Como en todas las historias que al paso de los años se van trnsformando en leyenda, existen algunas que además tienen tintes simpáticos que mucho nos hablan del costumbrismo de los pueblos. Una de estas curiosas narraciones data del primer cuarto del siglo XIX y es relatada por el inglés W.H. Hardy, incansable viajero que vino a México de apoderado de la General Pearl and Coral Fishery Association of London e hizo tremenda travesía a pie procedente de Veracruz con la meta de llegar a Sonora, buscando perlas y corales y que duró del 7 de mayo de 1825 al 7 de mayo de 1828. El 11 de enero de 1826, hace casi 183 años a su paso por Acaponeta, reseña lo siguiente que consigna en su libro "Historia General de Acaponeta", el historiador y arqueólogo Francisco Samaniega:
<<...tuvimos que seguir hasta San Antonio (hoy Tierras Generosas). Hizo un calor tremendo durante el día; el termómetro marcaba 93 grados a la sombra; sufrimos mucho por eso y porque el camino era muy polvoso y estaba plagado de garrapatas. Continuamos el viaje desde San Antonio, donde solo hay una choza; avanzamos una legua y nuestras mulas empezaron a subir la empinada ribera del río Cañas (en realidad del río San Francisco), pisando con cuidado por los grandes hoyos que parecían pasos hechos por las sucesivas patas de animales y que los protegían de resbalones. El Cañas es un río muy pequeño; al otro lado, la carretera es muy pesada y pasa durante tres leguas por una hondonada; después de la grieta está el río Acaponeta; tuvimos que vadearlo y entramos al pueblo con ese nombre a las ocho de la noche. Nuestra jornada fue de veinte leguas sin comida y sin agua. No había mesón para alojar a los viajeros y nos dirigimos a la casa del alcalde, quien debe asignar, en casos semejantes, un alojamiento a quienes llevan pasaporte. Nos llevó a una terraza cerca de la cárcel, pero en ese pueblo eran tan inhospitalarios, que ni el mismo carcelero se dignó a abrirnos la puerta. Me vi obligado a dormir a la intemperie. Antes de resignarme a ello (y sabiendo que en este país los curas tienen buenas casas y buena mesa) me dirigí a casa del prelado, para ver si se trataba de un buen samaritano. Cuando me aproximaba, oí voces femeninas que reían. Con todo, me aventuré a golpear la puerta y un gruñido me preguntó: ¿quién es?>> Contesté: <>, <> (sic) fue la respuesta, a tiempo que empujaba la puerta de un puntapié. Regresé a mi "alojamiento", cené bien y me dispuse a dormir, no sin antes colocar mi pistola y mi espada a mi lado. Precaución que consideré necesaria debido al tipo de vecinos que tenía en ese lugar.
13 DE ENERO
Dejé Acaponeta a las seis. Debido a los numerosos caminos trazados por el ganado, no hay ninguna marca que distinga el camino principal; por ello es fácil equivocarse. Seguimos a galope y llegamos al pueblo de La Bayona a las siete, donde nos detuvimos a desayunar. Después cruzamos el río del mismo nombre que a menudo no tiene límites claros. Sirve de límite entre dos provincias, al de Jalisco o Guadalajara (antes Nueva Galicia) y la de Sonora (sic, en realidad, de Sonora y Sinaloa), aunque algunos alegan que es el río Cañas la frontera. Aquí la forma de acarrear agua fresca a las Cañas es a lomo de mulas, en dos grandes odres cuyas partes inferiores casi van rozando el suelo. Estos odres no resuman, y sustituyen a los cántaros de barro que cargan hombres o mujeres en todas partes del país al sur de Acaponeta. Durante el camino cruzamos muchos lagos de agua salada ya secos (el Valle de la Urraca); en uno logré matar con grandes esfuerzos un armadillo. El calor era intolerable...>>
Supongo que mucho hemos cambiado, pues hoy Acaponeta tienen en sus pobladores a gente generosa que se entrega y es amable con el visitante.
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