18 diciembre 2008

LOS OTATITOS Y LA CORRUPCIÓN DEL NEGRO DURAZO







Como mencioné en el artículo dedicado a San Cayetano, a unos minutos de la población y del viejo casco de la hacienda en ruinas, se establecieron dos centros botaneros que los mismos pescadores instalaron con apoyo gubernamental según me dijeron. A un costado del par de restaurantes, a orillas de la barra, donde se pueden alquilar lanchas y hacer paseos por la marisma, están los baños, burdamente confeccionados con hojas de palma que contrastan con unas construcciones de material prefabricado mismos que resaltan por su estilo modernista, que choca con la armonía del paisaje natural y brotan literalmente como hongos, por su número y por la forma, que contrastan con la espesura de la selva de manglares y los altos palapares o bien con las estructuras típicas del lugar también edificados con elementos que la madre naturaleza brinda de manera pródiga a los oriundos de estos tropicales lugares. Extrañados por aquellas estructuras de formas redondeadas, preguntamos a los de San Cayetano su origen y significado y nos dejaron alelados sus respuestas, pues resulta que estas edificaciones son viejos bungalows que mandó construir entre los años de finales de los 70 y principios de los 80 del siglo pasado, aquel famoso sinvergüenza, asesino y corrupto orangután que respondía al nombre de Arturo Durazo Moreno, conocido en el bajo mundo del hampa y en las altas esferas de la política –que generalmente viene siendo lo mismo—como “El Negro”, perverso jefe de la policía capitalina y amigo íntimo y protegido de ese otro ladrón que fue José López Portillo y Pacheco, ambos ya reposando cómodamente en los calderos del infierno. Nos cuentan que el matón “Negro” Durazo, se venía para esta región de Nayarit llegando él y todos sus poderosos amigotes, en helicópteros, pues no había caminos dignos para esa mafia, seguramente bien acompañada de funcionarios de gobierno, mujeres de buen ver, decenas de guaruras y pobres policías chilangos que debían servir a los emperadores, pues dicen también que en algunas de esas francachelas, estuvo presente el buen Jolopo y hasta en el colmo de la exageración popular afirman que varios yates entraron a la barra para dejar a los pasajeros que disfrutaban de esas cabañas, que como digo están hechas con material prefabricado, bastante amplias, aislante al calor y seguramente con aire acondicionado. Hoy los lugareños no tienen energía eléctrica en los Otatitos y para encender la rocola y otros aparatos es necesario echar a andar una plantita de luz que surte del fluido a los dos restaurantes, sin embargo, se ven aún viejos postes de madera que llevaban la electricidad al “Negro” gorila y a sus pomposos invitados. Todavía se ven pasillos adoquinados entre los bungalows y nos cuenta una señora que existen entre la espesura de la selva, unas pizarras de concreto que tenían dos funciones: una, servir como helipuertos y otras como pistas de baile, pues aquello fueron modernas discotecas con bares y toda la cosa. Explorando un poco aquí y allá, descubrimos efectivamente que el lugar debió ser grande, pues contabilizamos 9 ó 10 de estos bungalows y dos construcciones de ladrillo que bien pudieron ser bodegas o cabañas privadas, más acondicionadas, para el Negro Durazo, su familia, sus mujeres y sus compinches. Existen los restos de una gran alberca, hoy llena de aguas sucias y criadero de jejenes. Se nota a un costado de uno de los restaurantes, efectivamente un lugar destinado a una pista de baile bastante amplia y los restos de una barra que debió contener las bebidas más exóticas para los gustos del ex Jefe de la Policía del Distrito Federal, que gastó enormes fortunas con el dinero del pueblo y las extorsiones hoy tan famosas que hizo de los pobres cuicos capitalinos, corrupción que creció tanto que hoy se mira en cualquier esquina de Gran Tenochtitlán todavía como triste e indignante herencia. Todo bajo la protección de José López Portillo, quien también se hizo enorme e impunemente multimillonario junto con su frívola mujer Doña Carmen Romano de López Portillo que mantenía, con el dinero del pueblo a ese moderno Rasputín y charlatán que fue Uri Geller.
La historia no deja de sorprender y más aún contemplar esas ruinas que bien pudieron ser aprovechadas como sitios turísticos para beneficio de los pobladores de este lugar, sin embargo, ya el tiempo cobró su factura y recuperar, esas construcciones o la vieja hacienda, es hablar de una inversión millonaria de alto riesgo que nadie está dispuesto a apostar, amén de que últimamente salió la información de parte de la Procuraduría General del Estado, sobre la venta fraudulenta de terrenos en este lugar, ya que el posible boom turístico de la zona, atrae como moscas a la miel a vivales que se aprovechan de la inocencia y desconocimiento de las personas. A pesar de ello, hoy este esplendido lugar de escandaloso derroche, como en su momento lo fueron el Partenón de Zihuatanejo y la casona del Ajusco, también de Arturo Durazo, quedan como triste anécdota de un país, que se ha acostumbrado a ver a la corrupción como una parte más del cuerpo humano, imposible de amputar. Vale la pena visitar el lugar, por ver las ruinas de la hacienda de San Cayetano o al menos para pasar un rato disfrutando de la botana y del purísimo aire de la marisma.

No hay comentarios: