Por: José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo
El siguiente artículo iba a ser una simple nota periodística que hablara sobre uno de los muchos peligros con los que tienen que lidiar nuestros hijos hoy en día. La nota a la que me refiero iba más o menos de esta manera y se intitulaba: “Nueva preocupación de padres de familia: los tatuajes y los piercings”. Muy a tono con estos días de influenza, preocupación por el contagio y el miedo desgastante de tocar al vecino o al compañero de toda la vida.
Una nueva preocupación ha venido a sumarse a las muchas que ya de por si tienen que enfrentar los padres de familia con respecto a los peligros a los que se ven expuestos sus hijos todos los días en la calle: las drogas, la violencia, el tirador que se aposta en la esquina, los AFI´s, etc.. Se trata del aumento en el uso de tatuajes y la colocación de aretes, agujas, clavos o pendientes, llamados “piercings”, muchos de los cuales se están haciendo sin hacer contemplación alguna de índole legal y sanitaria, por lo cual cada día es mayor el número de menores de edad que lucen ya en algún espacio de su piel un tatuaje perenne o la salvaje inserción de un pendiente también en inverosímiles partes del cuerpo. Al respecto, algunos jóvenes declaran con toda la inocencia del mundo, que las personas que les insertan los llamados piercings o les hacen los tatuajes, lo único que les preguntan es si llevan el “permiso” del papá o la mamá. Eso es todo, un simple requisito que bien puede causar en el joven una infección peligrosísima o el contagio de enfermedades tan graves como la hepatitis “B” o el virus del sida, mucho más graves que esta influenza que hoy nos agobia. El problema ha crecido de tal manera que ahora los adolescentes se están auto colocando cosas como simples alfileres de seguridad o clips en orejas, narices, lengua, ombligos, cejas, vaginas y penes, no utilizando más cuidados sanitarios que una pasada de alcohol por el “piercing” y la piel. Es necesario que los chicos conozcan más sobre los riesgos que existen y que las autoridades regulen y sancionen fuertemente a quienes están tatuando o mutilando a menores de edad, pues no se están cumpliendo las normativas que existen en otras partes del país. Que se haga con la misma severidad como hoy se toman medidas con el virus porcino. Se sabe que hay aquí algunas "estéticas" que hacen “el servicio” y en los cuales, con toda seguridad, no se cuenta con autoclaves para esterilizar las agujas y clavos que los jóvenes tienen a mal insertarse en el cuerpo.
Hasta aquí iba la nota pero consideré que era necesario ampliar la gravedad de este tema y hacer un comentario más profundo, pues es necesario comenzar a buscar culpables sobre algunas cosas, como éste a que me refiero. Un peligro real es el aumento en el consumo de drogas entre la juventud y ahí la gran culpable ha sido desde siempre una autoridad acuachadora y cómplice que también se reparte el pastel llevándose una jugosa porción, que lo que ha ocasionado es el crecimiento y mejor organización de los grupos criminales. Pero en el caso de los aretitos en el ombligo o en el cuerito donde crecen las cejas, los grandes culpables somos sin duda los padres que hemos ido permitiendo que los jóvenes hagan, con el pretexto de darles “libertad”, cosas que se salen de tono. La verdad es que no quisiera sonar conservador y medio “mochilango”, no lo soy y hasta acepto la forma de expresarse por medio del cuerpo, cosa que han hecho los pueblos a lo largo de la historia, pero el caso es que los mercachifles de siempre y de todo tipo se están saltando las leyes ante la apatía de nosotros como responsables del manejo y organización de una familia, sumándonos al de las autoridades que bien pueden hacer o no hacer, según el humor del día. Son pocos los que instruyen a sus hijos sobre los peligros de los tatuajes y hasta empresas serias, fabricantes de golosinas, pastelitos y frituras, promocionan sus productos colocando en el interior de los empaques, calcomanías que simulan tatuajes y duran en la piel de los muchachos semanas. Todo con el permiso de las autoridades sanitarias. Saltar de esto a un tatuaje real, es tan solo cuestión de tiempo. Los padres ni siquiera nos enteramos, simplemente los hijos aparecen con un dibujo o una greca en el hombro, en el brazo, en las piernas, senos, tobillos o en las nalgas y no es cosa de regresarlos por donde vinieron para que les borren el dibujo quienes se los colocaron, en quién sabe qué condiciones de higiene. Es común ver en cualquier fiesta de pueblo, como llega uno de estos tatuadores o mutiladores y, en cualquier esquina planta su puesto mugriento y grasoso, sin agua, entre el polvo que levantan los autos, a un lado del que vende mangos con chile o tacos de burro, listo para tatuar o llenar de adornos el cuerpo de los pimpollos, muchos de ellos menores de edad, que de sanidad saben lo mismo que de mecánica cuántica. La mejor herencia que les dejamos a los chicos, es la educación, aunque algunos no lo quieran ver así. Hasta ellos, los jóvenes nada más piensan cuando se habla de herencia en dinero, propiedades y carros, otros hasta piden les entreguen todo eso antes de la muerte de los propietarios, pero ya lo dice el la máxima pública: “el que da lo que tiene antes de la muerte, merecen que le den con un canto en los dientes”
Lo que antaño para nosotros era el distintivo de un delincuente o expresidiario, hoy los jóvenes lo toman como moda porque Paulina Rubio la coscolina, Thalía la babis o cualquier otro mono rapero de la televisión, se los colocaron. Lo que nuestros jóvenes no saben es que estos artistitas de cartón, fueron a muy eficientes negociaciones de tatuaje, principalmente en Estados Unidos donde las regulaciones son muy estrictas y se pintarrajearon el cuerpo bajo condiciones de seguridad e higiene triple “AAA” y a un costo de cientos de dólares. En cambio nuestros chavos van a cualquier esquina y con agujas impensables, bien puede enganchar un virus del VIH o de la hepatitis “B” o cualquier otro, o por lo menos una infección marca ACME por tan solo 50 varos.
Habría que ponernos estrictos al respecto. Si alguien tatúa a nuestros hijos menores de edad, hay que denunciar penalmente al infractor. Cero impunidad para que el puede llevar a nuestras casas la tragedia y una enfermedad terminal. Con la influenza cerraron escuelas, comercios, cines, teatros y centros de trabajo; con los piercings y tatuajes, se hace apología con Adal Ramones y otros monos sin cola. Que no se juegue con la inocencia de los hijos por un puñado de billetes y monedas. Que se exija a la autoridad sanciones contra quien haga estas prácticas fuera de las normas existentes y, sobre todo, platicar, hoy, mañana y pasado mañana con los hijos, sobre los riesgos de ponerse a Batman en el hombro o una tachuela en la oreja. Los padres nos hemos mantenido apáticos en muchos aspectos. Por eso hoy se vende droga en las esquinas, en las escuelas, en la plaza del los pueblos. Por eso ha crecido la pornografía, se les dan bebidas alcohólicas y prostitutas a los jóvenes de menos de 18 años en cualquier cantina o centro botanero del país. Porque los padres de familia lo hemos permitido, con el pretexto cada día más ridículo y desproporcionado de la libertad de expresión y la libertad de hacer. Nosotros los padres del siglo XXI, somos la última generación de hijos regañados por sus padres y la primera regañada por los hijos. Como decían los promocionales aquellos: mucho ojo amiguitos.
Una nueva preocupación ha venido a sumarse a las muchas que ya de por si tienen que enfrentar los padres de familia con respecto a los peligros a los que se ven expuestos sus hijos todos los días en la calle: las drogas, la violencia, el tirador que se aposta en la esquina, los AFI´s, etc.. Se trata del aumento en el uso de tatuajes y la colocación de aretes, agujas, clavos o pendientes, llamados “piercings”, muchos de los cuales se están haciendo sin hacer contemplación alguna de índole legal y sanitaria, por lo cual cada día es mayor el número de menores de edad que lucen ya en algún espacio de su piel un tatuaje perenne o la salvaje inserción de un pendiente también en inverosímiles partes del cuerpo. Al respecto, algunos jóvenes declaran con toda la inocencia del mundo, que las personas que les insertan los llamados piercings o les hacen los tatuajes, lo único que les preguntan es si llevan el “permiso” del papá o la mamá. Eso es todo, un simple requisito que bien puede causar en el joven una infección peligrosísima o el contagio de enfermedades tan graves como la hepatitis “B” o el virus del sida, mucho más graves que esta influenza que hoy nos agobia. El problema ha crecido de tal manera que ahora los adolescentes se están auto colocando cosas como simples alfileres de seguridad o clips en orejas, narices, lengua, ombligos, cejas, vaginas y penes, no utilizando más cuidados sanitarios que una pasada de alcohol por el “piercing” y la piel. Es necesario que los chicos conozcan más sobre los riesgos que existen y que las autoridades regulen y sancionen fuertemente a quienes están tatuando o mutilando a menores de edad, pues no se están cumpliendo las normativas que existen en otras partes del país. Que se haga con la misma severidad como hoy se toman medidas con el virus porcino. Se sabe que hay aquí algunas "estéticas" que hacen “el servicio” y en los cuales, con toda seguridad, no se cuenta con autoclaves para esterilizar las agujas y clavos que los jóvenes tienen a mal insertarse en el cuerpo.
Hasta aquí iba la nota pero consideré que era necesario ampliar la gravedad de este tema y hacer un comentario más profundo, pues es necesario comenzar a buscar culpables sobre algunas cosas, como éste a que me refiero. Un peligro real es el aumento en el consumo de drogas entre la juventud y ahí la gran culpable ha sido desde siempre una autoridad acuachadora y cómplice que también se reparte el pastel llevándose una jugosa porción, que lo que ha ocasionado es el crecimiento y mejor organización de los grupos criminales. Pero en el caso de los aretitos en el ombligo o en el cuerito donde crecen las cejas, los grandes culpables somos sin duda los padres que hemos ido permitiendo que los jóvenes hagan, con el pretexto de darles “libertad”, cosas que se salen de tono. La verdad es que no quisiera sonar conservador y medio “mochilango”, no lo soy y hasta acepto la forma de expresarse por medio del cuerpo, cosa que han hecho los pueblos a lo largo de la historia, pero el caso es que los mercachifles de siempre y de todo tipo se están saltando las leyes ante la apatía de nosotros como responsables del manejo y organización de una familia, sumándonos al de las autoridades que bien pueden hacer o no hacer, según el humor del día. Son pocos los que instruyen a sus hijos sobre los peligros de los tatuajes y hasta empresas serias, fabricantes de golosinas, pastelitos y frituras, promocionan sus productos colocando en el interior de los empaques, calcomanías que simulan tatuajes y duran en la piel de los muchachos semanas. Todo con el permiso de las autoridades sanitarias. Saltar de esto a un tatuaje real, es tan solo cuestión de tiempo. Los padres ni siquiera nos enteramos, simplemente los hijos aparecen con un dibujo o una greca en el hombro, en el brazo, en las piernas, senos, tobillos o en las nalgas y no es cosa de regresarlos por donde vinieron para que les borren el dibujo quienes se los colocaron, en quién sabe qué condiciones de higiene. Es común ver en cualquier fiesta de pueblo, como llega uno de estos tatuadores o mutiladores y, en cualquier esquina planta su puesto mugriento y grasoso, sin agua, entre el polvo que levantan los autos, a un lado del que vende mangos con chile o tacos de burro, listo para tatuar o llenar de adornos el cuerpo de los pimpollos, muchos de ellos menores de edad, que de sanidad saben lo mismo que de mecánica cuántica. La mejor herencia que les dejamos a los chicos, es la educación, aunque algunos no lo quieran ver así. Hasta ellos, los jóvenes nada más piensan cuando se habla de herencia en dinero, propiedades y carros, otros hasta piden les entreguen todo eso antes de la muerte de los propietarios, pero ya lo dice el la máxima pública: “el que da lo que tiene antes de la muerte, merecen que le den con un canto en los dientes”
Lo que antaño para nosotros era el distintivo de un delincuente o expresidiario, hoy los jóvenes lo toman como moda porque Paulina Rubio la coscolina, Thalía la babis o cualquier otro mono rapero de la televisión, se los colocaron. Lo que nuestros jóvenes no saben es que estos artistitas de cartón, fueron a muy eficientes negociaciones de tatuaje, principalmente en Estados Unidos donde las regulaciones son muy estrictas y se pintarrajearon el cuerpo bajo condiciones de seguridad e higiene triple “AAA” y a un costo de cientos de dólares. En cambio nuestros chavos van a cualquier esquina y con agujas impensables, bien puede enganchar un virus del VIH o de la hepatitis “B” o cualquier otro, o por lo menos una infección marca ACME por tan solo 50 varos.
Habría que ponernos estrictos al respecto. Si alguien tatúa a nuestros hijos menores de edad, hay que denunciar penalmente al infractor. Cero impunidad para que el puede llevar a nuestras casas la tragedia y una enfermedad terminal. Con la influenza cerraron escuelas, comercios, cines, teatros y centros de trabajo; con los piercings y tatuajes, se hace apología con Adal Ramones y otros monos sin cola. Que no se juegue con la inocencia de los hijos por un puñado de billetes y monedas. Que se exija a la autoridad sanciones contra quien haga estas prácticas fuera de las normas existentes y, sobre todo, platicar, hoy, mañana y pasado mañana con los hijos, sobre los riesgos de ponerse a Batman en el hombro o una tachuela en la oreja. Los padres nos hemos mantenido apáticos en muchos aspectos. Por eso hoy se vende droga en las esquinas, en las escuelas, en la plaza del los pueblos. Por eso ha crecido la pornografía, se les dan bebidas alcohólicas y prostitutas a los jóvenes de menos de 18 años en cualquier cantina o centro botanero del país. Porque los padres de familia lo hemos permitido, con el pretexto cada día más ridículo y desproporcionado de la libertad de expresión y la libertad de hacer. Nosotros los padres del siglo XXI, somos la última generación de hijos regañados por sus padres y la primera regañada por los hijos. Como decían los promocionales aquellos: mucho ojo amiguitos.
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