Sabia virtud de conocer el tiempo; nos dijo en su conocidísimo poema el gran Renato Leduc y siento, que si alguien ha hecho del tiempo una sabia virtud, esa es nuestra querida amiga y paisana Abigaíl Villalobos Quintero, oriunda del tradicional barrio de la “CH”, allá por la calle Allende.
“…a tiempo amar y desatarse a tiempo;
como dice el refrán; dar tiempo al tiempo…
que de amor y dolor alivia el tiempo…”
“La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla”, dijo alguna vez el escritor colombiano, premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez. Y eso me da pie para iniciar mi comentario de este día, sobre la obra más reciente de Abigaíl Villalobos, que ha conjugado en un mismo producto tres de sus pasiones: el arte a través de la literatura; su preocupación y ocupación sobre la gente de la tercera edad y su infinito amor a la vida, que nos lo recuerda a cada rato con un lema que al escucharlo nos remite a su presencia: ¡Viva la Vida!
Este libro “Cuando cae la tarde”, nos habla sin duda alguna del tiempo vivido o bien, perdonen este retruécano de palabras de lo vívido del tiempo, a través de la existencia de personas que representan mucho para su comunidad y seguramente para Abigaíl. ¿Por qué ellos? ¿Qué les vio? ¿Por qué esa selección? Algún día ella nos lo explicará.
Entiendo como cultura la producción, distribución y consumo de significados, deduciría que estas 12 personas con que Abigaíl conformó su bella obra, han significado algo muy especial en su propia vivencia. Ellos son: Trinidad Ríos Aguayo, nacido en 1904, fundador del mariachi tradicional de Nayarit; Matilde Domínguez Dávila, de 88 años, luchadora social y promotora de baile; Adolfo Meda Quezada, de 1920, periodista y fotógrafo; Julio Casillas Larios, nacido en 1927, escritor y difusor de la etnias de Nayarit; Emilia Ortiz de Gutiérrez, pintora nacida en 1917; Salvador Gutiérrez Contreras, historiador que nació en Compostela un día de 1918 y que hace unos días nos dejó; Emma Rosas Corominas de 1921, médica y escritora; José Lorenzo Saines Godoy, nacido en 1915, campesino; Fermín Montaño Cortés, vio la primera luz en el año de 1916 y dedicó su vida a la música; Hilda Velásquez Peña, tepicense jubilada de la C.F.E.; Santiago Rosas, de 1918, pintor y maestro de artes plásticas y Ana María Gutiérrez de Rentería, paisana nuestra, nacida en 1922, poetisa y dedicada a la labor evangelizadora. Los cuales narraron su cotidianidad a Abigaíl, en tardes que supongo deliciosas, donde el tiempo, otra vez el tiempo, debe haber volado, pues no hay nada más gratificante y enriquecedor que pasar las horas al lado de un viejo, dicho con el mayor respeto y cariño del mundo y sin ninguna connotación peyorativa, lleno de historias, anécdotas, enseñanzas, chismes que se han vuelto leyenda, leyendas que se han convertido en chismes y un sin fin de alegrías que pasa uno al lado de los mayores.
“…—ignoraba yo aún que el tiempo es oro— cuánto tiempo perdí —¡ay!— cuánto tiempo…”
“Los que emplean mal su tiempo son los primeros en quejarse de su brevedad”, escuché alguna vez por ahí y Abigaíl, aprovechó el tiempo de los demás para darnos una semblanza muy interesante de gente aún más seductora a la que alcanzamos a conocer apenas con este roce de las letras de la autora y nos da motivo para buscar aún más y rogar por tener la fortuna de acercarnos a estos personajes para, como esponja, sorber sus conocimientos y por qué no, hasta enamorarnos de ellos o ellas como es el caso de Hilda Velázquez Peña, con cuya hermosura exterior e interior nos pica la autora al describir: “No se las voy a describir físicamente porque en la fotografía adjunta la van a ver todos aquellos que no tengan el gusto de conocerla personalmente, porque verdaderamente es un gusto y un privilegio tratar con ella, a quien considero un auténtico personaje que debiera formar parte del inventario histórico y social de nuestra ciudad de Tepic…. Hilda es poseedora de un carácter fuera de serie; es alegre, simpática, dicharachera, sociable, amistosa, sabe ganarse el cariño de la gente y su gran satisfacción en la vida es rendirle culto a la amistad.”
Gente así yo quisiera conocer.
Para mi fortuna tengo el gusto de conocer o al menos de haber tratado, en ocasiones muy brevemente a algunos de ellos, como Don Trinidad Ríos Aguayo, con más de 100 años de vida y que con su mariachi ha venido a Acaponeta al menos en cinco ocasiones cuando tuvimos el privilegio de cruzar dos palabras. Por supuesto al compostelense Salvador Gutiérrez Contreras, historiador cuyas doctas palabras oímos en las andanzas de la Junta Vecinal de Acaponeta; a Emilia Ortiz de Gutiérrez, pintora cuyo museo queda muy marcado en el recuerdo de los que tuvimos la fortuna de estudiar en la primera generación de la Licenciatura en Desarrollo Cultural, donde trabamos amistad con su hija Gabriela Gutiérrez y muchas veces llevaba a su señora madre, de la cual aprendimos mucho y claro, nuestra amiga y paisana Ana María Gutiérrez de Rentería, gran amante de la cultura y las artes especialmente la música y la poesía, mismas que ha practicado con fruición a lo largo de su fructífera existencia.
“Los que emplean mal su tiempo son los primeros en quejarse de su brevedad”, escuché alguna vez por ahí y Abigaíl, aprovechó el tiempo de los demás para darnos una semblanza muy interesante de gente aún más seductora a la que alcanzamos a conocer apenas con este roce de las letras de la autora y nos da motivo para buscar aún más y rogar por tener la fortuna de acercarnos a estos personajes para, como esponja, sorber sus conocimientos y por qué no, hasta enamorarnos de ellos o ellas como es el caso de Hilda Velázquez Peña, con cuya hermosura exterior e interior nos pica la autora al describir: “No se las voy a describir físicamente porque en la fotografía adjunta la van a ver todos aquellos que no tengan el gusto de conocerla personalmente, porque verdaderamente es un gusto y un privilegio tratar con ella, a quien considero un auténtico personaje que debiera formar parte del inventario histórico y social de nuestra ciudad de Tepic…. Hilda es poseedora de un carácter fuera de serie; es alegre, simpática, dicharachera, sociable, amistosa, sabe ganarse el cariño de la gente y su gran satisfacción en la vida es rendirle culto a la amistad.”
Gente así yo quisiera conocer.
Para mi fortuna tengo el gusto de conocer o al menos de haber tratado, en ocasiones muy brevemente a algunos de ellos, como Don Trinidad Ríos Aguayo, con más de 100 años de vida y que con su mariachi ha venido a Acaponeta al menos en cinco ocasiones cuando tuvimos el privilegio de cruzar dos palabras. Por supuesto al compostelense Salvador Gutiérrez Contreras, historiador cuyas doctas palabras oímos en las andanzas de la Junta Vecinal de Acaponeta; a Emilia Ortiz de Gutiérrez, pintora cuyo museo queda muy marcado en el recuerdo de los que tuvimos la fortuna de estudiar en la primera generación de la Licenciatura en Desarrollo Cultural, donde trabamos amistad con su hija Gabriela Gutiérrez y muchas veces llevaba a su señora madre, de la cual aprendimos mucho y claro, nuestra amiga y paisana Ana María Gutiérrez de Rentería, gran amante de la cultura y las artes especialmente la música y la poesía, mismas que ha practicado con fruición a lo largo de su fructífera existencia.
“…Y hoy que de amores ya no tengo tiempo,
amor de aquellos tiempos,
cómo añoro la dicha inicua de perder el tiempo…”
La Tercera Edad solo es un sector de la población en constante aumento en nuestras sociedades. Lo terrible es que es un sector con cada vez más problemas, precisamente por el estilo de vida de esa sociedad en la que, no tiene otro remedio, ha de vivir. Y vivir no "agotando los días", sino andar con plenitud la etapa final de esta existencia y, además, en interacción con los demás sectores sociales. Plenitud es la respuesta o la palabra clave, haber vivido pleno es haber pasado por este mundo dejando huella a base de perseverar, todo a pulmón, dice la canción y las personas mayores, con todas las fuerzas en contra. Perseverar que significa jamás doblegarse. Ya que mostrarse fuerte atrae el auxilio de los dioses. Y así parece que sucede con los invitados que se meten a la casa junto con el texto de la acaponetense Abigaíl Villalobos Quintero. Han tenido el apoyo y la sustancia de los Dioses.
“…Aquel amor a quien amé a destiempo
martirizóme tanto y tanto tiempo
que no sentí jamás correr el tiempo
tan acremente como en ese tiempo…”
Continúa diciendo ese gran viejo que fue Renato Leduc, a quien molestaba grandemente que le dijeran que era el último bohemio de México, refiriéndose los que así lo calificaban por su edad, a lo que él respondía con gracia, que no era de Bohemia, sino más bien de barril.
Una parte del libro de Abigaíl, es el que trata el tema de la superación personal, la autoestima de quien ha llegado a tan dorada edad y dice la autora como preámbulo: “Todos los jóvenes de la tercera edad debemos recordar siempre que el corazón no envejece, el cuero es el que se arruga, así que… ¡arriba corazones! A sacar fuerza de flaqueza y al mal tiempo buena cara”.
Al final de cada capítulo biográfico, da Abigaíl breves pero sustanciosas disertaciones sobre procesos de crecimiento, superación personal, mejoramiento de autoestima y calidad de vida en temas que han intitulado: “El Arte de Vivir”, “Es fácil ser feliz cuando se quiere ser feliz”; “Sobrevivir no es vivir”; “La escuela de la vida”; “Si hay jóvenes viejos, puede haber viejos jóvenes”; “No damos crédito a la soledad”; “Los tonos de nuestro interior”; “Soledad + tristeza + nostalgia + autocompasión + abandono”; “Dónde quedó el amor”; “Vivamos cada día como si fuera el último”; “Ser o no ser”, todos ellos que ya llevan con el puro título una enseñanza. Finalmente, como un regalo aparte, nos ofrece Abigaíl un delicioso poema intitulado “Primavera” que fue el primer lugar nacional de poesía en los Juegos Culturales y Deportivos de la Tercera Edad en el 2004.
“… cómo añorola dicha inicua de perder el tiempo...”
Una parte del libro de Abigaíl, es el que trata el tema de la superación personal, la autoestima de quien ha llegado a tan dorada edad y dice la autora como preámbulo: “Todos los jóvenes de la tercera edad debemos recordar siempre que el corazón no envejece, el cuero es el que se arruga, así que… ¡arriba corazones! A sacar fuerza de flaqueza y al mal tiempo buena cara”.
Al final de cada capítulo biográfico, da Abigaíl breves pero sustanciosas disertaciones sobre procesos de crecimiento, superación personal, mejoramiento de autoestima y calidad de vida en temas que han intitulado: “El Arte de Vivir”, “Es fácil ser feliz cuando se quiere ser feliz”; “Sobrevivir no es vivir”; “La escuela de la vida”; “Si hay jóvenes viejos, puede haber viejos jóvenes”; “No damos crédito a la soledad”; “Los tonos de nuestro interior”; “Soledad + tristeza + nostalgia + autocompasión + abandono”; “Dónde quedó el amor”; “Vivamos cada día como si fuera el último”; “Ser o no ser”, todos ellos que ya llevan con el puro título una enseñanza. Finalmente, como un regalo aparte, nos ofrece Abigaíl un delicioso poema intitulado “Primavera” que fue el primer lugar nacional de poesía en los Juegos Culturales y Deportivos de la Tercera Edad en el 2004.
“… cómo añorola dicha inicua de perder el tiempo...”
Por supuesto que recomiendo este libro, su adquisición y obligada lectura.
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