Hoy me fui al desfile a tomar fotos y sin querer queriendo como dice el Chavo del 8, desfilé con los alumnos y docentes de la Unidad Académica Preparatoria No. 3 (FOTO) y créamelo amigo lector, fue enriquecedor y seguramente bueno para mi salud.
A mi mente irremediablemente llegaron los recuerdos de una ya lejana juventud en la que tuvimos que desfilar para algún acto cívico, o hasta festejando la llegada de la primavera, donde las madres y las educadoras nos vestían de flor, mariposa o algo peor y más parecíamos un mercado de piñatas que parvulitos sanos y traviesos. Era sin duda, siendo niño, una emoción participar en un desfile y quizá menos interesante que la navidad, pero igual de emotivo y esperado. Recuerdo como si hubiera sido ayer cuando desfile por las calles de mi colonia en la zona metropolitana de la Ciudad de México, en un triciclo ricamente adornado con globos y papel de china de colores. Ya adolescente, entra uno en la “edad de la choca” como llamaban unas queridas tías a la pubertad y la etapa donde cambia uno de voz y de estado de ánimo. A esa edad, siempre es una pega desfilar y ser visto por los miles de personas que se arriman a las banquetas con sillas o improvisadas jabas que sirven de asiento, para admirar en ratos las evoluciones gimnásticas de algunos o repudiar de plano lo tardado y en ratos enfadoso que es un desfile.
Arrecian los aplausos para los chicos que son aventados en mantas al aire por seis o siete compañeros, que elevan a los más flacos y pequeños hasta por cinco metros de altura ante el regocijo del respetable, que por otro lado se aburre de las mismas rutinas o tablas gimnásticas de algunas escuelas con docentes sin imaginación. Otro gran éxito en los desfiles, acá en Acaponeta, son los jóvenes boxeadores que en improvisado ring formado por sus compañeros se trenzan a porrazos en medio del griterío.
Llaman la atención los pequeñines de los jardines de niños, unos vestidos de manta, huarache y caballo de palo como Zapata, otros barbones y canosos de talco como Carranza, bigotones como Obregón o bien trajeados y encorbatados tal como noveles Madero, en el calor que arrecia conforme avanza la mañana y la columna de la parada cívica y deportiva, todos ellos rodeados de preciosas adelitas. Muy aplaudidos también los miembros de la Tercera Edad, que se avientan el recorrido bailando y bromeando con los espectadores y las autoridades frente al palacio municipal.
Dos grupos que no iban a desfilar, por lo que yo llamo un malentendido entre particulares y la autoridad, finalmente lo hicieron, dieron la agradable sorpresa y gustaron mucho, se trata del gimnasio Batista del amigo Rodolfo "El Rarra" Alduenda (FOTO) --a quien acusaron a anunciar su negocio a lo largo del desfile--; que además de los forzudos de siempre y las bellas que los acompañan, llevaron el mensaje de que el alcohol y el volante no combinan, con un auto chocado arrastrado por una grúa, lleno de conocidos teporochitos de la ciudad bañados en salsa roja simulando sangre, que también muy alegres y faroleados --pachita de Tonayan en mano--, participaron del aniversario 99 de la Revolución Mexicana (FOTO). El otro grupo fue el de los hombres de a caballo, que también luego de varias semanas de dimes y diretes, fueron admitidos en el desfile mismo que cerraron, al cual sin duda dieron lustre, pues hay que reconocer que tenían razón, la Revolución se hizo a ancas de caballo. (FOTO)
Tenis y uniformes nuevos, estudiantes bien peinados, melodías de todo tipo, gente, mucha gente en las calles, olvidándose por un momento de crisis económicas y grillas partidistas.
En fin amigos, vimos mucho color, música, cohetería, risas, guapísimas chicas; enojos y molestias, pues como todos los años, los de adelante no dejan ver a los de atrás, que en ocasiones madrugan para ganar lugar. Los desfiles, no me cabe duda crean identidad. (PEPE MORALES)
A mi mente irremediablemente llegaron los recuerdos de una ya lejana juventud en la que tuvimos que desfilar para algún acto cívico, o hasta festejando la llegada de la primavera, donde las madres y las educadoras nos vestían de flor, mariposa o algo peor y más parecíamos un mercado de piñatas que parvulitos sanos y traviesos. Era sin duda, siendo niño, una emoción participar en un desfile y quizá menos interesante que la navidad, pero igual de emotivo y esperado. Recuerdo como si hubiera sido ayer cuando desfile por las calles de mi colonia en la zona metropolitana de la Ciudad de México, en un triciclo ricamente adornado con globos y papel de china de colores. Ya adolescente, entra uno en la “edad de la choca” como llamaban unas queridas tías a la pubertad y la etapa donde cambia uno de voz y de estado de ánimo. A esa edad, siempre es una pega desfilar y ser visto por los miles de personas que se arriman a las banquetas con sillas o improvisadas jabas que sirven de asiento, para admirar en ratos las evoluciones gimnásticas de algunos o repudiar de plano lo tardado y en ratos enfadoso que es un desfile.
Arrecian los aplausos para los chicos que son aventados en mantas al aire por seis o siete compañeros, que elevan a los más flacos y pequeños hasta por cinco metros de altura ante el regocijo del respetable, que por otro lado se aburre de las mismas rutinas o tablas gimnásticas de algunas escuelas con docentes sin imaginación. Otro gran éxito en los desfiles, acá en Acaponeta, son los jóvenes boxeadores que en improvisado ring formado por sus compañeros se trenzan a porrazos en medio del griterío.
Llaman la atención los pequeñines de los jardines de niños, unos vestidos de manta, huarache y caballo de palo como Zapata, otros barbones y canosos de talco como Carranza, bigotones como Obregón o bien trajeados y encorbatados tal como noveles Madero, en el calor que arrecia conforme avanza la mañana y la columna de la parada cívica y deportiva, todos ellos rodeados de preciosas adelitas. Muy aplaudidos también los miembros de la Tercera Edad, que se avientan el recorrido bailando y bromeando con los espectadores y las autoridades frente al palacio municipal.
Dos grupos que no iban a desfilar, por lo que yo llamo un malentendido entre particulares y la autoridad, finalmente lo hicieron, dieron la agradable sorpresa y gustaron mucho, se trata del gimnasio Batista del amigo Rodolfo "El Rarra" Alduenda (FOTO) --a quien acusaron a anunciar su negocio a lo largo del desfile--; que además de los forzudos de siempre y las bellas que los acompañan, llevaron el mensaje de que el alcohol y el volante no combinan, con un auto chocado arrastrado por una grúa, lleno de conocidos teporochitos de la ciudad bañados en salsa roja simulando sangre, que también muy alegres y faroleados --pachita de Tonayan en mano--, participaron del aniversario 99 de la Revolución Mexicana (FOTO). El otro grupo fue el de los hombres de a caballo, que también luego de varias semanas de dimes y diretes, fueron admitidos en el desfile mismo que cerraron, al cual sin duda dieron lustre, pues hay que reconocer que tenían razón, la Revolución se hizo a ancas de caballo. (FOTO)
Tenis y uniformes nuevos, estudiantes bien peinados, melodías de todo tipo, gente, mucha gente en las calles, olvidándose por un momento de crisis económicas y grillas partidistas.
En fin amigos, vimos mucho color, música, cohetería, risas, guapísimas chicas; enojos y molestias, pues como todos los años, los de adelante no dejan ver a los de atrás, que en ocasiones madrugan para ganar lugar. Los desfiles, no me cabe duda crean identidad. (PEPE MORALES)
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