Por: José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo
Hace unos días fui invitado a una reunión a que convocó la coordinación de eventos cívicos del Ayuntamiento de Acaponeta, el tema era la organización del próximo desfile del 20 de noviembre. Entre otros tópicos, el que encabezaba la reunión, quiso conocer la opinión de los presentes, casi todos directores de escuela o representantes de centros escolares, sobre los futuros festejos del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución. Finalmente no se llegó a concretar nada y no hubo acuerdos, pero pretendí proponer, para fecha posterior, la organización de conferencias o mesas de debates sobre contenidos históricos de estos dos hechos tan significativos para todos los mexicanos.
La historia, dice la máxima, la escriben los vencedores y en México, luego de la revolución de principios de siglo XX, más concretamente alrededor de 1929 al triunfo de los generales sonorenses y su llegada al poder, se comenzó a escribir la historia de los vencedores, ante la impotencia de los vencidos y la credulidad de la población. El gobierno se convirtió en partido político y más maleable se hizo la crónica de la nación, surgiendo a conveniencia de unos, beneficio de otros y provecho de algunos mandamases, hechos y héroes de dudosa veracidad histórica. Muchos de los personajes que a lo largo de los años conocimos en las aulas de clase, libros de texto o las charlas con los mayores, y que, nos recalcaban, construyeron el país, hoy no resisten el escrutinio riguroso de la objetividad científica, de la investigación minuciosa del pasado que estudia seres de carne y hueso y no semidioses intocables que nunca se equivocan.
Se habrá dado cuenta el amable lector que recientemente Antonio Tello, lanzó en su página de Fecebook, la duda de la realidad histórica de los Niños Héroes. Me llamó la atención la gran respuesta de la gente que no fácilmente se traga el cuento de unos niños dioses, que ni eran infantes y menos se llenaron de gloria. Así como ellos hay muchas figuras que nos miran desde elevados Montes Olimpo. Un ejemplo muy claro es Benito Juárez, máxima figura del panteón mexicano, al cual le hemos dado el trato de Dios y, lo más interesante es que fue un hombre, como Usted o como yo amable radioescucha. Un señor que tuvo, como todos, sus grandes y aún admirados aciertos, pero también, no sería raro, sus yerros, como ese ominoso tratado de McLane-Ocampo, que a los ojos de la realidad y con el rigor del análisis histórico, bien pudo ser considerado como una traición a la patria, pues regalaba medio país a Estados Unidos.
La propuesta de su servidor, amigos y amigas, para nuestros municipios, sería que previo a la llegada de los festejos del bicentenario y centenario, se organizaran esas mesas de debates, paneles o conferencias sobre nuestra historia, pero con objetividad, sin compromisos políticos y apegados a la verdad, por dura que sea, dándole a cada quien su dimensión de hombres y no de semidioses, así se rescatarían también del infierno a donde los han lanzado a personajes como Maximiliano, Iturbide, Porfirio Díaz o el nayarita Manuel Lozada, tan satanizados por la historia oficial.
Hace unos días fui invitado a una reunión a que convocó la coordinación de eventos cívicos del Ayuntamiento de Acaponeta, el tema era la organización del próximo desfile del 20 de noviembre. Entre otros tópicos, el que encabezaba la reunión, quiso conocer la opinión de los presentes, casi todos directores de escuela o representantes de centros escolares, sobre los futuros festejos del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución. Finalmente no se llegó a concretar nada y no hubo acuerdos, pero pretendí proponer, para fecha posterior, la organización de conferencias o mesas de debates sobre contenidos históricos de estos dos hechos tan significativos para todos los mexicanos.
La historia, dice la máxima, la escriben los vencedores y en México, luego de la revolución de principios de siglo XX, más concretamente alrededor de 1929 al triunfo de los generales sonorenses y su llegada al poder, se comenzó a escribir la historia de los vencedores, ante la impotencia de los vencidos y la credulidad de la población. El gobierno se convirtió en partido político y más maleable se hizo la crónica de la nación, surgiendo a conveniencia de unos, beneficio de otros y provecho de algunos mandamases, hechos y héroes de dudosa veracidad histórica. Muchos de los personajes que a lo largo de los años conocimos en las aulas de clase, libros de texto o las charlas con los mayores, y que, nos recalcaban, construyeron el país, hoy no resisten el escrutinio riguroso de la objetividad científica, de la investigación minuciosa del pasado que estudia seres de carne y hueso y no semidioses intocables que nunca se equivocan.
Se habrá dado cuenta el amable lector que recientemente Antonio Tello, lanzó en su página de Fecebook, la duda de la realidad histórica de los Niños Héroes. Me llamó la atención la gran respuesta de la gente que no fácilmente se traga el cuento de unos niños dioses, que ni eran infantes y menos se llenaron de gloria. Así como ellos hay muchas figuras que nos miran desde elevados Montes Olimpo. Un ejemplo muy claro es Benito Juárez, máxima figura del panteón mexicano, al cual le hemos dado el trato de Dios y, lo más interesante es que fue un hombre, como Usted o como yo amable radioescucha. Un señor que tuvo, como todos, sus grandes y aún admirados aciertos, pero también, no sería raro, sus yerros, como ese ominoso tratado de McLane-Ocampo, que a los ojos de la realidad y con el rigor del análisis histórico, bien pudo ser considerado como una traición a la patria, pues regalaba medio país a Estados Unidos.
La propuesta de su servidor, amigos y amigas, para nuestros municipios, sería que previo a la llegada de los festejos del bicentenario y centenario, se organizaran esas mesas de debates, paneles o conferencias sobre nuestra historia, pero con objetividad, sin compromisos políticos y apegados a la verdad, por dura que sea, dándole a cada quien su dimensión de hombres y no de semidioses, así se rescatarían también del infierno a donde los han lanzado a personajes como Maximiliano, Iturbide, Porfirio Díaz o el nayarita Manuel Lozada, tan satanizados por la historia oficial.
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