hermanos aborígenes. Su sentido musical lo condujo al uso de la flauta vernácula, hecha de carrizo, y con este instrumento distraía sus horas de soledad. Un día desapareció una de las ovejas de su rebaño, y ante el temor del castigo se fugó hacia Oaxaca en busca de su hermana Josefa, que servía como cocinera en la casa del italiano don Antonio Maza.

En Oaxaca, el pequeño Benito recibió el apoyo material y moral del señor Maza, patrón de su hermana, y gracias a él entró de ayudante de don Antonio Salanueva, un viejo franciscano que se ganaba la vida como encuadernador. Con él aprendió español e hizo progresos en la lectura, por supuesto que eran libros religiosos los que constituían la biblioteca de don Antonio Salanueva, entre ellos una “Vida de santos” cautivó al niño indígena, que ya desde antes había revelado su inquietud intelectual escuchando a la puerta de la escuela las lecciones que el maestro daba a sus alumnos. Salanueva fue su padrino de confirmación, y en cumplimiento de las obligaciones que le imponía su parentesco espiritual, ayudó al pequeño en su educación.

Ingresó a la escuela de José Domingo González, en donde aprendió a escribir. Era todavía el tiempo en que se usaba un viejo método que consistía en recitar una letanía para aprender el abecedario: Jesús y cruz, y lo que sigue es A; Jesús y cruz, y lo que sigue es B. Terminado el aprendizaje elemental, su padrino lo inscribió en el Seminario de Oaxaca. Para proveerlo de ropa, el franciscano se deshizo de sus sotanas viejas para que María Josefa las convirtiera en pantalones, y don Antonio Maza se desprendió también de sus camisas en desuso para que las llevara el seminarista.

La casa del señor Maza era la de Juárez, o por lo menos parte de ella, la cocina, en donde se albergaba en las horas y días feriados para conversar con su hermana. Una de las hijas de Maza, Margarita, tenía bondadosos ojos para el hermano de su sirvienta, de manera que Benito no se sentía humillado en aquel hogar. La señorita Maza sería, al correr de los años, la esposa del hijo, ya entonces ilustre, de San Pablo Guelatao.

En el Seminario, Juárez reveló plenamente su talento, mereciendo la calificación de excelente en Filosofía. Allí empezó el estudio de Teología, por complacer a su padrino, que estaba empeñado en consagrarlo al sacerdocio. A Juárez le repugnaba la carrera eclesiástica y obtuvo el permiso de aquél para estudiar la de Artes en vez de Teología Moral, que era el curso subsiguiente. En 1828, el Gobierno de México estableció en Oaxaca el Instituto de Ciencias y Artes, que daba acceso a todos los jóvenes sin distinción de clases ni de fortuna. Juárez ingresó en el contra la voluntad del buen franciscano, su protector. Como institución liberal que era, el Instituto de Ciencias y Artes fue objeto de acres y hasta calumniosas acusaciones de parte del elemento reaccionario de Oaxaca. Le llamaban casa de prostitución, hogar de herejes y libertinos. Allí Juárez encontró el ambiente adecuado a sus aspiraciones de cultura; profesores ilustrados le comunicaban su ciencia, en la carrera de abogado a que se preparaba. Dos autores influyeron en su formación política: Benjamín Constant y S.G. Rocio; pero quien más influyó fue Plutarco con sus inmortales “Vidas Paralelas”. Memorable fue el acto público que sustentó en 1829, defendiendo como tesis la “Independencia de los Poderes y la Opinión Pública como reguladoras”. Este acto público le dio notoriedad, que afirmó otro sustentado al año siguiente sobre “La elección directa”. Por entonces fue nombrado profesor auxiliar de Física. En el Instituto tuvo como compañero al joven Porfirio Díaz, que más tarde se distinguió como general de la Reforma y que, elevado a la Presidencia de la República, ejerció la dictadura durante treinta años.

En 1834, Juárez obtiene el título de abogado, y en 1847 se postula como candidato a la gubernatura, la cual gana y desempeña hasta 1852. Estos son los años en que el Patricio asciende de figura local a figura nacional: construye caminos, levanta escuelas primarias, abre escuelas normales, funda hospitales, ordena una estadística y un plano de la ciudad capital; maneja escrupulosamente los dineros del pueblo, como pobreza y no como riqueza que son; reduce a sentencias, aforismos, apotegmas, su pensamiento liberal: Libre, y para mí sagrado, el derecho de pensar…La instrucción es el fundamento de la felicidad social, es el principio en que descansan la libertad y el engrandecimiento de los pueblos. El 19 de junio de 1867, Juárez mandó fusilar a Maximiliano de Habsburgo, nombrado Emperador por los conservadores; lanza entonces el apotegma que lo inmortalizaría, que lo convertiría de héroe nacional en héroe de la humanidad: Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz. Extraordinaria, en verdad, es la vida de Benito Juárez, quien ocupó diversos cargos de representación popular hasta llegar a la Presidencia de la República, la cual desempeñó contra los avatares de su tiempo.

Al principio de este trabajo, dijimos que su vida sólo es comparable con la del presidente de Estados Unidos, Abraham Lincoln, por quien el oaxaqueño sentía una profunda admiración, y quien también se encontraba enfrascado en otra guerra libertaria, mientras que Juárez libraba la suya, por esta razón, Lincoln se vio imposibilitado de acudir en ayuda de las fuerzas patriotas mexicanas, sin embargo, ambos presidentes siempre tuvieron una aspiración común: la defensa de los derechos humanos. Este fue quizá el rasgo más sobresaliente que identificó a estos dos grandes hombres, su acendrado amor por los más débiles. Qué lástima que ya no haya hombres de la talla de un Benito Juárez y de un Abraham Lincoln, pues ahora ya no hay patriotas, sino patrioteros, o mejor aún, vende patrias.w

03 mayo 2010

MAQUIAVELO, PADRE DE LA CIENCIA POLÍTICA


Juan Fregoso

Si hay un nombre tan polémico aún en pleno siglo XXI, este es, indudablemente, el de Nicolás Maquiavelo, para muchos un gran estratega político. Para otros, un hombre perverso, inmoral, marrullero, pero pocos reparan en la profundidad de su pensamiento que quedó plasmado en su obra cumbre: "El Príncipe", considerado como el libro de cabecera de los políticos de ayer y de los de ahora, que encuentran en esta obra una especie de arma para vencer a sus adversarios políticos. Maquiavelo es amado por unos y odiado por otros, satanizado hasta el exceso, tal y como lo describió en breves líneas el Cardenal Pole en 1534: “Las obras de Maquiavelo -escribió el Cardenal- están escritas con el dedo del diablo”. Como quiera que haya sido, Nicolás Maquiavelo, bueno o malo, logró trascender hasta nuestros tiempos, tanto que la agudeza de su pensamiento sigue rigiendo la vida política de todos los países, lo admitamos o no.
A Nicolás Maquiavelo le han endosado adjetivos muchos peores que el de marrullero. A partir de su fallecimiento, ocurrido hace más de cuatro siglos y medio, las normas de gobierno fijadas por este escritor y estadista italiano se han considerado con frecuencia como un manual para la agresión y la dictadura. Thomas Jeffersson tenía el nombre de Maquiavelo como sinónimo de astucia vil, malvada y cobarde. Tan conturbado quedó Federico “El Grande” de Prusia por los escritos de Maquiavelo que escribió un libro refutándolos. Durante mucho tiempo, los ingleses creyeron que el nombre de pila de Maquiavelo, Niccolò, o Nicolás, había dado origen al nombre de “Old Nick” con el que designan al diablo.
Tan ingrata reputación se debe más que nada a la obra más conocida de Maquiavelo: "El Príncipe", un pequeño volumen que se publicó por primera vez a los cinco años de la muerte de su autor y que desde entonces se ha traducido prácticamente a todos los idiomas conocidos. De él entresacamos estos pasajes, típicamente “maquiavélicos”: “Hay dos métodos de combatir: el uno por medio de la ley; el otro, por la fuerza. El primero es propio del hombre; el segundo, de las bestias. Mas como el primero de estos métodos resulta a menudo insuficiente, tenemos que recurrir al segundo”. O bien: “El gobernante discreto debe abstenerse de cumplir lo prometido, si cumplirlo va contra sus propios intereses”.
Pero, ¿justifican esos preceptos, considerados independientemente de su contexto, que se tenga al autor por hombre completamente cínico? Al pasar revista a su dramática existencia y a su copiosa obra literaria, los historiadores modernos ya no tratan de denigrar ni de exaltar a Maquiavelo. Lo consideran como uno de los personajes más relevantes de su época, el primero que analizó las reglas del moderno arte de gobernar y que describió con brillantez la política de las potencias, tal como se practica en la actualidad, con ligeros cambios.
La pasión que movía a Maquiavelo era una absoluta entrega a su patria, a la que “amaba más que a su propia alma”. Y debemos considerar su genio contra el sombrío fondo de su “Italia”, que entonces era apenas una mezcolanza de estados que reñían entre sí y cuyas mezquinas envidias habían hecho de la hermosa península el campo de juego de las grandes naciones: Francia, España y Alemania.
La ciudad de Florencia, por los días en que en ella vio la luz Nicolás Maquiavelo, en 1469, era un Estado independiente gobernado por la acaudalada familia de los Médicis con poder absoluto. Florencia arrojó de su seno a los Médicis cuando Maquiavelo tenía 25 años de edad, y cuatro años más tarde las autoridades de lo que se había convertido en república soberana lo designaron Segundo Canciller. Atravesando con animación los dorados corredores del Palazzo Vecchio de la ilustre ciudad y discutiendo los más graves problemas con los regidores de la población, debidamente elegidos, no tardó Maquiavelo en darse a conocer como pensador sin trabas, cuya aguda inteligencia era capaz de penetrar hasta el fondo del asunto más complejo.
Las cuestiones sometidas a la consideración de Maquiavelo comprendían lo mismo la política exterior que la interior. Por tanto, este burócrata, mal pagado, aparecía muchas veces a caballo, galopando a través de ardorosas llanuras y por los ásperos y nevados Apeninos, en cumplimiento de alguna misión diplomática. Falto de fortuna y de relaciones familiares, no podría aspirar jamás al cargo de “embajador”. No obstante, la República de Florencia a menudo se jugaba su suerte siguiendo consejos de Maquiavelo. No sin orgullo, él se hacía llamar “Niccolò Macchiavelo, Secretario de Florencia”.
Una de sus primeras comisiones lo llevó ante el rey Luis XII de Francia, que, como aliado de la República, había enviado a los florentinos un ejército de mercenarios, el cual se había amotinado y ahora quería que le pagaran los servicios que no llegó a prestar. La más memorable de las misiones cumplidas por el secretario de Florencia fue la que desempeñó durante un invierno pasado en compañía del duque César Borgia, el sanguinario y rijoso aventurero que entonces se dedicaba activamente a hacerse de un Estado en la Italia central y que más tarde parece haber servido de “modelo” al florentino para "El Príncipe". Hijo ilegítimo del papa Alejandro VI, el joven César entró en acción cerca de Florencia. Y como la República deseaba conocer sus intenciones, Maquiavelo se apresuró a dirigirse al campamento de César Borgia. Lo único que Florencia quería, le explicó Maquiavelo, era mantener una estricta neutralidad.
El Duque, sin embargo, buscaba celebrar una “alianza”, o a falta de ésta, obtener una buena cantidad de oro. En el curso de prolongado y tenso combate de ingenios que se suscitó, y mientras Maquiavelo seguía a César Borgia de una a otra de las poblaciones que el Duque iba tomando, los dos hombres, de carácter tan opuesto, se cobraron mutua simpatía. El Duque gustaba del ingenio desplegado por su visitante, y Maquiavelo, a su vez, se sentía fascinado por los grandes planes de su anfitrión y los métodos que empleaba para consolidar sus dominios. Con el tiempo los planes de Maquiavelo tuvieron éxito: Florencia no llegó nunca a pagar la cantidad exigida por César Borgia, y antes de que el Duque pudiera atacar a la República, murió su padre, el Papa, y así el malhabido imperio del joven César se vino a tierra.
Maquiavelo cumplió en total unas treinta misiones diplomáticas de gran importancia y muchas otras de menor envergadura. Estuvo en Francia en cuatro ocasiones: recorrió Suiza y el Tirol; incluso visitó Mónaco para celebrar negociaciones con el príncipe reinante. Iba y venía con tanta celeridad que a veces sus superiores se limitaban a dirigirle las cartas que le enviaban “a donde demonios se encuentre”.
Las instrucciones que le daban eran estudiadamente vagas. “Contentaos con observar lo que ocurra e informadnos a menudo”, o bien: “Además de hacernos relación de los hechos, dadnos vuestra opinión”. Su natural curiosidad hacía de Maquiavelo el espía ideal, y por lo general, los juicios que formulaba resultaban extraordinariamente acertados. En el desempeño de una comisión, era todo ojos y oídos. Por ejemplo, no vacilaba en pararse a la vera de un camino para contar las mulas de carga de algún ejército enemigo. Y era capaz de abordar a cualquier personaje. Cuando Nicolás Maquiavelo contaba con 44 años, su situación dio un cambio inesperado. El Nuevo papa Julio II, apoyado por sus aliados los españoles, amenazó con atacar a la República a menos que se permitiera regresar del exilio a sus amigos los Médicis. Los florentinos, duramente acosados, accedieron a ello, y los Médicis ejercieron nuevamente el poder absoluto que el pueblo les había arrebatado dieciocho años atrás. Los más ardientes republicanos, Maquiavelo entre ellos, fueron eliminados de la administración pública. Se arrestó a gran número de ciudadanos, acusados de conspirar contra la familia reinante. Al mismo tiempo a Maquiavelo lo encerraron en una mazmorra; le dieron tormento en el potro y lo mantuvieron prisionero durante tres semanas. Por fin, en marzo de 1513, como resultado de una amnistía, se vaciaron las cárceles, y Maquiavelo quedó otra vez en libertad. Pero, falto de ocupación, se desesperaba. “La fortuna ha dispuesto que, no sabiendo nada de fabricación de la seda ni del negocio de lanas, como tampoco de ganancias o pérdidas”, escribía, “deba yo hablar de política, y, a menos que haga voto de silencio, hablaré de ella”.
Contando con una herencia, Maquiavelo se estableció con su familia en una casita de piedra (que aún se conserva, como propiedad de los descendientes del florentino) situada en la vieja hacienda de la familia Macchiavelli, a unos once kilómetros al sur de Florencia. Fue allí donde escribió "El Príncipe". Concibió este libro como una especie de manual para quienes por primera vez accedieran al poder, a la vez que como una llamada a los Médicis para que arrojaran de Italia a los extranjeros y así crear, por la fuerza, si era necesario, una nación italiana: “Esta bárbara dominación extranjera ofende las narices de todo el mundo. Por tanto, ojalá pudiera vuestra ilustre casa asumir esta tarea con el valor y las esperanzas que inspira toda causa justa, de modo que bajo su estandarte se pueda edificar nuestra patria”, escribió. La posteridad ha pesado las virtudes y los defectos del genio de Maquiavelo, y ha dictaminado a su favor. El Príncipe continúa siendo lectura obligada tanto para los señores como para los lacayos de toda entidad política. El “pecado” de Maquiavelo consistió en haber precisado las viejas reglas del juego de la política en términos prácticos. Si la franqueza del escritor ha escandalizado a muchos de sus lectores, otros lo han aclamado como Padre de las Ciencias Políticas y como el primer patriota que tuvo Italia. Los florentinos, al otorgar a su Secretario un sepulcro de mármol en la iglesia de la Santa Cruz, al lado de los ilustres hijos de Florencia, inscribieron en el la siguiente leyenda: “A nombre tan ilustre no hay elogio que pueda igualarse”.

17 febrero 2010

LA VIDA CONTRASTANTE DE PATRICIO VALDEMAR: PRIMERA PARTE


Por: Juan Fregoso

Patricio Valdemar era un joven de apenas 17 años, apuesto, de rostro afilado, sus ojos pequeños, color negro, rasgados como de chino, parecían traspasar a sus amigos que eran muchos. Usaba, tal y como se estilaba en los ochenta, el pelo largo que le caía más allá de los hombros, al grado de que en no pocas ocasiones lo confundían con mujer, sobre todo cuando lo miraban de espaldas. Esta apariencia frecuentemente era motivo de altercados entre conocidos y desconocidos, pero él, inteligentemente, evitaba salir de pleito con aquellos que le gastaban alguna broma relacionada con su cuerpo extremadamente espigado, pues, su cintura parecía la de una mujer o “morra”, como se acostumbraba en aquel tiempo llamarle a las chicas; en contraste, su torso era ancho y sus brazos y piernas fuertes, producto de los ejercicios que practicaba diariamente, ya que era aficionado al físico culturismo y al karate, deporte que, sin duda alguna, exige una profunda disciplina que le ayudó a forjarse un carácter recio y un espíritu fuerte, como de roble. Esto él lo sabía, se conocía a la perfección y por eso esquivaba pelearse con sus amigos o con cualquier otro; estaba preparado para el combate y sabía que a sus retadores, que eran muchos, los pondría fuera de combate en un santiamén, pero tenía muy presentes los consejos de sus maestros: el karate no es para echar camorra, a menos que sea estrictamente necesario, solamente cuando tu vida esté en riesgo puedes hace uso de tus conocimientos. Y él acataba fielmente ese código de honor que le enseñaron sus maestros.
En los ochenta no se hablaba más que de cerveza y carrujos de mota, se podría decir que el cuerpo social de los ochenta estaba completamente sano, en comparación con el que hoy vemos; un cuerpo enfermo, lleno de llagas, completamente gangrenado por una pandemia que poco a poco ha ido desgarrando el tejido social, esa epidemia en la actualidad tiene un nombre muy familiar: narcotráfico, término que en los ochenta se confundía con el de contrabando, ya que en estricto sentido son conceptos muy diferentes. Pero bueno, Patricio no tenía ningún vicio. Su vida se limitaba al ejercicio únicamente. Su madre, doña María —viuda de don Artemio Valderrama— se sentía orgullosa de su hijo, porque en ese tiempo la mayoría de jóvenes estaban entregados más que a la cerveza a la “mota”; Patricio —o “Pato”— como le decía de cariño cuando este era pequeño—, era lo contrario de aquella juventud perdida en los paraísos artificiales. Su mejor amigo era Ulises, dos años menor que él, pero tampoco tenía vicios, Ulises era un muchacho exageradamente estudioso, tanto que se ganó el apodo de “El Sabio”, marbete que le endilgaron sus compañeros y amigos porque no hacía ronda con ellos; se identificaba mucho con Patricio, con quien tenía muchos rasgos en común, pues también le encantaba el karate —aunque no lo practicó de la misma manera que su amigo, se entrenaba más bien en el físico culturismo—, aunque su amor por el estudio no le permitía dedicarse al cien por ciento a sus deportes preferidos —los mismos de Patricio—siempre que podían se reunían a platicar, a escuchar la música de moda o de las aventuras corridas con alguna chica, en realidad eran cosas propias de su edad. ¡Nada de vicio!
Los dos eran del mismo pueblo, de San Lorenzo, una pequeña ciudad ubicada a escasa distancia del mar, a donde acostumbraban ir con frecuencia a “echarse un taco de ojo”, viendo a las chicas chapotear en minúsculas tangas en aquel gigantesco espejo azul. Nunca tomaban bebidas alcohólicas, mucho menos otro tipo de sustancias tóxicas; su debilidad eran las mujeres, que curiosamente hasta en eso coincidían, pues la misma “morra” que le gustaba a uno le gustaba al otro. Mas nunca salieron de pleito por esta razón, siempre se ponían de acuerdo: Órale, pues, te la dejo…pero la próxima, es mía, le decía Patricio a Ulises, que siempre soltaba una sonora carcajada; pues qué culpa tengo yo de estar más “carita” que tú, le decía en son de broma, mientras que Patricio tomaba la guasa como lo más natural del mundo: estimaba mucho a su amigo y no por unas faldas iba a perder ese tesoro que es la amistad. Por algunos años compartieron este y otro tipo de experiencias; jamás tuvieron una desavenencia, porque su amistad era realmente diamantina, como las rocas del mar que resisten el fuerte golpeteo del oleaje. Nada, ni nadie, rompieron ese lazo fraternal que los unió durante mucho tiempo en que se divirtieron a lo grande, de una manera sana.

Sólo el destino los separó inexorablemente. Ulises tuvo que irse a seguir sus estudios a la capital del estado, pues sus padres querían que su hijo tuviera una profesión que le permitiera abrirse paso en la vida y él respetó la decisión de sus progenitores; además, también él lo anhelaba —pese a que le dolía separase de su gran amigo— porque le gustaba mucho el estudio y quería ser un hombre preparado y ser útil a la sociedad. Se despidieron con gran pesar en la central camionera; se abrazaron fuertemente como queriendo fundirse en un solo ser; no pudieron contener derramar unas gotas de agua salada —como el agua del océano—que resbalaron por sus juveniles mejillas, que casi con coraje se limpiaron con fuerza para que la concurrencia no se diera cuenta. Luego, hubo un pesado silencio entre los amigos, como si ambos se hubiesen quedado mudos. Fue Patricio quien rompió el mutismo: ¡Carajo, con una ching…! ya súbete al camión que va a dejarte, —apremió a su amigo contra su propia voluntad— y en efecto, el autobús ya estaba caminando. Ulises corrió y le dio alcance y ascendió a el. Se sentó en el asiento asignado y no pudo resistir la tentación de echar un vistazo por la ventanilla; sacó la mano y la movió como si fuera abanico en señal de despedida; no pudo evitar que se le hiciera un nudo en la garganta, al sentir que el camión se alejaba, en tanto que Patricio, parado en la banqueta de la vieja central, siguió su trayectoria hasta que ese pesado armatoste rodante se perdió de vista…y con él su amigo, su hermano. ¿Cuándo lo volvería a ver? ¡Sólo Dios lo sabía!

Pasaron más de cinco años en que ninguno supo nada del otro, pues aunque Ulises le mandó algunas cartas, Patricio nunca se las contestó. Pasó el tiempo y un día, inesperadamente, Ulises regresó a su pueblo, a su casa, y tan luego desempacó, lo primero que hizo fue buscar a su amigo; no lo encontró. Y tanto sus padres, como doña Maria, le dijeron que no sabían nada de él…que por un tiempo continuó asistiendo a sus clases de karate, pero que de pronto desapareció y ya no regresó. ¿Se robaría a alguna morra?, a lo mejor ya se casó y teme regresar por la ira de sus padres, quiero decir de sus “suegros”, dijo Ulises, tratando de explicarse la ausencia de su amigo. Con las ganas que tengo de verlo, le traje ropa y un par de tenis, de esos que a él le gustan mucho —miren, aquí están—, exclamó. Doña María —que parecía más vieja de lo que era— le dijo mucho más al muchacho; mi hijo desapareció como a los seis meses que tú te fuiste, y desde entonces no sé nada de él, como comprenderás estoy muy preocupada, no sé dónde esté, a lo mejor le pasó algo malo…la verdad ya no sé qué pensar, dijo con los ojos llorosos. Cálmese, tranquila, le dijo Ulises, en tono conciliador, tratando de consolarla; le dolía hasta el alma ver el sufrimiento reflejado en el semblante de la madre de su amigo. Entonces, le dijo; yo me encargaré de dar con él, tengamos fe, lo voy a encontrar, no sé cómo, pero lo encontraré, expresó con determinación.
Ulises se dio a la tarea de preguntar a sus demás amigos, a los padres de estos, incluso fue al gimnasio donde Patricio realizaba sus ejercicios, pero nadie le supo dar razón. ¿Dónde estaría? ¿A dónde se iría? Ni modo que se lo haya tragado la tierra, pensó. ¿Qué le pudo haber pasado para irse, nomás así, sin decirle nada a su madre? Esas y muchas más interrogantes martilleaban su cerebro; no quería ni siquiera imaginarse que a su amigo le hubiera ocurrido algo malo, algún accidente. ¡Ni Dios lo quiera, caviló!
Como el amigo de verdad que era, Ulises no claudicó en su empeño por dar con el paradero de su amigo. Un día, sin proponérselo, abordó un camión cuyo letrero decía: “San Antonio”. No estaba lejos de San Lorenzo, cuando mucho serían unos ochenta kilómetros. Al llegar al poblado, caminó por las polvorientas calles de aquella comunidad, en donde sólo encontraba a personas aisladas que lo miraban como si fuera un bicho raro, algo muy natural, pues se trataba de un extraño para esa gente. Caminó, caminó, caminó, quien sabe cuánto, hasta detenerse en la vieja capilla de San Antonio. Entró al templo donde un sacerdote oficiaba la misa dominical. Ahí dentro de ese recinto sagrado elevó su vista a la efigie de la Virgen de Guadalupe y con mucho fervor le imploró lo iluminara para encontrar a su amigo. Al terminar la ceremonia, Ulises salió y con pasos vacilantes enfiló su mirada a todo el perímetro tratando de descubrir entre los lugareños el rostro de Patricio.
Casi a doscientos metros de la iglesia vio un grupo de hombres, eran como seis y estaban formados en círculo. Vio como se pasaban unos a otros una botella de vino corriente. Se acercó lentamente, con cierto temor de que aquellos hombres le echaran bronca, pues estaban completamente alcoholizados. A un metro de distancia le pareció reconocer el rostro de Patricio. No, no puede ser él, él nunca ha tomado—razonó—; sin embargo, tras recorrer a ese individuo de apariencia andrajosa, descuidada, totalmente borracho y hablando puras incoherencias, le costó trabajo aceptar que era Patricio, sí, era él, ya no le cabía la menor duda. Contemplarlo en ese estado fue como si hubiera recibido una descarga eléctrica o algo parecido, todo su cuerpo se estremeció, no lo podía concebir, se negaba a sí mismo que ese hombrecillo convertido en piltrafa fuera su amigo, que ni siquiera reparaba en su presencia, su única atención estaba centrada en aquella botella de vino que se empinaba con malsano placer.

--Pa…Patricio, eres tú —preguntó, casi arrastrando las palabras—, aún con la esperanza de estar equivocado. El interpelado volteó dirigiéndole una mirada de zombi, sin prestarle mucha atención. Ulises, volvió a hablarle, Patricio, no me conoces; soy Ulises, tu amigo, te acuerdas. Patricio, entonces, clavó su negra mirada en el intruso, lo miró de arriba abajo, como cuando iban a las playas a “echarse un taco de ojos” con las chicas. De pronto, exclamó con una voz carrasposa, casi ininteligible, y soltó: ¡Ulises, Ulises!, ¿eres tú…mi hermano, mi gran amigo “El Sabio”? Sí Patricio, soy yo —“El Sabio”—, como tú y los demás me llamaban.
Y qué haces aquí, hermano. ¿No lo adivinas?, te busco, te he andado buscando desde hace tiempo. Tu madre está preocupada por no saber de ti. Vámonos, Patricio, necesitas ayuda. ¿Ayuda?, para qué, no me pasa nada, respondió. Estoy bien, créemelo, mírame, ja, esto es vida. No, Patricio, esto no es vida, no comprendes que te estás destruyendo, que el alcohol te puede matar. ¡Bah, eso es puro cuento! balbuceó, aquel hombre que en otros tiempos fuera un joven libre de vicios, un joven deportista, amante del karate, un joven ejemplar, modelo de su madre, pero que ahora costaba trabajo reconocerlo, porque el alcohol lo había convertido en un guiñapo, literalmente en un anciano, que a Ulises le dolía tanto verlo así.
¿Por qué, Patricio?, preguntó Ulises, por qué caíste en las garras de este maldito vicio. Tú, un hombre cuyo único vicio era el deporte, que nunca probó ni una gota de cerveza. ¿Qué te pasó, amigo, qué diablos te pasó para que cambiaras tu forma de vida? No lo sé, contestó Patricio, de veras que no lo sé. Sólo recuerdo que un día —quien sabe qué día— me invadió un extraño sentimiento, creo que se llama melancolía o no sé cómo…el caso es que sin darme cuenta ya estaba tomando en una cantina, como comprenderás ahora soy un pinche borracho, qué quieres qué haga con un carajo. ¡Qué te cures!, contestó Ulises, por fortuna en la actualidad hay muchos centros de rehabilitación, te vamos a internar en el mejor para que te recuperes, le dijo en tono ya no fraternal, sino paternal; volverás a ser el mismo de antes, Patricio, volverás a practicar tus deportes preferidos que te ayudarán a desintoxicar aún más tu organismo. ¡Ya lo verás, amigo!
Ulises cumplió su palabra. Con el consentimiento de doña María internaron a Patricio en un centro de rehabilitación de la llamada Perla Tapatía. Fueron casi dos años de estar encerrado en aquel lugar en donde Patricio recibía el tratamiento debido, su tratamiento incluía tanto medicamentos para desintoxicar su organismo, como atención psicológica. Dos años estuvo ahí encerrado, compartiendo su experiencia con los demás internos que también estaban allí para curarse…tratando de salir del hoyo en que habían caído. Un día le dijeron los médicos que ya estaba sanado, que podía salir y reincorporase a la sociedad, pero le advirtieron: a partir de hoy no intentes ni siquiera oler una copa de vino o cerveza, sería un grave error de tu parte si lo hicieras. Patricio asintió y dijo con orgullo: jamás volveré a este lugar, porque ya no pienso tomar ni una gota de ese veneno, expresó con determinación.
Al salir, lo estaban esperando su madre y su amigo Ulises. Ella lo abrazó y lloró; mi niño, mi pequeño “Pato”, expresó la señora con cariño, con amor, con ese amor que sólo una madre puede sentir por su hijo. ¡Bravo! —soltó Ulises—, bienvenido a una nueva vida, ahora podrás seguir practicando tu deporte, le dijo, abrazándolo como aquel día en que se despidieron de la central camionera. Gracias, amigo. Todo te lo debo a ti y a esta viejecita a quien ya no le ocasionaré más penas, le dijo Patricio a Ulises. Luego, partieron con destino a su pueblo; la pesadilla había terminado, Patricio volvería a ser mejor que antes, no solamente en el deporte, sino que llenaría de alegría a su madre, le daría todo su amor, trabajaría como negro para darle todo aquello que nunca le había dado. De pronto, una duda lo asaltó ¿habría vencido definitivamente el vicio del alcohol? Y es que antes de entrar en ese oscuro túnel había escuchado a ebrios consuetudinarios que dejar el alcohol no era nada fácil, que se necesitaban muchas agallas para dejarlo para siempre…que un alcohólico, siempre sería un alcohólico. Desechó esos pensamientos negativos, él era fuerte —se dijo— y nunca más volvería a caer en ese horrendo pozo, tenía una razón poderosa para no tomar de nuevo: su madre, ese maravilloso ser que le había dado la vida no merecía sufrir por su culpa. Por ella y por él mismo, lucharía por ser un hombre nuevo, estudiaría como muchas veces le pidió Ulises y se convertiría en un profesionista como éste. Finalmente, cayó en la cuenta que aquel terrible episodio de su vida había sido una prueba de Dios, quien seguramente quiso probar su fortaleza espiritual, pues más de alguna vez Patricio —el joven deportista— llegó a sentirse tan poderoso al grado de dudar de la existencia de ese Ser Invisible que desde algún lugar gobierna el mundo. Patricio ahora estaba seguro que Dios no es tan invisible como muchos creen, Él se manifiesta de muchas formas y, en su caso, se le había presentado en Ulises, el amigo, el hermano que nunca tuvo, para transmitirle a través de él su amor por el ser humano; para rescatarlo del vacío en que había caído, para enseñarle que sin la fe no somos nada, excepto una simple hoja al capricho del viento de las tempestades terrenales. Patricio comprendió, entonces, que la verdadera amistad no sólo es un tesoro, sino el vínculo entre Dios y el hombre.

08 enero 2010

LA VIEJA CASONA: A MIS PADRES DÓNDE QUIERA QUE SE ENCUENTREN


Por: Juan Fregoso

Mientras a mi alrededor todo es bullicio, algarabía, música, truenos de cohetes, detonaciones de armas de fuego por todas partes, risotadas de júbilo de la gente festejando la llegada del Año Nuevo, yo estoy sentado frente a la computadora, tratando de trazar—sin saber por qué, ya que no creo que a nadie le interesen mis vivencias que son sólo mías—parte de lo que invade mi alma y mi mente llena de recuerdos. La nostalgia cobija todo mi ser al contemplar la vieja casona que un día habitaron mis padres y mi abuelo materno; ahí, en ese lugar, pasé muchas navidades y años nuevos en compañía de mis seres más queridos, pero ahora esa casa está completamente sola, sin vida también, porque también está muerta, por eso tal vez inconscientemente pretendo darle vida con mis evocaciones.
Por un momento salgo de mi habitación y elevó mi mirada al cielo, —algo que muy poco suelo hacer, —el cual se encuentra cubierto por una gigantesca sábana blanca que cubre el firmamento. La luna tímidamente asoma su redondo rostro intentando abrirse paso entre ese gran lienzo de nubes entre grisáceas y blancas como queriendo iluminarnos, como queriendo transmitirnos algún mensaje de “Alguien”, como diciéndonos esta es una nueva etapa; una etapa de renovación espiritual, quizá de un verdadero nacimiento, de convertirnos en hombres nuevos, de mujeres nuevas, de niños que no carezcan de amor y dejar atrás nuestras malas acciones, nuestra animadversión irracional por nuestros semejantes, a quienes muchas de las veces ni siquiera conocemos a fondo.
Tal es mi percepción que para algunos les puede parecer, ridícula, pesimista, mas no para mí, porque estoy consciente que hay miles de millones de gentes que también sufren y lloran al recordar a sus seres amados; otros, muchos otros, se encuentran inmersos en guerras absurdas provocadas por gobiernos tiránicos que ya no saben ni porqué pelean, salvo por sus mezquinos intereses que sólo a ellos benefician por las ganancias que les representan esas guerras brutales. Estas gentes—estoy seguro—no tienen alimentos para sobrevivir y ven con impotencia cómo muchos de sus hijos se mueren en el campo de batalla víctimas de las balas asesinas de los enemigos de la paz, otros mueren por la hambruna que la guerra produce. ¿Podría decirse que estos hombres, mujeres, niños y ancianos tuvieron Navidad o que disfrutaron de Año Nuevo? No, pienso que no. Y a riesgo de pecar de hereje me atrevería a decir que son los olvidados de Dios, porque no tuvieron la dicha de disfrutar de la alegría que debería reinar en todos los hogares del mundo. Creo que tales pensamientos devienen cuando mi vista está fija en el cielo; cuando dirijo mi mirada a esa vieja casona donde compartí por muchos años la armonía entre mis seres queridos, con mi Madre, que era el alma de estos días en que se celebra el nacimiento de Jesús, según la tradición cristiana.
Pero mis viejos ya se me fueron y con ellos se fue también una gran parte de mí. Ya nada es igual. Sí, tengo a mi familia propia, sin embargo, la presencia de mis padres deja un vacío en mi alma imposible de llenar. ¿Cómo olvidar los regaños y los sabios consejos del abuelo; los de mi padre y los de mi madre que me trajo al mundo, pensando tal vez, que nunca me dejaría solo en un mundo convulsionado por la violencia? La frase tan manoseada de…la vida sigue, para mí no tiene sentido alguno, porque es una frase hueca que de tanto repetirse ya no significa nada, si es que algún día tuvo un significado. Lo único cierto es que mis ojos contemplan esa vieja casona en donde muchos años escuché la cantarina voz de mi madre, la recia voz de mi padre y sentir la protectora presencia del abuelo, que aunque pobre, siempre fue un hombre respetado por todos, porque su sola presencia se imponía; era el baluarte de la familia.
Cómo—me pregunto—volveré a disfrutar a plenitud una Navidad y un Año Nuevo como antes. Creo que nunca más, estoy seguro. Y no me importa que me tachen de pesimista. Quizá muchos digan este tipo está amargado, en el mejor de los casos, pero yo sólo quiero plasmar a través de estas líneas cómo veo hoy la vida, porque ya sin la presencia de mis padres soy un ser incompleto, pues sin los consejos de mis mayores, sin sus abrazos sinceros, sin sus profundas bendiciones, cómo podría pronunciar un ¡feliz navidad! o un ¡feliz año nuevo! Pienso que sería una gran hipocresía de mi parte y no quiero caer en eso, prefiero ser auténtico, como ellos me lo enseñaron desde que yo era un niño. Por cierto, hace algunos años, un día de estos mi amigo Ernesto me dijo: Tú eres el antisolemne, y es que en nuestro encuentro—allá en la ciudad de Tepic—me limité a saludarlo de mano nada más, fue entonces cuando me dijo te hace falta darme el abrazo de año nuevo. No, le respondí, porque sería un abrazo meramente convencional y no me importa romper con las etiquetas impuestas por una sociedad hipócrita, frívola y falsa, pues cuántos te dan el abrazo deseándote lo mejor de la vida en un año que acaba de nacer, pero tan luego te volteas y te clavan el puñal de la envidia o del desprecio. No, Ernesto, prefiero ser auténtico—como me enseñaron mis padres—, pues la verdadera amistad o aprecio no se demuestra con un abrazo al año, sino cada vez que tengamos la fortuna de encontrarnos. ¿Por qué esperar que transcurran 365 días para expresarles nuestros verdaderos sentimientos a nuestra esposa, hijos, amigos o compañeros de trabajo? Es absurdo, —no te parece, le dije a mi amigo—; Sí, tienes mucha razón y la verdad no lo había visto de esa manera, pero sabes qué, me dijo en tono amigable, de todos modos para mí eres el antisolemne. Gracias, amigo, simplemente sigo las reglas que me inculcaron esos viejecitos que siguen vivos en mi corazón y que mientras viva seguiré al pie de la letra sus sabios consejos, porque son la mejor herencia que me pudieron haber dejado…aunque la tristeza me invada todas las noches—y no únicamente las navidades o años nuevos—cuando contempló la vieja casona, donde ellos vivieron, sola, vacía, sombría y sólo arropada por el manto oscuro de la noche como protegiéndola de algún intruso de esos que nuca faltan. Ernesto me dijo; respeto tu opinión amigo, porque cada cabeza es un mundo y créeme que admiro tu valor de expresarte tal como eres, porque comprendo la falsedad de muchos que te fingen amistad y en realidad son tus peores enemigos. Tus viejos, donde quiera que estén, estoy seguro que se sienten orgullosos de ti al ver que la semilla que sembraron fructificó y que no fue en vano, exclamó casi en torno paternal. Y concluyó; sabes que yo quise mucho a tus padres, sobre todo a tu padre, quien siempre demostró ser un hombre recto…no lo defraudes, sigue su ejemplo, no importa que físicamente ya no esté contigo, que las críticas—por ser como eres—no hagan mella en tu alma, se tú y sólo tú y deja que los demás piensen lo que quieran y como quieran, que al fin y al cabo a nadie le damos gusto. Ah, y olvida lo que te dije, fue sólo una broma; lo sé, respondí, porque te conozco desde que compartimos las aulas preparatorianas. Finalmente, nos despedimos con un fraternal abrazo, como en los viejos tiempos en que vivimos infinidad de aventuras.

04 agosto 2009

FINALMENTE SUCEDIÓ, COMENZÓ LA OLEADA DE DESPIDOS EN EL AYUNTAMIENTO

-Ayuntamiento de Acaponeta, recorta personal
- Se espera que con esta medida las finanzas municipales se vigoricen.

- Además, se anuncia un segundo ajuste en los próximos días.

Acaponeta, Nayarit/Agosto 02. (Juan Fregoso).- Lo que se veía venir desde haces unos meses y que por alguna razón se había estado postergando, el último de julio se filtraron los nombres de algunos colaboradores y trabajadores que a partir del 31 del mes pasado dejaron de pertenecer al Ayuntamiento que preside el doctor Saulo Alfonso Lora Aguilar.
Aunque oficialmente no se ha confirmado el recorte debido a que no nos fue posible entrevistar al presidente municipal, extraoficialmente se supo que salieron del gabinete municipal el director de Desarrollo Agropecuario, Flaviano Gómez Bañuelos; Marcos Álvarez, coordinador de Asuntos Indígenas; José Luis García Ordóñez, quien al principio de la administración se desempeño comó secretario particular del alcalde, y en los últimos días fungía como auxiliar de Salud; Gustavo Montijo Jiménez, trabajador de Protección Civil; Tania Viera Lizárraga, secretaria del Ayuntamiento; José Asunción Santillán Arroyo, quien ocupaba una cartera en COPLADEMUN; Jesús Juárez Gutiérrez, quien ocupaba el puesto de Enlace de las Comunidades Indígenas; Esteban Ramos Maldonado, Pablo de la Cruz Ocampo, Julio César Benítez Flores, Héctor Francisco Estrada Alaniz, éstos últimos al parecer pertenecientes al área de Obras Públicas, así como Francisca Sinaí Jiménez Hernández.
La noticia se difundió el pasado viernes 31 de julio en los pasillos de la Presidencia, sin embargo, se percibía una especie de hermetismo en torno al asunto. Pedimos información al síndico municipal, Héctor Javier Bañuelos Ahumada y al contralor municipal, Pablo Benítez Márquez, quienes se comprometieron a darnos una lista completa del personal despedido, pero la lista nunca llegó, por lo que en ejercicio de nuestro trabajo nos avocamos a averiguar por nuestra cuenta los nombres de aquellos colaboradores que a partir de la fecha indicada dejaron de prestar sus servicios, logrando obtener los nombres arriba mencionados.
De acuerdo con nuestra investigación, nos enteramos que, por el momento, fueron once trabajadores —entre funcionarios y empleados— los que fueron recortados de la nómina del Ayuntamiento. No obstante, se especula que el número es mayor, además se comenta que en los próximos días habrá otro recorte más, con el fin de “adelgazar” el aparato burocrático. Por lo tanto, la decisión tomada por el alcalde y el por el cuerpo de regidores para muchos es plausible, ya que con esta medida se espera que las finanzas públicas se vean vigorizadas al implicar un importante ahorro y, de esta manera, se puedan realizar para beneficio del pueblo las obras que tanto necesita. (JUAN FREGOSO)

30 julio 2009

LA DECADENCIA DE LAS FIESTAS DE LAS MOJONERAS (2a. parte y última)





ESTA ES LA SEGUNDA PARTE DEL TRABAJO DE INVESTIGACIÓN DE NUESTRO COMPAÑERO Y AMIGO PERIODISTA JUAN FREGOSO FLORES, SOBRE UNA TRADICIÓN QUE DESAPARECIÓ, LAS FIESTAS DE LAS MOJONERAS.

Sentado en el lomo del tiempo pasado, inmerso en su propio mundo, sostiene que las fiestas tienen orígenes religiosos, y que se conmemoraban justamente en ese sitio conocido como Las Mojoneras. Pero el progreso llegó y el espacio donde se efectuaban las carreras de caballos y que era la carretera que conduce a Huajicori se pavimentó, lo que imposibilitó el desarrollo de todas las actividades festivas en ese lugar tradicional. A consecuencia de este incidente la celebración se llevó a cabo en una calle de la colonia “Lázaro Cárdenas”, pero a medida que ésta se fue poblando terminaron realizándose en la comunidad de El Centenario. Y partir de entonces, perdieron el brillo y la fama que las caracterizaron, ya nada es igual, ya no lo mismo, ni nunca lo será, porque acá en El Centenario, el dueño del terreno queriendo rescatar la tradición arregló el terreno ya que también es aficionado a las carreras de caballos, acondicionó una casa grande de palma e invitó a la gente ofreciéndoles comida “gratis” para que nadie se quedará en casa. Sin embargo, el entusiasmo de la gente ya no es el mismo, porque Las Mojoneras eran el lugar por excelencia para hacer los festejos; yo les aseguró, dice don Roberto, que si mañana fuera el día de Santiago, mañana se iría la gente aunque estuviera lloviendo, aunque cayeran rayos y centellas, porque esperaban con gusto esos días para ir a ver y divertirse en las mojoneras, así se irían aunque se fueran mojando. Yo aquí veía pasar el mundo de gente (don Roberto vive por la calle Chapultepec, la cual conduce al lugar citado), caminando, en carretas, a caballo, en burros y en lo que se podía con tal de ir divertirse, era todo un espectáculo, comenta, con la mirada fija en la calle por donde asegura que pasaban la gente.
Con el poder mágico de la imaginación se traslada a 1950, para asentar que en aquel año, iban señoras, niños con sus paraguas, bien bañaditos, bien vestidos, todos contentos, iban a recrearse en esas fiestas de Santiago y Santa Ana, los días 24 y 25 de julio de todos los años. Hoy, a casi 60 años de distancia, en que se celebran en un lugar apartado de la ciudad, donde la llegada es prácticamente inaccesible, como tampoco hay la seguridad para la gente que acude, yo no veo niños, ni señoras que vayan con la alegría con la que desfilaban por aquí por la calle, todos a la carrera, a divertirse.
Un poco dubitativo, expresa, si no me equivoco, hay todavía unas casas de palma en ruinas, eran las salas de baile, pero el tiempo destruye todo, dice con sabiduría, y como ya se acabó la fiesta tradicional, no hubo quien las levantara. Por último, don Roberto rescata de su memoria los nombres de los principales promotores o de los empresarios que organizaban las fiestas de Las Mojoneras, entre los cuales menciona a don Lencho Reyes, Paulino Nava, Baldo Nava y últimamente le tocó a Javier Nava, afirma este gran hombre que se encuentra en los umbrales del siglo.
Mientras que Alfredo Gumersindo Sandoval Medina, quien tiene ochenta años de edad, entrevistado por separado, coincide en todo con don Roberto Contreras. Explica que, efectivamente, las fiestas de las mojoneras eran una auténtica romería, en donde lo mismo había carreras de caballos, que carreras pedestres, juegos mecánicos, carretas alegóricas, coronación de reinas, venta de frutas. Venían corredores de caballo de Tecuala, Santiago, Tuxpan, San Felipe, del Rosario, Sinaloa, a competir con los jinetes de Acaponeta, “casaban” las apuestas que fluctuaban entre los 50 pesos de aquellos. Se instalaba una casa grande de palma donde se efectuaban los rumbosos bailes, a donde se daban cita los hombres y mujeres para divertirse sanamente, era una gran fiesta donde se volcaba todo el pueblo, tanto de Acaponeta como de otras partes, todo aquello era bonito, era una tradición realmente hermosa, que hoy no se puede comparar con las fiestas que se llevan a cabo en El Centenario, porque allá es un lugar peligroso, sobre todo para las mujeres. Y al igual que don Roberto Contreras, dice que las fiestas de Las Mojoneras son muy antiguas, que lo poco que recuerda es producto de lo que le contaban sus padres, los cuales siendo niño también lo llevaban a presenciar todas las actividades que ahí se realizaban, pero decirte cuándo se fundaron y quién las fundó, no es posible, porque ya no hay gente que tenga datos precisos que nos puedan aclarar el origen de éstas, pues los hombres más viejos ya se murieron y con ello, también se murieron las esperanzas de conocer la verdad de la historia de las fiestas de las mojoneras, una tradición que tiende a ir desapareciendo como muchas otras que ya han desaparecido, como las fiestas del Embarcadero, que también fueron muy populares, pero que corrieron la misma suerte de Las Mojoneras.

28 julio 2009

LA DECADENCIA DE LAS FIESTAS DE LAS MOJONERAS


NUEVAMENTE LA PLUMA Y EL ESTILO DE JUAN FREGOSO, HONRAN LOS CONTENIDOS DE PUERTA NORTE, AHORA RECORDANDO UN ALEGRE PASADO QUE YA NUNCA VOLVERÁ. BIENVENIDO Y GRACIAS AMIGO

Juan Fregoso
(Primera de dos partes)
Acaponeta, Nayarit/Julio 27.- Las tradicionales Fiestas de las Mojoneras, que se celebran los días de Santiago y Santa Ana, los días 24 y 25, son tan antiquísimas que se pierden en los oscuros rincones del tiempo, su origen escapa a la memoria del hombre contemporáneo, incluso de aquellos que han tenido la fortuna de tener una longeva existencia, pues sólo conservan en su mente retazos de estas festividades que durante mucho tiempo fueron el orgullo de Acaponeta y que prácticamente ya se han extinguido.
En la búsqueda del principio de estas fiestas, es decir, cómo surgieron, cuándo surgieron, quién las creó, consultamos a algunas personas mayores (no todas citadas, pues coincidieron en todo) con el propósito de que nos dieran luz sobre este acontecimiento histórico, pero únicamente recogimos pedazos, fragmentos de estos hechos inimitables, pero memorables por su grandiosidad; incluso el propio historiador acaponetense, Néstor Chávez Gradilla, dijo no haber encontrado la génesis de las legendarias fiestas de las mojoneras, y es que su historia se remonta a casi más de un siglo, por eso resulta difícil hallar el nacimiento de estas fiestas como el de sus fundadores, se podría decir que su origen está condenado a permanecer en lo incógnito por la mano del hado que resguarda celosamente las puertas que nos permitan entrar en ese recinto sagrado del pasado, tal vez, porque hay cosas que por alguna razón desconocida son inaccesibles para el conocimiento humano.
El reto del auténtico historiador es explorar todas las fuentes posibles para llegar a su objetivo, y esta situación exige tiempo, años de trabajo minucioso como extenuante. Nosotros—y lo decimos con toda honestidad—, para este trabajo no disponemos de mucho tiempo, como tampoco del espacio suficiente para seguir escudriñando el pasado, ese pasado que se rehúsa a ser develado por causas misteriosas. Así que, nos limitaremos a plasmar algunos datos recogidos en nuestra investigación con personas mayores, serias e inteligentes, que conservan de sus antepasados algunos trozos de la historia de las mojoneras.
Don Roberto Contreras Cantabrana Ocampo, nació el 11 de julio de 1911. El hombre medita, piensa detenidamente, antes de contestar nuestras preguntas. Y recorre imaginariamente el camino andado, vuelve a transitar el camino recorrido hace 94 años, hasta llegar a situarse en sus mocedades, cuando contaba apenas con 13 años de edad. Entonces, ve con los ojos de su memoria aquellos hechos que percibió en su adolescencia, ya no está en el presente, sino en la época de su juventud. No es el Roberto de 94 años el que habla, sino el chiquillo aquel con apenas 13 años que contempla con admiración su circunstancia, su vida. Así, joven otra vez, lleno de vida, de entusiasmo, comienza su relato; desde que yo era niño estas fiestas ya existían, nos dice, auxiliado por su hijo mayor, el profesor Camilo Contreras Cantabrana, ya que don Roberto tiene problemas auditivos, pero compensados con una lucidez mental que aún le permite hilvanar sus pensamientos, aunque por supuesto, no como él quisiera. Recuerda que su padre, cuando él todavía era pequeño, lo llevaba a disfrutar de la gloria de las fiestas de las mojoneras, las cuales en su opinión tienen más de un siglo.
Situado en su mundo juvenil, explica que las fiestas eran una auténtica romería a donde acudían infinidad de personas de diferentes estados de la república, como del Rosario, Sinaloa, Villa Unión, Sinaloa, Ahuacatlán, Santiago Ixcuintla, de Plomosa Sinaloa y de Tepic. Recorre paso a paso el sendero del pasado, y suelta; la fiesta iniciaba con un desfile de carretas ataviadas con palmeras y papeles de colores, las mujeres vestían trajes típicos de faldas floreadas y blusas escotadas con grandes olanes, llevando flores en la cabeza. El imponente desfile terminaba justamente en las mojoneras, luego de transitar las principales calles del pueblo y en las mojoneras se practicaban las clásicas carreras de caballos, incluso, había carreras de burros, de gatos, se establecían tianguis en los cuales se vendía frutas como el durazno, mangos, nanches y una serie de antojitos que hacían la delicia de la gente, sobre todo el dulce conocido como “antes”, que era una especie de pastelillo hecho de harina con una banderita en el con papel de china. Cuenta que se celebraban concursos de reinas entre bellas mujeres y que en medio de dos guapinoles que entonces había, ahí se colocaba el trono para coronar a la soberana que ganaba el concurso, y agrega que había dos galerones largos de palma a donde todo mundo asistía a bailar y luego toda la gente se quedaba a tomar y cenar sus gorditas. Narra que desde 1883, de acuerdo con lo que le contaba su padre, don Roberto, dice que las fiestas de las mojoneras ya se realizaban, lo que significa que ignora con exactitud a cuantos años se remonta la fecha de su origen, por lo tanto, tampoco tiene conocimiento de quiénes las hayan fundado. Don Roberto—quizá fuera conveniente, quitarle el don, porque quien parece hablar es aquel joven de 13 años—refiere que en aquel tiempo—su tiempo, su mundo—,existía una piedra llamada “La Tepusilama”, era una piedra grandísima, la cual se encuentra donde era el arrancadero de todos los caballos que corrían parejas en ese lugar de las mojoneras, ese lugar de la “Tepusilama” está situado en donde termina la parte recta de donde corrían los caballos, si nos colocamos en el arrancadero viendo de norte a sur de la ciudad, la parte izquierda es el área de “La Tepusilama”, una piedra muy sólida como de dos metros de altura, era una bola exacta de gran altura y había unos pequeños guapinoles, que han de haber sido seguramente el retoño de los guapinoles viejos, en esos árboles se colgaron algunos malvivientes en la época del entonces Presidente de la República, Porfirio Díaz, pero también a la llegada de Las Mojoneras o donde era la meta de las carreras de caballos, había otros guapinoles y ahí se colocaban a las mujeres que eran seleccionadas como las reinas de las fiestas.
La nostalgia parece invadirlo momentáneamente, pues cuenta que actualmente las fiestas ya no son iguales; eso es imposible, subraya, porque en ese tiempo se usaba mucho el lujo del cuchillo, del machete, de la pistola y todas clase de armas, pero entonces había facilidad para que cualquiera usara un arma para que si encontraba algún sayo, que le quisiera quitar la novia o cualquier otra cosa, se agarraban a “puñetes”, y se mataban algunos. A otros los venían siguiendo desde Huajicori porque tenían problemas o rencillas con otros hombres y aquí se mataban, era imposible que las fiestas fueran pacíficas porque había problemas que terminaban regularmente en hechos de sangre. Y es que en ese entonces, había la libertad de que los hombres anduvieran armados, con las pistolas de fuera, como el “Mono” Arámbula, del ejido de La Guásima, el “Chito Pelón” de aquí de Acaponeta, Paulino Nava, entre muchos otros, que portaban armas, pero eran gentes pacíficas, llevaban sus armas pero no eran provocadores, ni eran peleoneros, eran hombres que sacaban su arma cuando verdaderamente lo ameritaba el caso y para defender su honor o para defender una causa de alguna injusticia que ellos vieran que se estaba cometiendo, actuaban como si fueran la autoridad, procedían en defensa de aquel que estaba en desventaja o incapacitado para hacer una defensa de mano limpia contra alguien que traía digamos un cuchillo, entonces para parar el pleito, para poner orden, esas gentes los protegían, claro que hubo otros que andaban armados porque eran malditos o tenían pendientes y que andaban prevenidos para la venganza y viendo a su enemigo, ahí se mataban, lo mismo con cuchillo que con armas de fuego.
Siempre recorriendo los pasillos del pasado, con la magia del pensamiento, don Roberto recuerda que en aquellos tiempos existían las Defensas Rurales, las cuales prestaron un gran servicio a la comunidad, éstas eran como se decía “un piquete de soldados”, era un grupo de hombres al que el gobierno le permitía y les proporcionaba armas para que ellos defendieran a su comunidad. Andaban por los lugares donde se realizaba alguna fiesta con el fin de prevenir hechos violentos, ellos eran la autoridad que daba seguridad a la gente.
Con la experiencia que dan los años, don Roberto Contreras considera que las fiestas de Santiago y Santa Ana, no desparecerán por completo, pero sí asegura que ya nunca serán igual, porque de ser una verbena netamente popular, ahora, al celebrarse en la comunidad de El Centenario estas se mercantilizaron, porque allá se cobra la entrada y aquí no se cobraba nada, todo era “de oquis”, se cobraba solamente lo que te comías o bebías. Aquí eran todo un éxito, allá, en El Centenario, acabaron por convertirse en un verdadero negocio, nos dice don Roberto, con un dejo de tristeza reflejado en sus ojos, esos ojos que un día tuvieron el brillo de la juventud, cuando su padre lo llevaba de la mano a presenciar aquel magno evento que hoy ha perdido su originalidad. Y todas estas remembranzas que se alojan en su mente, las dice, siempre acompañado de su esposa, doña María Cantabrana, quien sentada a un lado de él, de vez en cuando hace alguna aportación a nuestro trabajo. (Continuará)

28 junio 2009

ESTACIÓN DEL FF.CC. EN RUINAS


Por: Juan Fregoso

Al poniente de la ciudad se encuentra en pie todavía el edificio que en un tiempo fue la estación del ferrocarril. El inmueble, que en otros tiempos luciera limpio, esplendoroso, y que dio cabida a los miles de pasajeros que tuvieron la fortuna de viajar en los vagones del tren, uno de los medios de transportes más económicos, ahora tiene un aspecto lastimoso; la techumbre, construida con los clásicos “durmientes”, se encuentra prácticamente deshecha por la polilla y por los comejenes; incluso, tiene algunos boquetes que, según el señor Abraham Venegas Parra, son producto del huracán “Rosa”, que a su paso levantó parte del techado. La pintura de las paredes de la vieja estación ferroviaria está completamente estropeada por la falta de mantenimiento y por el inexorable paso del tiempo. Algunos vecinos extraen de su memoria la hermosa fachada que hace años tenía esta vieja casona y que hoy está abandonada, sólo un agente de seguridad que trabaja 24 horas diarias está pendiente del número de trenes que pasan, anotándolos en una bitácora, supervisa—desde la altura de un asta—que los furgones lleven completa la mercancía, pero su función se extiende a vigilar que ninguna persona se acerque a esa área por las noches, aunque no hay nada de valor más que puros fierros viejos enmohecidos, montones de “durmientes”, tambos que contienen chapopote; sus paredes se encuentran graffitiadas por manos irresponsables de jóvenes que no tienen quehacer. Un olor picante, pestilente, sale del interior de lo que antes fuera un lugar pulcro, la hediondez es causada por el excremento de chinacates o murciélagos que han hecho de este edificio su hogar. Y la verdad no sabemos cómo es que el agente de seguridad y los vecinos soportan este penetrante tufo que hiere la nariz; sin embargo, el trabajador no se queja, él se limita a cumplir con su trabajo que realiza con esmero y celo; “está prohibido tomar fotos, oiga”, nos dice un poco agresivo, pero con mucho tacto y educación se le explica que el trabajo que hacemos no tiene fines perjudiciales, sólo queremos dar cuenta de cómo se halla el edificio, le decimos en tono amable, lo que hace que baje la guardia y nos permita seguir tomando fotos y hacer anotaciones. Al final, él mismo termina por explicarnos algunos detalles. Aquí era la sala de espera, y aquí la oficina donde se vendían los boletos a los pasajeros; aquí fue la oficina de los telegrafistas; nosotros apreciamos los lugares y advertimos el estado sucio, insalubre en que se encuentran. El piso está lleno de basura, los cristales de las ventanillas se encuentran repletos de polvo, hay también un escritorio viejo totalmente enmohecido y más al fondo se aprecia lo que, al decir del trabajador, era la caja fuerte donde se guardaba el dinero que se giraba a través de este medio de transporte. No, ya no queda nada de aquella imagen que irradió la estación en los años dorados en que los trenes “El Burro” y “La Estrella” circulaban por la carretera de acero; ahora el inmueble está convertido en una especie de almacén similar a un basurero gigante del cual nadie se hace responsable. ¿Cuándo se fundó la estación?, anduvimos preguntando al vecindario, pero nadie supo contestarnos positivamente, y algunos se limitaron a conjeturar que en 1903, mientras que otros señalaron que data desde cuando los españoles transitaban por este lugar cargados de oro, pero la fecha exacta ninguno pudo precisarla, ya que incluso no hay ninguna placa que señale la fecha de su fundación. En lo que si fueron bondadosos fue en el sentido de contarnos algunos sucesos que ahí ocurrieron. En la sala de espera está una cruz y una pequeña corona de flores, en el centro de la cruz está inscrito el nombre de Francisco Sánchez García; ¿y aquí qué paso?, ¿quién era este señor?, preguntamos. Murió aquí de congestión alcohólica, siempre tomaba en este lugar, pero un día lo encontré muerto, relata Abraham Venegas; era un señor ya mayor, tenía como 60 años y pues aquí quedó dormido para siempre, sus familiares desde entonces pusieron esta cruz y continuamente le traen coronas de flores, comentó. Otra historia que guarda la vieja estación consiste en que en 1956, don Ángel Noriega Colio, conocido por sus amigos como “El Paleteado”, se halló cerca del puente del ferrocarril la efigie de la Virgen de Guadalupe, a la cual se le construyó una nicho en la pared, al lado norte del edificio. Y ahí está, resguardada y escudada por un cristal. Acaponeta, siendo un pueblo genuinamente religioso, decidió festejar cada doce de diciembre a la imagen sacra; antes solamente lo hacían los ferrocarrileros pero ahora también lo hacen los vecinos de la colonia llamada “Charco Verde”, los cuales cada día de la virgen realizan una verdadera Verbena donde se manifiesta la alegría de todo el pueblo. No podemos dejar de mencionar que a un costado de la vieja estación, por la calle Zacatecas, se encuentra una vieja y enorme casona llena de habitaciones ya destartaladas, que al decir de algunos trabajadores era un hotel que albergaba a los pasajeros que llegaban tanto del norte como de sur de la república, ahí percnotaban ya que muchos de ellos se quedaban para conocer la ciudad y probar el rico menudo, tamales, entre otras viandas que se vendían bajo las sombras de unos imponentes árboles de amapas que aún existen, pero lamentablemente en la actualidad esos cuartos del “Hotel del Pelón”, como se le denominada, son utilizados por vagabundos que se dedican a ingerir bebidas alcohólicas y hasta droga, todo se fue perdiendo con el transcurso del tiempo y es una verdadera tristeza, explica la gente. Tal vez, dicen, lo único bueno que quedó de todo esto es la celebración que todos los años le hacemos a la Guadalupana, ya es una costumbre muy arraigada que quedó entre los acaponetenses, sobre todo entre los que entregaron toda su vida a arreglar rieles, conducir tranvías y cambiar las líneas de acero por donde se deslizaban los trenes cargados de pasajeros…de la estación, como puedes ver, prácticamente quedan escombros, asentaron.

15 abril 2009

ELIGE BIEN A LA MUJER QUE HABRÁ DE SER TU ESPOSA

NUEVAMENTE LA PLUMA DEL PERIODISTA JUAN FREGOSO, SE UNE A LA PROPUESTA DE PUERTA NORTE, DE BRINDAR UN ESPACIO DE EXPRESIÓN A LOS ACAPONETENSES; AHORA EN UN GÉNERO QUE NO LE CONOCIAMOS: LA NARRATIVA. SEGÚN NOS DICE, BASADO EN UN CASO REAL. GRACIAS AMIGO.


Por: JUAN FREGOSO
Acaponeta, Nayarit/Abril 15.-El hombre estaba cabizbajo, complemente deshecho, sus ojos negros denotaban tristeza, más que enfado, aunque todos sus músculos se notaban tensos como una cuerda de violín a punto de romperse. No se necesitaba ser psicólogo para apreciar su estado de ánimo, estaba deprimido, destrozado, tal vez—en ese momento cruzaban por su mente ideas suicidas—, porque así debía ser la pena que lo atormentaba.
Lo encontré sentado debajo de un viejo árbol, casualmente. Su aspecto me llamó la atención y con pasos temerosos me fui acercando a él. No sé a ciencia por qué, quizá porque algo dentro de mí me decía que necesitaba de alguien que lo escuchara, que lo ayudara, no fuera a ser que cometiera una locura, pensé.
Así, con pasos vacilantes llegué ante él y con voz apagada me atreví a preguntarle; señor, puedo ayudarle en el algo. Disculpe que me entrometa en su vida pero me da la impresión de que le pasa algo, que algún problema lo carcome, quiero ayudarle sinceramente, le dije, temeroso de que me fuera a responder con una grosería o tal vez con golpes, pues finalmente quién era yo para invadir su vida privada, ese recinto sagrado que sólo a uno le pertenece. Afortunadamente el hombre no era agresivo, era más bien noble, pues de otra manera no me hubiese abierto su corazón.
El hombre fue levantando lentamente la cabeza. Me miró de frente y pude advertir que en sus ojos asomaba un líquido cristalino similar al agua; sí, eran lágrimas que se rehusaban a salir de sus órbitas, mejor dicho de su alma atribulada. Puede llorar si quiere, me atreví a decirle, también los hombres tenemos derecho a llorar, nos ayuda lavar el alma…y a descansar de nuestras penurias. ¡Vamos, no se detenga!, le animé. Pero no lo hizo.
Al contrario, el hombre me vio fijamente, como estudiándome centímetro a centímetro. De pronto soltó; no te conozco, nunca te había visto muchacho, pero creo que si estás aquí es porque Dios te mandó hacia mí. Y ya que quieres saber qué es lo que me pasa empezaré por decirte que si me has hallado en esta situación es porque estoy decepcionado de mi esposa. ¿Sabes? cuándo uno busca a su compañera, busca en ella principalmente amor, respeto, comprensión, confianza, solidaridad, abnegación, apoyo en todos los sentidos. Por eso es importante saber elegir con quien habremos de compartir nuestra vida. ¿No lo crees?, asentí, pues lo que decía el hombre era—y siempre será cierto—, no podía decir lo contrario, porque en efecto, todos buscamos una esposa cuando menos comprensiva. Cuánta razón tenía el hombre aquel, susurró la voz de mi conciencia.
Pues resulta, mi amigo, comenzó su doloroso relató, que soy muy desgraciado. Te preguntarás por qué, pues bien, voy a decírtelo. Sucede que mi compañera, esposa, o como quieras llamarle, me robó todos mis ahorros productos de mi trabajo, ahorros que logré reunir con mucho esfuerzo, con mucho sacrificio, y durante muchos años. Y lo que más me duele es que ese dinero lo tenía destinado para ella, para mis hijos, para lo que se pudiera ofrecer. Los tenía en la casa porque confiaba ciegamente en ella, pero ahora comprendo que ni siquiera en mi mujer puedo confiar; me robó sin darse cuenta que al hacerlo se robaba el poco patrimonio de nuestros hijos, ¿no te parece una infamia despojar a tus propios hijos de su patrimonio que con tanto sacrificio lograste reunir para el futuro de tu familia? Lo es, repuso, con un acento apagado. Y agregó; en un momento pensé en meterla a la cárcel, pero me detuve por mis hijos, también pensé en golpearla, pero me detuve por la misma razón, pues mis hijos no tienen la culpa de tener una madre ladrona, que los roba a ellos mismos. También pensé en separarme de ella, pero y mis hijos, cómo juzgarán a su padre…y si les digo que su madre me robó cómo la juzgarán también. Como ves mi situación no es nada fácil, me parece que estoy en una especie de laberinto del cual por más que le busco una salida no se la encuentro.
Te juro, prosiguió, que si hubiese sido otro el ratero no lo hubiera pensado dos veces en retacarlo al bote, pero la cosa cambia cuando el ladrón resulta ser tu propia esposa. Eso es lo que más me cala, lo que más me martiriza, lo que me tiene sumergido en un mar de confusión. No sé qué hacer, reconoció con un dejo de amargura, de veras que no sé que hacer, y estoy seguro que cuando me viste en este estado deprimente pensaste que podía suicidarme, ¿no es así? me increpó. Sí, tiene usted razón, le respondí. Pues debe ser frustrante que mi esposa me robe, se robe ella misma y hasta a mis propios hijos; en verdad tiene usted mucha razón cuando afirma que lo que le pasó es una verdadera infamia, es algo—que a mi juicio—no tiene perdón de Dios—, le expresé como queriendo reanimarlo, a sabiendas de que eso era imposible.
Ya lo ves, muchacho, exclamó, cuanta razón tengo al decirte que uno debe tener mucho cuidado a la hora de elegir a su esposa. Y a guisa de consejo, seguro de lo que decía, me lanzó esta advertencia; no porque veas una cara y un cuerpo bonitos te vayas con la finta, porque detrás de todo eso hay un rostro y unos sentimientos que no podemos ver, al menos hasta cuando nos sucede un caso como el que yo viví. Luego, incorporándose en señal de cansancio, y para que yo entendiera que el diálogo había terminado me dijo en tono paternal; que no te vaya a pasar lo mismo que a mí, búscate una mujer,—si no estás casado—no bella, no te fijes en su físico que al fin y al cabo éste se desvanece con el tiempo, mejor procura una mujer sencilla, con principios, que te respete en todo, que valore tu trabajo, que en vez de que te robe te ayude a salir adelante junto con tus hijos que son lo más valioso en la vida, no lo olvides. El hombre terminó de levantarse del grueso tronco donde estaba sentado y con pasos cansinos—aún siendo joven todavía—se fue perdiendo por las calles de la ciudad, sin rumbo fijo, pero antes alcanzó a balbucir…elige bien a quien habrá de ser tu esposa.