Por: José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo
Hace unos días, subí al Cerro de la Glorieta, que no es otra cosa que aquel afamado "Paseo Oriente" y que hoy es un mirador excepcional que se encuentra en el total abandono. Siempre en estos casos volteamos a ver a la autoridad municipal, que es en parte responsable del deterioro de algunos espacios públicos, sin embargo, no hay que dejar pasar la oportunidad de comentar que también nosotros como ciudadanos, permitimos que sucedan cosas como esta y caigamos en la apatía, dejando que el deterioro crezca y el tiempo transcurra agravando la situación. No hemos hecho de estos lugares, espacios con significados, donde resaltemos su historia, su simbolismo y se conviertan en sitios donde permea la identidad que tanto necesitamos como pueblo.
El Cerro de la Glorieta tiene un importante significado histórico para Acaponeta, ya que en sus faldas, nació en Acaponeta que se trasladó, debido a las inundaciones, de la margen izquierda del río Acaponeta, al lugar donde hoy nos hallamos, precisamente en la margen derecha. Las viejas crónicas refieren que en septiembre de 1757, el hermano río enfureció una vez más y devastó a la incipiente comunidad, por lo que las autoridades, frailes, indios y pobladores determinaron cambiar de una vez por todas al pueblo y protegerlo de los embates de la naturaleza, por lo que se traladó al pueblo a las faldas de lo que hoy conocemos como Cerro de la Glorieta, por ser un lugar elevado.
En 1880, el entonces párroco Don Gregorio Alatorre, decide construir el Santuario de Guadalupe en el mencionado cerro y manda rebajar la cúspide del mismo y emparejar una especie de meseta --labor que fue muy difícil--, colocando los cimientos del pretendido edificio y la primaria estructura del templo. Los diferentes sucesos bélicos que por desgracia cayeron en Acaponeta, destruyen estos intentos y sirven de improvisadas fortificaciones para los rijosos. Años después, el progreso en forma de ferrocarril, destruyen buena parte de esas laderas para dar paso a las vías de la llamada "punta de fierro", perdiéndose también algunas de las primeras casas de esta ciudad. En los años 20 del siglo pasado, la autoridad municipal adjudicó ese predio a particulares para la instalación de una cantina, lo que provocó molestias en la ciudadanía que se oponía a tal desaguisado; principalmente de la oposición de la familia Solersi, quienes pagaban impuestos sobre ese espacio. Finalmente la cantina se montó y con el tiempo se transformó en una sala de baile, de muy buenas referencias y donde se suscitaban toda clase de pleitos y broncas de borrachines, haciéndose de mala fama y donde incluso de hablaba de muertos, heridos y gambusinos robados que rodaban por la ladera hacia el río, empujados por los malandrines. Este lugar era regenteado por Heriberto "El Güero" Pimienta, que por cierto fue mediador entre el Pillaco Mayorquín y el gobierno federal, en el conflicto cristero y medio hermano del General Juventino Espinosa Sánchez. Ese señor Pimienta tenía de cantinero a un "Chito Pelón" muy popular.
Después, durante el gobierno de Rodolfo Antonio Sáizar Quintero, se remodeló el lugar, se cercó su perímetro, se construyeron sus amplias escalinatas de piedra, se levantaron atractivas arcadas y se colocaron juegos infantiles, conviertiendo el lugar de nueva cuenta en un paseo familiar. Luego vecinos del lugar, retomaron la idea de construir en el lugar una capilla, que fue la idea original del Padre Gregorio, misma que aún existe ahí arriba, pero en franco deterioro y descuido.
Hoy, lo que pudiera ser un estupendo mirador, ya que desde su altura de contempla casi la totalidad del pueblo hacia la zona centro y el oriente, incluyendo una vista completa del Coatépetl, el malecón sobre el río, el río mismo, el puente del ferrocarril y el valle que media entre el pueblo y la Sierra Madre Occidental, es un espacio descuidado, enmontado, donde las hierbas crecen enredándose en la malla ciclónica perimetral que impiden la vista hacia abajo y en general se nota un abandono de autoridades y vecinos, que deja mucho que desear.
Es una pena que tengamos en Acaponeta lugares como este y no se les dé el realce que merecen o, como en este caso, convertirlos en agradables paseos familiares, sitios de esparcimiento cultural, pues su escalinata de roca es ideal para hacer callejoneadas, encuentros bohemios, tertulias poéticas u obras de teatro; o bien simples atractivos que atraigan al turismo que ocasionalmente aquí cae.
Aboquémonos al rescate de este maravilloso sitio dentro de la ciudad, a la que tantos espacios de esparcimiento le hacen falta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario