Relata un viejo cuento árabe que una caravana de mercaderes y peregrinos, cruzaba con dificultad el peligroso y candente desierto, vieron a lo lejos que un veloz jinete se acercaba raudo hasta donde ellos estaban. Ya de cerca, con espanto y horror, los beduinos se dieron cuenta que aquella esquelética criatura, con cara de odio y repulsiva, era la peste que se dirigía a la ciudad de Damasco a sembrar la muerte y dolor. Uno de los mercaderes, no sin miedo le preguntó:
-“¿Hacia dónde te diriges, por qué llevas tanta prisa?
-Voy a Damasco, respondió el espectro, a cobrarme un millar de vidas.-- Dicho esto, el caballo de tan singular y desagradable jinete, reanudó al marcha, entre el polvo que levantaba el corcel, igual de siniestro que su amo.
La caravana, también siguió su camino y al paso de los días, alcanzaron la Ciudad de Damasco, donde apreciaron que efectivamente la peste, ahí había estacionado, dejando un total de 50 mil muertes. El árabe que conversó con la peste, quedó sumamente sorprendido e indignado por la acción, ya que la peste había dicho que solo mil muertes tomaría para sí, y en realidad fueron 50 veces más. Tiempo después, en otra peregrinación, la misma caravana, volvió toparse con la peste y el comerciante la reclamó su falta de palabra.
— ¡Ya sé que en Damasco te cobraste 50.000 vidas, le espetó en el feo rostro, no el millar que me habías dicho! No sólo causas la muerte, sino que además tus palabras están llenas de falsedad.
-No, le dijo la peste, yo solo maté a los mil que ofrecí, al resto los mató el miedo.
Esta historia, oriental y tradicional, me recuerda un poco a lo sucedido en nuestras tierras con las pestes de la influenza y el dengue, fue más grave el daño que produjo la desinformación, los chismes de banqueta, los dimes y diretes de la imaginación popular generados por el miedo, que el verdadero daño biológico y médico. Ante una autoridad que por momentos pareció la caravana de los árabes, que solo vieron como pasó la peste montada en caballo, ya cuando estaba encima de ellos. El pueblo se tornó temeroso, desconfiado y se fue por lo más fácil, imaginar historias de terror, muertes que no eran y llenar en caóticos momentos los centros de salud oficiales, los cuales materialmente no se dieron abasto para atender una población asustada y en ratos paranoica, pues cualquier estornudo era motivo de pensar en la influenza, magnificada por el gobierno federal y sus tapabocas, o el dengue, que en Nayarit, llegó a records históricos, estando por momentos como el estado con mayor incidencia en el país, pasando en el mes de octubre del octavo lugar nacional al segundo, desplazando a Colima y quedando a la par de Veracruz. El miedo, hace que los hombres esperen los peor, eso nos sucedió en el norte de Nayarit, ante tantos casos que pasaban por nuestras narices y que afectó a los amigos, a los familiares, a los vecinos, a los estudiantes, a los comerciantes y al más bragado deportista, el miedo, hizo más daño que la misma enfermedad, tal como en cuento de la peste.
Y es que el miedo crecía ante tanta cosa que veíamos que los diferentes gobiernos hacían o no hacían. Se habló de vacunas “patito”, de soluciones al vapor, de la mentira gubernamental, de las estadísticas manejadas a conveniencia; todo eso aunado a la violencia callejera tan terrible, hizo que los mexicanos y más los que vivimos en zonas endémicas como estos pueblo tropicales y costeros de Nayarit, logró, decía, que la ciudadanía viera afectada su tradicional calidez y solidaridad. Somos ahora un pueblo de desconfiados y temerosos seres afectados por la verdad desastrosa de una realidad que choca con la visión soñadora y guajira de gobiernos parlanchines. Hasta nos han dicho que no existe en Nayarit rezago en las consultas y atención médica. Pregúntenle a los pacientes, que en verdad han sido eso, pacientes y aguantadores, haciendo largas y tediosas filas o como esas señoras que fueron engañadas sobre el cáncer de mama y hoy sufren penosas calamidades. El miedo, la simulación y la negligencia son peor que cualquier virus. (PEPE MORALES)
-“¿Hacia dónde te diriges, por qué llevas tanta prisa?
-Voy a Damasco, respondió el espectro, a cobrarme un millar de vidas.-- Dicho esto, el caballo de tan singular y desagradable jinete, reanudó al marcha, entre el polvo que levantaba el corcel, igual de siniestro que su amo.
La caravana, también siguió su camino y al paso de los días, alcanzaron la Ciudad de Damasco, donde apreciaron que efectivamente la peste, ahí había estacionado, dejando un total de 50 mil muertes. El árabe que conversó con la peste, quedó sumamente sorprendido e indignado por la acción, ya que la peste había dicho que solo mil muertes tomaría para sí, y en realidad fueron 50 veces más. Tiempo después, en otra peregrinación, la misma caravana, volvió toparse con la peste y el comerciante la reclamó su falta de palabra.
— ¡Ya sé que en Damasco te cobraste 50.000 vidas, le espetó en el feo rostro, no el millar que me habías dicho! No sólo causas la muerte, sino que además tus palabras están llenas de falsedad.
-No, le dijo la peste, yo solo maté a los mil que ofrecí, al resto los mató el miedo.
Esta historia, oriental y tradicional, me recuerda un poco a lo sucedido en nuestras tierras con las pestes de la influenza y el dengue, fue más grave el daño que produjo la desinformación, los chismes de banqueta, los dimes y diretes de la imaginación popular generados por el miedo, que el verdadero daño biológico y médico. Ante una autoridad que por momentos pareció la caravana de los árabes, que solo vieron como pasó la peste montada en caballo, ya cuando estaba encima de ellos. El pueblo se tornó temeroso, desconfiado y se fue por lo más fácil, imaginar historias de terror, muertes que no eran y llenar en caóticos momentos los centros de salud oficiales, los cuales materialmente no se dieron abasto para atender una población asustada y en ratos paranoica, pues cualquier estornudo era motivo de pensar en la influenza, magnificada por el gobierno federal y sus tapabocas, o el dengue, que en Nayarit, llegó a records históricos, estando por momentos como el estado con mayor incidencia en el país, pasando en el mes de octubre del octavo lugar nacional al segundo, desplazando a Colima y quedando a la par de Veracruz. El miedo, hace que los hombres esperen los peor, eso nos sucedió en el norte de Nayarit, ante tantos casos que pasaban por nuestras narices y que afectó a los amigos, a los familiares, a los vecinos, a los estudiantes, a los comerciantes y al más bragado deportista, el miedo, hizo más daño que la misma enfermedad, tal como en cuento de la peste.
Y es que el miedo crecía ante tanta cosa que veíamos que los diferentes gobiernos hacían o no hacían. Se habló de vacunas “patito”, de soluciones al vapor, de la mentira gubernamental, de las estadísticas manejadas a conveniencia; todo eso aunado a la violencia callejera tan terrible, hizo que los mexicanos y más los que vivimos en zonas endémicas como estos pueblo tropicales y costeros de Nayarit, logró, decía, que la ciudadanía viera afectada su tradicional calidez y solidaridad. Somos ahora un pueblo de desconfiados y temerosos seres afectados por la verdad desastrosa de una realidad que choca con la visión soñadora y guajira de gobiernos parlanchines. Hasta nos han dicho que no existe en Nayarit rezago en las consultas y atención médica. Pregúntenle a los pacientes, que en verdad han sido eso, pacientes y aguantadores, haciendo largas y tediosas filas o como esas señoras que fueron engañadas sobre el cáncer de mama y hoy sufren penosas calamidades. El miedo, la simulación y la negligencia son peor que cualquier virus. (PEPE MORALES)
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