Juan Fregoso
Generalmente, se cree que la profesión más antigua del mundo es la que usted ya sabe. Pero no pocos historiadores y sociólogos estarían dispuestos a debatir si el espionaje es por lo menos tan antiguo, y también el periodismo. Esta última profesión justificaría su antigüedad con un simple silogismo: si lo que ocurría con las otras dos era interesante, alguien tenía que contarlo a los demás y éste fue el primer periodista. Nos dice certeramente el maestro Manuel Buendía Tellezgirón, en una de sus magistrales columnas y cuando éste era el columnista más influyente de México, tan influyente que logró trascender las fronteras gracias a su profesionalismo, a su precisión, a su objetividad, a la veracidad, a ese gran valor que tuvo para decir la verdad con su pluma valiente.
La idea de escribir este artículo—si pudiera alcanzar este género—nace ante la interrogante que nos hacemos de cuántos de los que nos decimos periodistas tenemos el valor de decir la verdad con la tinta de la pluma. Sin duda somos muy pocos, la mayoría terminamos sometiéndonos al capricho de los poderosos por unas cuantas monedas, y esto, a decir verdad, no es periodismo, si hablamos con toda honestidad.
Quien pretenda dedicarse al noble y arriesgado oficio del periodismo, tendrá que enfrentarse por lo menos a cinco dificultades para escribir la verdad. Veamos: quien pretenda combatir la mentira y la ignorancia y escribir la verdad, debe superar estos cinco problemas. 1.-Debe tener el valor de escribir la verdad, aunque en todas partes la sofoquen; 2.- la sagacidad de reconocerla, aunque en todas partes la desfiguren; 3.- el arte de hacerla manejable como arma; 4.- el juicio de elegir aquellos en cuyas manos resultará más eficaz; 5.- la astucia de difundirla entre éstos.
Tales dificultades son grandes para quienes escriben bajo el fascismo, pero existen también para los desterrados o prófugos y son válidas hasta para los que escriben en los países de la democracia burguesa. En este contexto, parece obvio que quien escribe, escriba la verdad, es decir, que no la sofoque o la calle, o no diga cosas falsas; que no se pliegue ante los poderosos ni engañe a los débiles. Molestar a los usufructuarios del poder, significa renunciar a la propiedad; renunciar al pago por el trabajo hecho, puede querer decir renunciar al trabajo y rechazar la fama entre los reyerzuelos de paso, significa a menudo rechazar toda fama. Y hacerlo requiere valor.
Los tiempos en que la opresión es grande son casi siempre tiempos en que se discurre mucho sobre cosas grandes y elevadas. Se necesita valor, en tales tiempos, para hablar de cosas pequeñas y mezquinas, como la alimentación y vivienda de los trabajadores, mientras alrededor se dice que sólo el espíritu de sacrificio cuenta. Cuando se ensalza frecuentemente a los campesinos, es valeroso hablar de máquinas y forrajes a buen precio, capaces de facilitar aquel trabajo elogiado. Cuando todos los altoparlantes vociferan que es mejor el hombre sin conocimientos ni instrucción, que el instruido, se necesita valor para preguntar: ¿mejor para quién? Cuando se habla de razas perfectas e imperfectas, es valeroso preguntarse si el hambre, la ignorancia y la guerra no producen cierta deformidad.
Mas por si esto fuera poco, se necesita valor para decir la verdad sobre nosotros mismos, porque tememos reconocer nuestros propios defectos, esa la única verdad: tenemos miedo de escribir lo que verdaderamente pensamos, lo que verdaderamente sentimos y lo que realmente le interesa a la sociedad a la cual nos debemos y a la que con harta frecuencia le mentimos a veces deliberadamente, otras por la presión de los poderosos. Al ocultar la verdad nos cosificamos y nos convertimos en comparsas de los gobernantes en turno, nos convertimos en asesinos de la conciencia social y hasta de nosotros mismos, porque nuestro deber, se supone, es informar con la mayor objetividad posible de todo lo que ocurre a nuestro alrededor, es un compromiso que debiéramos asumir todos aquellos que nos preciamos de periodistas, pero muchos—por no decir todos—sucumbimos ante la dádiva o el soborno, vergonzosamente callamos hechos que en muchos casos podrían dar un viraje a la rueda de la historia, porque esa es parte de nuestra misión: escribir para transformar con el arma de la verdad el mundo en que vivimos, dejando así un legado a las nuevas generaciones que nos vienen pisando los talones. Por tanto, el ser periodista no significa simplemente tomar una pluma y pergeñar en un papel verdades que no son verdades, porque la verdad no puede escribirse sino en una lucha férrea contra la mentira, pero lamentablemente muchos de nosotros tenemos el gran defecto de no saber la verdad, y así, no podemos erguirnos como auténticos periodistas, somos—si acaso—manipuladores de la información, distorsionardores de la verdad que nos exige el campesino, el obrero, el pescador, el profesionista, el empresario, el pueblo todo. Pero necesitamos valor para admitir que le mentimos a la gente. Entonces, ¿que somos?, ¿periodistas, o manipuladores que ocultamos la verdad para beneplácito de la casta dorada? Cuando tengamos el valor de tomar la pluma y escribir la verdad sin tapujos, por dolorosa que ésta sea, sólo entonces nos asistirá la solvencia moral para llamarnos periodistas.
Generalmente, se cree que la profesión más antigua del mundo es la que usted ya sabe. Pero no pocos historiadores y sociólogos estarían dispuestos a debatir si el espionaje es por lo menos tan antiguo, y también el periodismo. Esta última profesión justificaría su antigüedad con un simple silogismo: si lo que ocurría con las otras dos era interesante, alguien tenía que contarlo a los demás y éste fue el primer periodista. Nos dice certeramente el maestro Manuel Buendía Tellezgirón, en una de sus magistrales columnas y cuando éste era el columnista más influyente de México, tan influyente que logró trascender las fronteras gracias a su profesionalismo, a su precisión, a su objetividad, a la veracidad, a ese gran valor que tuvo para decir la verdad con su pluma valiente.
La idea de escribir este artículo—si pudiera alcanzar este género—nace ante la interrogante que nos hacemos de cuántos de los que nos decimos periodistas tenemos el valor de decir la verdad con la tinta de la pluma. Sin duda somos muy pocos, la mayoría terminamos sometiéndonos al capricho de los poderosos por unas cuantas monedas, y esto, a decir verdad, no es periodismo, si hablamos con toda honestidad.
Quien pretenda dedicarse al noble y arriesgado oficio del periodismo, tendrá que enfrentarse por lo menos a cinco dificultades para escribir la verdad. Veamos: quien pretenda combatir la mentira y la ignorancia y escribir la verdad, debe superar estos cinco problemas. 1.-Debe tener el valor de escribir la verdad, aunque en todas partes la sofoquen; 2.- la sagacidad de reconocerla, aunque en todas partes la desfiguren; 3.- el arte de hacerla manejable como arma; 4.- el juicio de elegir aquellos en cuyas manos resultará más eficaz; 5.- la astucia de difundirla entre éstos.
Tales dificultades son grandes para quienes escriben bajo el fascismo, pero existen también para los desterrados o prófugos y son válidas hasta para los que escriben en los países de la democracia burguesa. En este contexto, parece obvio que quien escribe, escriba la verdad, es decir, que no la sofoque o la calle, o no diga cosas falsas; que no se pliegue ante los poderosos ni engañe a los débiles. Molestar a los usufructuarios del poder, significa renunciar a la propiedad; renunciar al pago por el trabajo hecho, puede querer decir renunciar al trabajo y rechazar la fama entre los reyerzuelos de paso, significa a menudo rechazar toda fama. Y hacerlo requiere valor.
Los tiempos en que la opresión es grande son casi siempre tiempos en que se discurre mucho sobre cosas grandes y elevadas. Se necesita valor, en tales tiempos, para hablar de cosas pequeñas y mezquinas, como la alimentación y vivienda de los trabajadores, mientras alrededor se dice que sólo el espíritu de sacrificio cuenta. Cuando se ensalza frecuentemente a los campesinos, es valeroso hablar de máquinas y forrajes a buen precio, capaces de facilitar aquel trabajo elogiado. Cuando todos los altoparlantes vociferan que es mejor el hombre sin conocimientos ni instrucción, que el instruido, se necesita valor para preguntar: ¿mejor para quién? Cuando se habla de razas perfectas e imperfectas, es valeroso preguntarse si el hambre, la ignorancia y la guerra no producen cierta deformidad.
Mas por si esto fuera poco, se necesita valor para decir la verdad sobre nosotros mismos, porque tememos reconocer nuestros propios defectos, esa la única verdad: tenemos miedo de escribir lo que verdaderamente pensamos, lo que verdaderamente sentimos y lo que realmente le interesa a la sociedad a la cual nos debemos y a la que con harta frecuencia le mentimos a veces deliberadamente, otras por la presión de los poderosos. Al ocultar la verdad nos cosificamos y nos convertimos en comparsas de los gobernantes en turno, nos convertimos en asesinos de la conciencia social y hasta de nosotros mismos, porque nuestro deber, se supone, es informar con la mayor objetividad posible de todo lo que ocurre a nuestro alrededor, es un compromiso que debiéramos asumir todos aquellos que nos preciamos de periodistas, pero muchos—por no decir todos—sucumbimos ante la dádiva o el soborno, vergonzosamente callamos hechos que en muchos casos podrían dar un viraje a la rueda de la historia, porque esa es parte de nuestra misión: escribir para transformar con el arma de la verdad el mundo en que vivimos, dejando así un legado a las nuevas generaciones que nos vienen pisando los talones. Por tanto, el ser periodista no significa simplemente tomar una pluma y pergeñar en un papel verdades que no son verdades, porque la verdad no puede escribirse sino en una lucha férrea contra la mentira, pero lamentablemente muchos de nosotros tenemos el gran defecto de no saber la verdad, y así, no podemos erguirnos como auténticos periodistas, somos—si acaso—manipuladores de la información, distorsionardores de la verdad que nos exige el campesino, el obrero, el pescador, el profesionista, el empresario, el pueblo todo. Pero necesitamos valor para admitir que le mentimos a la gente. Entonces, ¿que somos?, ¿periodistas, o manipuladores que ocultamos la verdad para beneplácito de la casta dorada? Cuando tengamos el valor de tomar la pluma y escribir la verdad sin tapujos, por dolorosa que ésta sea, sólo entonces nos asistirá la solvencia moral para llamarnos periodistas.
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