Por J. Jose Gaspar G.
-Córranle, Córranle, Güey…agáchense, agáchense, ching…otra vez nos torcieron !!!
-Córranle, Córranle, Güey…agáchense, agáchense, ching…otra vez nos torcieron !!!
Yaaaa…Yaaaaaa !!! …No puedo mas, Ayyyy! !!!... Yo aquí me quedo… La herida del pie saturada de pus que impide a Serafín Benítez caminar, se hace mas notoria por la fetidez que emana y llega como un golpe que revuelve el estómago. Benítez es un habitante más del canal de desagüe de Tijuana, una colonia subterránea de inmigrantes, casi todos deportados, que han hecho de las alcantarillas o los huecos en la tierra su nuevo hogar, mientras persisten en su obsesiva idea de cruzar la frontera hacia el País del Norte.
El lugar es húmedo, plagado de ratas y desechos. Tras las compuertas del desagüe, los migrantes acondicionan llantas sobre las que ponen pedazos de cartón para formar sus camas. Desde estos catres se puede ver la barda metálica que divide las pobres barriadas de Tijuana de los portentosos centros comerciales de San Diego. A la estrepitosa música que llega desde las cantinas de Tijuana, entre estos charcos de aguas negras, casi siempre se le suman los gemidos de un migrante quejándose. La madrugada del sábado, era Serafín quien se revolcaba de dolor. Casi un mes atrás se encajó un clavo en el talón del pie y hoy la herida es del tamaño de una pelota de golf, hedionda y saturada de pus.
--"Aguanta, yo sé que te duele, pero ya casi acabo", le recomienda Roger Martínez , de la organización Ángeles del Desierto, un grupo que al menos una vez por mes visita esta zona para curar y alimentar a los migrantes. Pero Serafín suplica que pare. El dolor es insoportable. Sus compañeros lo sujetan, mientras ven brotar la pus de su pie. Otros prefieren observar la escena desde lejos. Todos acaban de comer torta de frijoles, una bebida de atole de arroz que los voluntarios de Ángeles del Desierto les acaban de dar. Ninguno muestra sentir náuseas, estas escenas y otras peores les han tocado vivir…
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