02 agosto 2010

CARLOS MONSIVÁIS, UN HOMBRE DE SU TIEMPO, UNA PRESENCIA INABARCABLE

AMIGOS DE PUERTA NORTE, NOS HAN SUGERIDO SUBIR ESTE Y OTROS ESCRITOS SOBRE CARLOS MONSIVAÍS. DESCONOCEMOS QUIÉN ES FRANCISCO FLORES ALONSO, PERO EL TEXTO ES BUENO Y VALE LA PENA.
A la Lic. Elsa Patricia Rodríguez Islas

Querida Paty:

Algo conversamos ayer de Carlos Monsiváis y de José Saramago, muertes sucesivas que calaron hondo en múltiples conciencias; no tantas ni en todas, porque se siguen ignorando las aportaciones de ambos hombres de letras a las mejores causas de la humanidad, las de los menos favorecidos. Saramago fue un hombre sin fe. Monsiváis la profesó discretamente desde la perspectiva del protestantismo católico. Por eso defendió hasta el último aliento al Gran Juárez y su obra; por eso abrazó apasionadamente el liberalismo mexicano del siglo XIX. En las paradojas de la vida, no tengo duda alguna que ambos fueron mejores cristianos-católicos que muchos otros farsantes. Me incluyo entre esa fauna por mis tantas omisiones y desfalcos en ese terreno que debiera convocarnos, a todos, a ser mejores personas.
Te conté que, en particular, me ha causado una gran tristeza la muerte de Monsiváis; admiré siempre sus destellos de luminosidad y su chispa sardónica, lúdica, inteligente y memoriosa para contar todo lo que contaba, y lo narraba todo con enorme erudición. Ni magia ni designios de la divinidad podrían encontrarse en esa mente a un tiempo lúcida y juguetona. Carlos Monsiváis persiguió constante un objetivo que igualmente lo reivindica: “… rompiendo ese cliché de modelito tieso, mamón y soberbio que suele arropar a esa curiosita clase intelectual mexicana que se cree cosida a mano” (Marcela Gómez Zalce, “¡Hasta pronto, Monsi…”; Milenio Diario, 21/06/2010).
Monsiváis leía con fruición diarios, revistas y libros desde los 15 años y tal vez antes. De ahí que esa expresión de describirlo como alguien que “opinaba de todo” no sea más que una insensatez de los ignaros de siempre. En este país los únicos que “opinan de todo”, porque todo lo saben, son los peluqueros, los taxistas… y los pendej@s; ergo: los artistas de la farándula, los futbolistas y los aficionados, los locutor@s, los curas y su miserable jerarquía, los economistas y los impostores de la economía; los “políticos” del color que se quiera y los que tienen ganas de serlo… y su mamá también. Sin faltar las docenas y docenas de TRIS y FOCOSFUNDIDOS que en mala hora contaminan el Planeta, el aire que respiramos todos.
Leí muy pocos textos de Carlos Monsiváis, vergonzosamente contados con los dedos de las manos. Pero esos pocos, sin excepción, me resultaron gratificantes, gozosos, aleccionadores; me colmaron de gracia y alentaron mis esperanzas al saber que había voces que enderezaban su crítica a una clase política, empresarial, sindical y eclesiástica que vive de espaldas a la Nación.
Carlos Monsiváis me inspiraba una gran ternura, fue un hombre bueno, sencillo, introvertido, frágil hasta el exceso; un hombre cuyas únicas fortalezas estaban en su inteligencia, su cultura y su sensibilidad social. La televisión lo hizo un personaje como fenómeno sociológico, la gente, el hombre de la calle, acaso las masas, al identificarlo lo saludaban en donde lo vieran; algún día sabremos todos de sus enormes aportaciones a la libertad, la justicia y la democracia; las que hemos alcanzado y las que siguen siendo asignatura pendiente.
Lo vi varias veces en la cafetería de la Guay; muchas otras en sus apariciones por televisión. En sus artículos del 4 de abril y del domingo anterior publicados en Reforma, Enrique Krauze refiere algunos pasajes de sus encuentros en la cafetería de la Guay con Monsiváis y otros detalles de su amistad. En otra oportunidad explicaré esas simplificaciones (caricaturas) que hace Krauze sobre la postura de Monsiváis acerca de la Revolución Cubana, que fortalecen mi convicción de que Carlos Monsiváis fue en efecto un liberal-liberal y que Krauze sea cada día más un liberal-conservador y reaccionario.
Notarás, al fin —y podrás constatarlo en cualquiera de mis textos—, que nunca hice mofa y mucho menos escarnio sobre la homosexualidad de Carlos Monsiváis. Y no lo hice ni lo haré jamás porque no soy practicante de una homofobia tan pueril como inhumana y demencial. Admito sin titubeos que me he burlado de —y he ofendido sin mediar razón válida alguna— de muchos jotos, pero no ha sido porque lo sean ni de manera gratuita, sino porque además de serlo, son mamones, hipócritas o estridentes y su conducta, como la de Marcial Maciel, me agravió en sentido amplio. La única razón que admito como convivencia pacífica es que respeten las causas ajenas, y de ese modo me ahorrarán que les miente su madre (si es que tienen… y si no, también).
Fue de tal modo mi respeto a la vida privada de Carlos Monsiváis que pocas veces he contado una anécdota que me refirió mi hermano Arturito, fallecido en diciembre de 1986. Aquel joven universitario, Arturo Flores Alonso, entonces estudiante de la Facultad de Economía de la UNAM, acudió con otros compañeros suyos a la casa de Carlos Monsiváis. Lo fueron a invitar a que dictara una conferencia en San Cristóbal de las Casas, Chiapas sobre un tema que no puedo recordar. Me confió Arturito, en medio de carcajadas sin freno, que Monsiváis había aceptado la invitación bajo dos únicas condiciones: 1) que se le proporcionaran boletos de avión (viaje redondo) y, 2) “un muchachito”. La mayor tribulación que le causó a mi hermano la contraprestación planteada por Monsiváis, no fue ni el costo del pasaje y aún los de la estancia, se trataba de algún dinero que podían reunir, pero ¿el muchachito? Se despidió Arturo diciéndome: “voy a ver a cuál de estos Hijos de la Chingada (se refería a sus cuates), vamos a sacrificar”. No supe más. Lo juro por Dios.
De la discreta homosexualidad de Carlos Monsiváis, y de muchas otras cosas que resumen en lo esencial lo que yo hubiera querido decir de ese singular ensayista, poeta, escritor, periodista, promotor cultural y otros admirables etcéteras que fue Monsiváis, escribe hoy, en Reforma, Miguel Ángel Granados Chapa que sigue siendo uno de los dogmas en los sí creo.
Recibe un fuerte abrazo y muchos besos para ti, tus papacitos y la Danielita preciosa.
— Coyoacán, D. F., 22 de junio de 2010.


Francisco J. Flores Alonso

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