12 marzo 2010

ENCUENTROS II

PRESENTAMOS NUEVA COLABORACIÓN LITERARIA DEL BRILLANTE JOVEN Y ESCRITOR, A. SANTIAGO PARRA GUTIÉRREZ

Llegas a la esquina, un par de humanos aprovechan el silencio y la oscuridad de la noche para refugiar sus labios entre sí, pasas apresurada y un foco amarillento rodeado de polillas está encendido al exterior de tu casa, afortunadamente todavía me esperan, te dices.

¡Toc! ¡toc!

-Alguien toca a la puerta, abre por favor- dice tu mamá, tú escuchas desde afuera, -debe ser ella, estas horas ya no son para andar fuera, sabe que debe llegar temprano- replica tu padre, -anda abre- dice por fin ella.

¿Y estas horas de llegar muchacha?

-Lo siento, pero el camión se detuvo unos instantes por que cayó en un bache y el chofer tuvo que bajarse a revisar la llanta, por eso me tarde, no estés pensando otras cosas por favor-

-Ya sabes hija, uno se preocupa por ti-

No tienes por qué papá ya soy grande yo me sé cuidar sola ¡eh! Mamá, necesito platicar contigo.

Y por qué conmigo no, ¿acaso no confías en tu padre?

Claro que sí papá- y le das un beso en la mejilla -esta bien, te preguntaré a ti, ¿crees en los fantasmas?

¡por dios niña! con lo que sales, -¿ves? por eso no quería decirte nada.

La charla entre ambos concluye y acudes a tu mamá, -no has respondido, sí escuchaste no te hagas- afirmas, -qué te diré hija, a mí nunca me ha sucedido algo fuera del otro mundo, nunca se me ha aparecido nada, pero, ¿porqué la pregunta?

Algo en ti no quiere revelar la razón, porque aquel suceso inmediato te cautivó de alguna manera, -solo preguntaba, porque hoy estuvimos platicando de eso. Me voy a dormir ya, tengo sueño, que pasen buenas noches- dices, -buenas noches- te contestan -recuerda que mañana es día de ir con la abuela- te recuerdan y asientas con un beso al aire.

Son las once horas y quince minutos, tus párpados son dos inmensas cortinas de acero que nada las detiene al cerrarse, te quedas pensando en el acontecimiento sucedido en el camión, piensas y vuelves a reproducir mentalmente todo el hecho y a fin de cuentas, vencida por el sopor titánico del sueño caes tiernamente en un letargo meloso y placentero.

Amanece, bajas, al parecer tus padres ya se han ido y te has quedado sola, que raro, siempre me hablan, te dices, desayunas, recuerdas que debes ir con tu amiga por que el día de ayer habían quedado de hacer una tarea, tomas tus libros, las llaves, cierras las puertas y te vas. El sol de la mañana termina por quitarte el sueño y ahora tus párpados son un par de trozos de velo de seda ingrávida que se abren fácilmente, te diriges a la esquina de tu casa, las golondrinas nublan el cielo, se escucha el trinar de las aves y los fotones de la luz del sol te tocan sin sentirlo cálido, como el de las doce del día, llegas y bajo la sombra de un árbol, frente a la calle, obervas a un sujeto escribiendo con lágrimas en sus ojos, a su lado un par de camellos de circo tomando agua en polvo y un par de gitanos hablando Caló:
-"Lachón chibeses" (Buenos días)
-Chamuya ostre or caló? (¿Habla usted el caló?)
Unga, yes flime (Sí, un poco...)

Se aproxima aquella bestia de metal añeja y oxidada por el inevitable paso del tiempo, acudes de inmediato a la puerta y subes, pagas y tú te sientas en el mismo lugar de siempre, esta escena indudablemente te recuerda a la del día anterior, giras hacia atrás y ves una parvada de adolescentes explotanto en risa ante cualquier percance que se presente, hoy no miras aquel rostro familiar, aquella mirada magnética, aquellos ojos místicos que observaban la plateada luna. Absorta miras el paisaje de asfalto anexo al camino que conduce hacia la casa de tu amiga sin darte cuenta que en el asiento contiguo al tuyo se ha aproximado alguien:
-Disculpa, ¿esta ocupado?- te interrumpe y te extrae de tu mente en blanco -no, puede sentarse- contestas sin voltear -gracias- replica aquel joven que no pasaba de los veinticinco años;

-¿Cuál es tu nombre?-tú no contestas y pasas desapercibido aquel intento de socialización de su parte.
Mi nombre es... Disculpa, no quiero ser mal educada, pero no suelo platicar con personas extrañas- te afianzas a que termine su frase, mirando embelecida los árboles de la avenida.

Perdón mi intención no era molestarte- se aleja silenciosamente, ya no percibes su presencia, giras hacia atrás para ver su figura y nada, un vacío universal ocupa tu pecho, porque aquella voz te hizo sentir segura después de haberla escuchado, giras tu cabeza hacia la derecha y ahora él te mirá desde abajo y te sonríe, aquel mismo que habías visto el día anterior.

Son las doce horas con cero minutos, abres tus ojos de golpe ante tan peculiar escena, un hilillo de agua surca tu frente y tu respiración está agitada, cinco minutos después has vuelto a dormir.

1 comentario:

Blanca dijo...

Felicidades, Santiago