Por: José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo
En un pueblo como el nuestro de Acaponeta, donde no hace mucho la gente dormía en la calle para soportar el calor tan apabullante, donde las puertas y ventanas eran tan solo el pretexto para colocar marcos y cornisas en sus jambas y dinteles, como marca la buena arquitectura típica de la región y permanecían abiertas todo el año. En un pueblo como este en el cual nos ha tocado vivir y donde podíamos salir, algo alegres, de un baile a las cinco de la mañana, y la única preocupación era hallar menudo en el mercado “Ramón Corona”. Donde nuestros hijos y nosotros mismos andábamos por las calles con la seguridad que da la tranquilidad de un pueblo costumbrista como estos del norte nayarita, en un pueblo así, repito, las acciones que hemos visto en los últimos días nos llenan de un sentimiento que nunca habíamos tenido tan a flor de piel como hoy se nota en la sociedad entera de, no solo los siete municipios del norte, sino en realidad en toda la entidad, por supuesto me refiero al miedo.
En un pueblo como el nuestro de Acaponeta, donde no hace mucho la gente dormía en la calle para soportar el calor tan apabullante, donde las puertas y ventanas eran tan solo el pretexto para colocar marcos y cornisas en sus jambas y dinteles, como marca la buena arquitectura típica de la región y permanecían abiertas todo el año. En un pueblo como este en el cual nos ha tocado vivir y donde podíamos salir, algo alegres, de un baile a las cinco de la mañana, y la única preocupación era hallar menudo en el mercado “Ramón Corona”. Donde nuestros hijos y nosotros mismos andábamos por las calles con la seguridad que da la tranquilidad de un pueblo costumbrista como estos del norte nayarita, en un pueblo así, repito, las acciones que hemos visto en los últimos días nos llenan de un sentimiento que nunca habíamos tenido tan a flor de piel como hoy se nota en la sociedad entera de, no solo los siete municipios del norte, sino en realidad en toda la entidad, por supuesto me refiero al miedo.
El miedo de hoy, es muy notorio, se pinta en el rostro de la gente y no solo en sus actitudes naturales de defensa como voltear atrás para ver quién nos sigue. Miedo a la sombra que a veces se adelanta en el camino. El miedo se nota en el volumen de voz de los acaponetenses, de siempre bullangueros y salerosos, hoy, incluso en la intimidad del hogar se ocultan, disminuyen, se disimulan. A pesar de eso, se intenta ocultar un poco el temor tan desgastante con la fabricación de lo que será el día de mañana, una leyenda urbana más. Los rumores hoy forman parte de nuestro quehacer cotidiano, nombres y acciones, algunas fantasiosas y otras reales que superan cualquier imaginación desboradada, pues de esa manera nos distraemos de la terrible realidad de cuerpos descuartizados, cabezas humanas a las puertas de una escuela rural, del dolor de padres de familia, de amigos, de abuelos que no comprenden este mundo y sus demonios.
Hoy el miedo a la crisis económica y a la incertidumbre del desayuno de mañana, el miedo a la pobreza, a la cárcel, al ladrón que antes tenía solo cara de ladrón, el miedo a las enfermedades, han pasado a segundo término, ni siquiera se teme ya a la muerte, le tememos al propio miedo.
El hombre que tiene miedo sin peligro, inventa el peligro para justificar su miedo, dijo un pensador por ahí, acá el peligro es real, se palpa, está húmedo de sangre, ya que las muertes espantosas de algunos vecinos de Acaponeta, les llegó a nombres conocidos, al hijo del compañero de trabajo, a la persona que se saluda en la calle, al taxista que nos lleva o nos trae, simplemente al paisano con el que compartimos un espacio común que se llama Acaponeta.
El miedo ha venido a trastocar todo, los niños y jóvenes no tienen el permiso de sus padres para salir, los adultos la piensan para buscar la diversión de la noche y hasta los bailes y fiestas familiares se han visto canceladas o pospuestas para mejor ocasión. Los dueños de los bares la piensan para abrir, pues saben que nadie llegará. Algunos comercios cierran minutos antes de la hora habitual. Hasta las tradicionales cenadurías ven mermada la asistencia de los habituales parroquianos. La sonrisa ha dado paso a rostros sombríos y apesadumbrados.
Para concluir este comentario, lleno de miedo por cierto, repetiré una frase del escritor norteamericano Frank Patrick Herbert: “No conoceré el miedo. El miedo mata la mente. El miedo es el pequeño mal que conduce a la destrucción total. Afrontaré mi miedo. Permitiré que pase sobre mí y a través de mí. Y cuando haya pasado, giraré mi ojo interior para escrutar su camino. Allí por donde mi miedo haya pasado ya no quedará nada, sólo estaré yo”.
Hoy amigos y amigas, tenemos miedo, mucho miedo en Acaponeta.
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