Alí Chumacero, nacido en Acaponeta en 1918, reside desde 1937 en la ciudad de México. Perteneció al grupo de escritores que fundó la revista Tierra Nueva y dirigió la publicación entre 1940 y 1942. Fue redactor de la revista El Hijo Pródigo y de México en la cultura, suplemento del ya extinto periódico Novedades, así como director de Letras de México. Fue becario de El Colegio de México en 1952 y del Centro Mexicano de Escritores entre 1952 y 1953. Desde 1964 es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Como autor, editor, redactor y corrector ha sido una de las figuras claves en la historia del Fondo de Cultura Económica, casa editorial para la cual todavía (2008) labora, después de más de medio siglo de trabajo intermitente, bajo la Dirección de otra acaponetense destacada, la Lic. Consuelo Sáizar Guerrero. Es famoso por haber corregido para el FCE, entre cientos de obras, el Pedro Páramo de Juan Rulfo. Alí Chumacero ha negado en repetidas ocasiones haber mejorado drásticamente la obra con su corrección, pero el rumor de que lo hizo persiste. Por su trayectoria como poeta ha recibido muchos premios, entre los que destacan el Premio Xavier Villaurrutia (1984), el Premio Internacional Alfonso Reyes (1986), el Premio Nacional de Ciencias y Artes en Lingüística y Literatura (1987), el Premio Estatal de Literatura Amado Nervo (1993) y la Medalla Belisario Domínguez del Senado de la República (1996). El 24 de junio de 2008 recibió un homenaje, con motivo de su 90 cumpleaños, en el Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México y en su propia ciudad natal recibió merecido reconocimiento de parte de sus coterráneos y en el que participaron con certeros comentarios a la obra del bardo, la poetisa nayarita Alma Vidal, el escritor chihuahuense Carlos Montemayor y el literato acaponetense Héctor Gamboa Quintero.
Presentamos aquí un poema que es casi un himno en Acaponeta:
POEMA DE AMOROSA RAÍZ:
Antes que el viento fuera mar volcado,
que la noche se unciera su vestido de luto
y que estrellas y luna fincaran sobre el cielo
la albura de sus cuerpos.
Antes que luz, que sombra y que montaña
miraran levantarse las almas de sus cúspides;
primero que algo fuera flotando bajo el aire;
tiempo antes que el principio.
Cuando aún no nacía la esperanza
ni vagaban los ángeles en su firme blancura;
cuando el agua no estaba ni en la ciencia de Dios;
antes, antes, muy antes.
Cuando aún no había flores en las sendas
porque las sendas no eran ni las flores estaban;
cuando azul no era el cielo
ni rojas las hormigas,
ya éramos tú y yo.
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