A nuestros gobiernos les encanta compararse con otros países, siempre a conveniencia y a su favor, sobre todo, si de dar estadísticas negativas se trata, regularmente resulta que si acá algo tiene indicativos muy bajos o números rojos, en Timbuctú están peor, nos dicen. Si aquí el desempleo llega a casi tres millones de mexicanos, en Samarcanda, nos remarcan, están peor, pues hay diez desocupados más. Mal de muchos, consuelo de tontos. Por el contrario, cuando hay cosas positivas o buenas en otras regiones, nunca nos comparan, casi siempre nos enteramos por los medios, tal es el caso de Finlandia, donde hoy sabemos que, constitucionalmente, se ha garantizado el uso del internet gratuito para todos sus pobladores, cosa que acá es un sueño lejanísimo.
El gobierno federal pretende, ahora con el voto de los diputados, gravar con un 3% el uso de las telecomunicaciones, esencialmente telefonía, fija o celular, internet y televisión por cable, impuesto que parece poco, pero no lo es tanto si consideramos que se suma a los que ya pagábamos.
En los pueblos como Acaponeta, desde donde los estamos saludando, la gente no entiende el por qué de ese castigo: primero, se restringe con ese gravamen, el uso de la tecnología en un planeta, increíblemente tecnificado. Particularmente no logro entender como el gobierno federal, diseña nuevos modelos educativos, reformas integrales en los diferentes niveles escolares que proponen la educación y el proceso de enseñanza-aprendizaje por competencias, privilegiando el uso de computadoras y el manejo de la red de internet y por otro lado, se aplique tan desigual impuesto. Los estudiantes quedan bailando y confundidos.
Nuestras comunidades, no tienen cines, ni teatros y los presupuestos de los ayuntamientos con trabajos pueden pagar las nóminas, dejando de lado la actividad cultural, por lo que prácticamente no hay más distracción que la televisión. Desgraciadamente, no hay transmisores, antenas o los ingenios necesarios para bajar la señal de televisión abierta y con mucha dificultad se logran ver dos, cuando mucho tres canales de televisión y eso si dan juntos algunos milagros, por lo que a la gente no le queda más que pagar el telecable, que sabiendo eso, se aprovecha del monopolio local y hace y deshace sin pedir la opinión de la teleaudiencia, o sea sus clientes cautivos; de hecho en unas cuantas semanas, han comenzado a anunciar, subirán la tarifa de manera criminal de entre 20 ó 30 pesos, sin contar el impuesto que ya se ha anunciado.
El teléfono celular, hace unos años un lujo o una forma de presumir de pudiente, se ha transformado en una necesidad muy difícil de dejar de lado.
Nos piden a todas horas que seamos modernos, que entremos de lleno al mundo del siglo XXI, que estamos en los umbrales de ser una nación competitiva y digna de pertenecer al añorado primer mundo, que nos globalicemos, y mientras mascan esos discursos, nos dan la puñalada trapera de un impuesto que nos desanima y nos hace reflexionar sobre el ahora privilegio de tener internet, teléfono, celular y telecable en casa. Cómo dice el personaje de Derbez, que alguien me explique. (PEPE MORALES)
El gobierno federal pretende, ahora con el voto de los diputados, gravar con un 3% el uso de las telecomunicaciones, esencialmente telefonía, fija o celular, internet y televisión por cable, impuesto que parece poco, pero no lo es tanto si consideramos que se suma a los que ya pagábamos.
En los pueblos como Acaponeta, desde donde los estamos saludando, la gente no entiende el por qué de ese castigo: primero, se restringe con ese gravamen, el uso de la tecnología en un planeta, increíblemente tecnificado. Particularmente no logro entender como el gobierno federal, diseña nuevos modelos educativos, reformas integrales en los diferentes niveles escolares que proponen la educación y el proceso de enseñanza-aprendizaje por competencias, privilegiando el uso de computadoras y el manejo de la red de internet y por otro lado, se aplique tan desigual impuesto. Los estudiantes quedan bailando y confundidos.
Nuestras comunidades, no tienen cines, ni teatros y los presupuestos de los ayuntamientos con trabajos pueden pagar las nóminas, dejando de lado la actividad cultural, por lo que prácticamente no hay más distracción que la televisión. Desgraciadamente, no hay transmisores, antenas o los ingenios necesarios para bajar la señal de televisión abierta y con mucha dificultad se logran ver dos, cuando mucho tres canales de televisión y eso si dan juntos algunos milagros, por lo que a la gente no le queda más que pagar el telecable, que sabiendo eso, se aprovecha del monopolio local y hace y deshace sin pedir la opinión de la teleaudiencia, o sea sus clientes cautivos; de hecho en unas cuantas semanas, han comenzado a anunciar, subirán la tarifa de manera criminal de entre 20 ó 30 pesos, sin contar el impuesto que ya se ha anunciado.
El teléfono celular, hace unos años un lujo o una forma de presumir de pudiente, se ha transformado en una necesidad muy difícil de dejar de lado.
Nos piden a todas horas que seamos modernos, que entremos de lleno al mundo del siglo XXI, que estamos en los umbrales de ser una nación competitiva y digna de pertenecer al añorado primer mundo, que nos globalicemos, y mientras mascan esos discursos, nos dan la puñalada trapera de un impuesto que nos desanima y nos hace reflexionar sobre el ahora privilegio de tener internet, teléfono, celular y telecable en casa. Cómo dice el personaje de Derbez, que alguien me explique. (PEPE MORALES)
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