11 mayo 2010

BENITO JUÁREZ, EL GRAN REFORMADOR DE MÉXICO


Juan Fregoso

Mucho se ha escrito sobre don Benito Juárez y, sin embargo, muy pocos saben quién fue este prócer de la Reforma; incluso, estudiantes de secundaria y hasta de preparatoria ignoran quién fue este prohombre; cuándo nació este ilustre patriota mexicano, cuya vida tiene muchas similitudes con la azarosa vida de Abraham Lincoln, el hombre que rompió las cadenas de la esclavitud en Estados Unidos y que fuera asesinado cobardemente por un demente fanático de la esclavitud. Posiblemente, esta pudiera ser la única diferencia, porque Juárez murió de angina de pecho, como lo registra la historia.

Benito Juárez nació el 21 de marzo de 1806, en San Pablo Guelatao, Oaxaca. Sus padres fueron don Marcelino Juárez y doña Brígida García. Difíciles fueron los primeros pasos de Juárez por la vida, tanto por causa de su condición social como por la pérdida de sus padres y sus abuelos; su tío Bernardino se hizo cargo de su crianza y aun algo de su primera educación, tratando de enseñarle los rudimentos de la lectura. Lentos tenían que ser sus progresos en este camino, porque tenía que ayudar a su tío como pastor de un rebaño de ovejas, y así sólo la naturaleza, con su docencia inconsciente, podía enseñarle algo, y en efecto le enseñó un profundo amor a la vida sencilla, a la moderación de costumbres y también la situación de sus hermanos aborígenes. Su sentido musical lo condujo al uso de la flauta vernácula, hecha de carrizo, y con este instrumento distraía sus horas de soledad. Un día desapareció una de las ovejas de su rebaño, y ante el temor del castigo se fugó hacia Oaxaca en busca de su hermana Josefa, que servía como cocinera en la casa del italiano don Antonio Maza.

En Oaxaca, el pequeño Benito recibió el apoyo material y moral del señor Maza, patrón de su hermana, y gracias a él entró de ayudante de don Antonio Salanueva, un viejo franciscano que se ganaba la vida como encuadernador. Con él aprendió español e hizo progresos en la lectura, por supuesto que eran libros religiosos los que constituían la biblioteca de don Antonio Salanueva, entre ellos una “Vida de santos” cautivó al niño indígena, que ya desde antes había revelado su inquietud intelectual escuchando a la puerta de la escuela las lecciones que el maestro daba a sus alumnos. Salanueva fue su padrino de confirmación, y en cumplimiento de las obligaciones que le imponía su parentesco espiritual, ayudó al pequeño en su educación.

Ingresó a la escuela de José Domingo González, en donde aprendió a escribir. Era todavía el tiempo en que se usaba un viejo método que consistía en recitar una letanía para aprender el abecedario: Jesús y cruz, y lo que sigue es A; Jesús y cruz, y lo que sigue es B. Terminado el aprendizaje elemental, su padrino lo inscribió en el Seminario de Oaxaca. Para proveerlo de ropa, el franciscano se deshizo de sus sotanas viejas para que María Josefa las convirtiera en pantalones, y don Antonio Maza se desprendió también de sus camisas en desuso para que las llevara el seminarista.

La casa del señor Maza era la de Juárez, o por lo menos parte de ella, la cocina, en donde se albergaba en las horas y días feriados para conversar con su hermana. Una de las hijas de Maza, Margarita, tenía bondadosos ojos para el hermano de su sirvienta, de manera que Benito no se sentía humillado en aquel hogar. La señorita Maza sería, al correr de los años, la esposa del hijo, ya entonces ilustre, de San Pablo Guelatao.

En el Seminario, Juárez reveló plenamente su talento, mereciendo la calificación de excelente en Filosofía. Allí empezó el estudio de Teología, por complacer a su padrino, que estaba empeñado en consagrarlo al sacerdocio. A Juárez le repugnaba la carrera eclesiástica y obtuvo el permiso de aquél para estudiar la de Artes en vez de Teología Moral, que era el curso subsiguiente. En 1828, el Gobierno de México estableció en Oaxaca el Instituto de Ciencias y Artes, que daba acceso a todos los jóvenes sin distinción de clases ni de fortuna. Juárez ingresó en el contra la voluntad del buen franciscano, su protector. Como institución liberal que era, el Instituto de Ciencias y Artes fue objeto de acres y hasta calumniosas acusaciones de parte del elemento reaccionario de Oaxaca. Le llamaban casa de prostitución, hogar de herejes y libertinos. Allí Juárez encontró el ambiente adecuado a sus aspiraciones de cultura; profesores ilustrados le comunicaban su ciencia, en la carrera de abogado a que se preparaba. Dos autores influyeron en su formación política: Benjamín Constant y S.G. Rocio; pero quien más influyó fue Plutarco con sus inmortales “Vidas Paralelas”. Memorable fue el acto público que sustentó en 1829, defendiendo como tesis la “Independencia de los Poderes y la Opinión Pública como reguladoras”. Este acto público le dio notoriedad, que afirmó otro sustentado al año siguiente sobre “La elección directa”. Por entonces fue nombrado profesor auxiliar de Física. En el Instituto tuvo como compañero al joven Porfirio Díaz, que más tarde se distinguió como general de la Reforma y que, elevado a la Presidencia de la República, ejerció la dictadura durante treinta años.

En 1834, Juárez obtiene el título de abogado, y en 1847 se postula como candidato a la gubernatura, la cual gana y desempeña hasta 1852. Estos son los años en que el Patricio asciende de figura local a figura nacional: construye caminos, levanta escuelas primarias, abre escuelas normales, funda hospitales, ordena una estadística y un plano de la ciudad capital; maneja escrupulosamente los dineros del pueblo, como pobreza y no como riqueza que son; reduce a sentencias, aforismos, apotegmas, su pensamiento liberal: Libre, y para mí sagrado, el derecho de pensar…La instrucción es el fundamento de la felicidad social, es el principio en que descansan la libertad y el engrandecimiento de los pueblos. El 19 de junio de 1867, Juárez mandó fusilar a Maximiliano de Habsburgo, nombrado Emperador por los conservadores; lanza entonces el apotegma que lo inmortalizaría, que lo convertiría de héroe nacional en héroe de la humanidad: Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz. Extraordinaria, en verdad, es la vida de Benito Juárez, quien ocupó diversos cargos de representación popular hasta llegar a la Presidencia de la República, la cual desempeñó contra los avatares de su tiempo.

Al principio de este trabajo, dijimos que su vida sólo es comparable con la del presidente de Estados Unidos, Abraham Lincoln, por quien el oaxaqueño sentía una profunda admiración, y quien también se encontraba enfrascado en otra guerra libertaria, mientras que Juárez libraba la suya, por esta razón, Lincoln se vio imposibilitado de acudir en ayuda de las fuerzas patriotas mexicanas, sin embargo, ambos presidentes siempre tuvieron una aspiración común: la defensa de los derechos humanos. Este fue quizá el rasgo más sobresaliente que identificó a estos dos grandes hombres, su acendrado amor por los más débiles. Qué lástima que ya no haya hombres de la talla de un Benito Juárez y de un Abraham Lincoln, pues ahora ya no hay patriotas, sino patrioteros, o mejor aún, vende patrias.w

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