EL INGENIOSO HIDALGO, DON MOJADO DE LA MANCHA
Por Juan Gaspar
Dice la canción: “¿Cuándo han sabido que un doctor o un ingeniero se haya ido de mojado para poder progresar, o que un cacique deje tierras y ganado, pa' cruzar el río Bravo, eso nunca lo verán... Pero yo acá en tierras del Tío Sam, tengo de amigos tres o cuatro maestros mexicanos, una abogada colombiana, una doctora ecuatoriana, dos empleados argentinos que viven como exiliados desde hace muchos años, y la lista continúa. Claro, igual conozco gente pobre que salió de su comunidad sin conocer siquiera una letra de español. Y supe de un nayarita, que luego fue alcalde de Xalisco. Se vino al norte para hacer dinero y poder pagar su campaña. A la postre resultaría triunfador de las elecciones. Hay mojados de todos sabores y colores, formación, escolaridad, gustos, aficiones, motivaciones políticas e ideológicas, todos con el sueño de una vida mejor. Los mojados no son exactamente una turba de campesinos gorrudos o enhuarachados con su morral al hombro, ni son todos ignorantes o pelafustanes sin ápice de educación o con una personalidad estilo Pito Pérez, el Chicote o el Chelelo. Somos gente de gustos algo lights, somos supremos, hemos desafiado el peligroso cerco policíaco que utiliza los más fieros mastines de la seguridad nacional gringa. Y somos muy creativos. Vaya un ejemplo; Don Matías nos alegró el camino; con una hojita de planta entre los labios, instrumental tan barato pero muy difícil de ejecutar, interpretaba el “Cielito lindo” de manera magistral. No se diga: “La barca de Guaymas”. De plano nos hizo chillar. El Norris, el guía, chiflaba mejor que Pedro Infante, no sólo el Amorcito Corazón sino también la canción del Venado o el Baile del Perro. Se escuchaba superior a Wilfrido Vargas y Mike Laure juntos. El Norris sí que sabe chiflar y andar en la procesión. Se aventó un “solo de jeta” como él decía, con el tema de amor de la película El Titanic. Y hasta el famoso “Dixieland” versión para mariachi a trompeta de carrillo inflado. Somos gente excéntrica.
El Chicastrón, alias que le sobrevino desde la niñez, personaje público, monaguillo en su pueblo de San Isidro, de maxilar protuberante y labios más abultados que Johnny Laboriel (sin botox) o sea, algo trompudito, el amigo Chicastrón, Serapio, le llamaba yo por su nombre, él simplemente me pedía: profe, mejor llámeme el Chicastrón, tiene la extraña habilidad de hablar al derecho y al revés, así como cuando se te friega la cinta del cassete y la volteas, o como cuando se escucha la banda sonora de un disco, pero al revés. Si tú le preguntas como está, él te dice: neib, yum neib im ogima. No sabe gran cosa de sintaxis o prosodia, pero se divierte traduciendo cuanta frase escucha a un lenguaje que parece árabe, mezclado con angoleño, huichol, arameo o chino mandarín. Tal vez termine de intérprete en alguna embajada, traduciendo zulú al tibetano o sánscrito al papagayo. Volviendo políglotas a los pericos o enseñando marciano a las cacatúas y loros merolicos.
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