Por: José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo
Muchas veces a las cosas no les damos su verdadero valor y dimensión. En las bóvedas del Templo de Nuestra Señora de la Asunción, así como en sus muros existen muchos personajes de la religión cristiana, grecas y un sinnúmero de elementos que vienen a ser parte de la ornamentación del edificio construido en 1781. Como están en las alturas, muchas veces no las apreciamos o como siempre han estado ahí frente a nuestros ojos, no les damos importancia. Las pinturas plasmadas al temple estuvieron a punto de desaparecer, primero por la mano del hombre: el Sr. Cura Monseñor José de Jesús Valencia, en una de las muchas remodelaciones que ha sufrido el inmueble estuvo a punto de cubrirlas con una capa de pintura por considerarlas de poco valor artístico, ya que consideraba que eran simples figuras decorativas; opinión que hoy en día subsiste en muchos ciudadanos e incluso gente del INAH. Afortunadamente se salvaron estas obras. El temple es pintura en seco, cuando mucho aglutinadas con cola, también se le conoce como fresco seco. Después vino la inexorable acción del tiempo, el clima y las condiciones generales de la iglesia, ya que la humedad poco a poco fue ejerciendo su acción desastrosa sobre las muchas imágenes. La humedad que durante siglos se ha ido filtrando por la grave porosidad de la piedra que conforman los muros de este santuario en el exterior, hoy cubiertas con enjarre, hicieron que incluso muchas figuras desaparecieran casi por completo, así como las grecas y las decoraciones en color dorado.
Con la nueva remodelación que se hizo del templo gracias a las gestiones del Sr. Cura José de Jesús Enríquez Flores, en tiempos recientes, quien con el apoyo del pueblo y la asesoría del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), se logró incluir en el proyecto integral la restauración de los murales del inmueble, obra que hoy está a cargo del restaurador y artista plástico José Elpidio Zavalza Carrillo, quien estudió cinco años en la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Guadalajara y comenzó a pintar templos por tradición familiar, ya que su padre Hilario Zavalza Camarena, ya fallecido, se dedicó desde 1958 a la restauración de iglesias en el sureño municipio. Esta artesanía se llevó a cabo principalmente en el sur de Nayarit y el Estado de Jalisco, trabajando en el dorado, molduras y cúpulas, en compañía de su hermano Pablo, con quien posteriormente “yo me uní, dice José Elpidio, aprendiendo el oficio, para luego independizarme y trabajar en templos como el de San Francisco de Asís de Ahuacatlán y otras iglesias con trabajos menores”. Zavalza Carrillo también es artista plástico con 25 exposiciones individuales y colectivas, el restaurador también se dedica a la confección de carros alegóricos en su pueblo natal, y hasta ha sido llamado para colaborar en la construcción de decorados en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara o bien del 450 aniversario de esa misma ciudad, donde tuvo el gusto de colaborar con destacados artistas tapatíos. Ha participado en la decoración escenográfica de la obra de ópera “Don Giovanni”, de Mozart que se llevó a cabo en el teatro Degollado en 1991.
Zavalza Carrillo encontró muy deteriorados los dibujos, muros y techos del templo de la Asunción de Acaponeta, considerando que a lo largo de los años nadie puso el grito en el cielo para su rescate, por lo que halló paredes salitrosas, con grandes gritas, enormes manchas de humedad y filtraciones de agua por ranuras y juntas de muros y techos. Explica que el proyecto en el que labora tiene como objetivo dejar las figuras tal y como estaban, es decir, no añadir nada que no aparece ahí de manera original. Hace el comentario de que las figuras son rígidas, pues no tienen mucho movimiento en sus vestimentas o acciones que ejecutan. En su trabajo que realiza a lo largo de la semana pernoctando en Acaponeta, utiliza como ya se dijo, pinturas acrílicas comerciales preparando colores con la experiencia que ya tiene, misma que le ayuda a combinarlos para respetar el color original. Sin embargo, el daño ha sido tal que algunas figuras han desaparecido o sus rostros son imposibles de identificar, por lo que se saca un patrón de los rasgos, ya que hay similitudes entre unas figuras y otras.
La intención es también rescatar las grecas y murales de las cúpulas, la aplicación de laminillas de oro, en motivos decorativos como rosetas y elementos sobre el altar. Es esta una técnica antigua al oro bruñido (pulido) que ya hacían los viejos frailes del pasado y que consiste en tomar el oro con una pestaña de pelo de camello, parecido a un pincel ancho, mismo que se electriza al frotarlo en el propio cabello del artista, pues tomar el oro con la mano se pegaría a la misma por la humedad y la propia grasa de la dermis. Esta laminilla de oro increíblemente delgada se destina a la base del ornamento, el cual lleva un empastado muy elaborado aplicado con agua adicionada con una grenetina especial y se decanta al baño María. El metal áureo de esa laminilla tan frágil, que se pega un día, se bruñe o se pule al siguiente, por medio de una piedra ágata, que va tallando y tallando la delicada lámina dorada de aproximadamente 30 centímetros cuadrados y 100 veces más delgada que el papel bond, lo que la hace muy maleable. Explica el artista que las hiperdelgadas hojas se compran en la ciudad de México y que es material que a su vez viene de Europa, considera que es algo caro, pero el terminado final es en verdad muy bello y el Templo de la Asunción con más de 227 años de antigüedad, lo vale. El proceso es laborioso sobre todo el empastado donde se va a aplicar el oro.
José Elpidio, que al momento de la entrevista estaba trabajando en el coro donde montó unos andamios habla de la futura restauración de las bóvedas del templo que tienen un altura muy considerable, por lo que aparte de su labor artística especializada, tiene que hacer suertes malabares para llegar con sus materiales y pinceles hasta esas alturas que lo ponen materialmente en el cielo, tema principal de los murales.
Desgraciadamente voces de esas que todo critican y nada proponen, cuestionaron la capacidad y trabajo del restaurador, asunto que llegó hasta las mismas autoridades del INAH, que por espacio de 3 ó 4 meses pararon los trabajos que sufrieron significativo retraso. Tuvo que venir un perito del instituto para evaluar el desempeño de José Elpidio, que finalmente pasó la prueba con gran satisfacción por parte de la autoridad de esa dependencia dando de nueva cuenta el banderazo de continuación de restauración.
Respecto a la duración del proyecto de restauración de murales que comenzó a mediados del 2008, el artista considera que aún faltan otros dos años para concluir, eso considerando que no habrá más paros de labores por parte del INAH o incluso de su salud, que ha sufrido varios descalabros en los últimos meses. Por ello pide la comprensión de la ciudadanía y fieles a los que asegura que el tiempo de espera valdrá la pena y de hecho, ellos mismos pueden ver desde abajo los cambios que ya se notan en el coro.
El decorador termina la interesante plática diciendo con seguridad: “Estoy dando lo mejor de mí, y estoy muy agradecido con la gente de Acaponeta, que es muy hospitalaria y muy hermosa”.
Sin embargo, al término de los trabajos en un plazo de dos o tres años, vendrá después una labor igualmente pesada: el cuidado y mantenimiento de estos murales que pronto se cubren de polvo, humedad y salitre, pues el artista, allá en las alturas ha detectado gritas y puntos donde el agua de lluvia se cuela fácilmente a pesar de los trabajos que ahí se han realizado para evitar la humedad y el paso del agua pluvial.
Mientras tanto, cualquiera puede acudir al templo y ver los avances y notables logros en lo que respecta al rescate de los murales del Templo de Nuestra Señora de la Asunción.
Muchas veces a las cosas no les damos su verdadero valor y dimensión. En las bóvedas del Templo de Nuestra Señora de la Asunción, así como en sus muros existen muchos personajes de la religión cristiana, grecas y un sinnúmero de elementos que vienen a ser parte de la ornamentación del edificio construido en 1781. Como están en las alturas, muchas veces no las apreciamos o como siempre han estado ahí frente a nuestros ojos, no les damos importancia. Las pinturas plasmadas al temple estuvieron a punto de desaparecer, primero por la mano del hombre: el Sr. Cura Monseñor José de Jesús Valencia, en una de las muchas remodelaciones que ha sufrido el inmueble estuvo a punto de cubrirlas con una capa de pintura por considerarlas de poco valor artístico, ya que consideraba que eran simples figuras decorativas; opinión que hoy en día subsiste en muchos ciudadanos e incluso gente del INAH. Afortunadamente se salvaron estas obras. El temple es pintura en seco, cuando mucho aglutinadas con cola, también se le conoce como fresco seco. Después vino la inexorable acción del tiempo, el clima y las condiciones generales de la iglesia, ya que la humedad poco a poco fue ejerciendo su acción desastrosa sobre las muchas imágenes. La humedad que durante siglos se ha ido filtrando por la grave porosidad de la piedra que conforman los muros de este santuario en el exterior, hoy cubiertas con enjarre, hicieron que incluso muchas figuras desaparecieran casi por completo, así como las grecas y las decoraciones en color dorado.
Con la nueva remodelación que se hizo del templo gracias a las gestiones del Sr. Cura José de Jesús Enríquez Flores, en tiempos recientes, quien con el apoyo del pueblo y la asesoría del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), se logró incluir en el proyecto integral la restauración de los murales del inmueble, obra que hoy está a cargo del restaurador y artista plástico José Elpidio Zavalza Carrillo, quien estudió cinco años en la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Guadalajara y comenzó a pintar templos por tradición familiar, ya que su padre Hilario Zavalza Camarena, ya fallecido, se dedicó desde 1958 a la restauración de iglesias en el sureño municipio. Esta artesanía se llevó a cabo principalmente en el sur de Nayarit y el Estado de Jalisco, trabajando en el dorado, molduras y cúpulas, en compañía de su hermano Pablo, con quien posteriormente “yo me uní, dice José Elpidio, aprendiendo el oficio, para luego independizarme y trabajar en templos como el de San Francisco de Asís de Ahuacatlán y otras iglesias con trabajos menores”. Zavalza Carrillo también es artista plástico con 25 exposiciones individuales y colectivas, el restaurador también se dedica a la confección de carros alegóricos en su pueblo natal, y hasta ha sido llamado para colaborar en la construcción de decorados en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara o bien del 450 aniversario de esa misma ciudad, donde tuvo el gusto de colaborar con destacados artistas tapatíos. Ha participado en la decoración escenográfica de la obra de ópera “Don Giovanni”, de Mozart que se llevó a cabo en el teatro Degollado en 1991.
Zavalza Carrillo encontró muy deteriorados los dibujos, muros y techos del templo de la Asunción de Acaponeta, considerando que a lo largo de los años nadie puso el grito en el cielo para su rescate, por lo que halló paredes salitrosas, con grandes gritas, enormes manchas de humedad y filtraciones de agua por ranuras y juntas de muros y techos. Explica que el proyecto en el que labora tiene como objetivo dejar las figuras tal y como estaban, es decir, no añadir nada que no aparece ahí de manera original. Hace el comentario de que las figuras son rígidas, pues no tienen mucho movimiento en sus vestimentas o acciones que ejecutan. En su trabajo que realiza a lo largo de la semana pernoctando en Acaponeta, utiliza como ya se dijo, pinturas acrílicas comerciales preparando colores con la experiencia que ya tiene, misma que le ayuda a combinarlos para respetar el color original. Sin embargo, el daño ha sido tal que algunas figuras han desaparecido o sus rostros son imposibles de identificar, por lo que se saca un patrón de los rasgos, ya que hay similitudes entre unas figuras y otras.
La intención es también rescatar las grecas y murales de las cúpulas, la aplicación de laminillas de oro, en motivos decorativos como rosetas y elementos sobre el altar. Es esta una técnica antigua al oro bruñido (pulido) que ya hacían los viejos frailes del pasado y que consiste en tomar el oro con una pestaña de pelo de camello, parecido a un pincel ancho, mismo que se electriza al frotarlo en el propio cabello del artista, pues tomar el oro con la mano se pegaría a la misma por la humedad y la propia grasa de la dermis. Esta laminilla de oro increíblemente delgada se destina a la base del ornamento, el cual lleva un empastado muy elaborado aplicado con agua adicionada con una grenetina especial y se decanta al baño María. El metal áureo de esa laminilla tan frágil, que se pega un día, se bruñe o se pule al siguiente, por medio de una piedra ágata, que va tallando y tallando la delicada lámina dorada de aproximadamente 30 centímetros cuadrados y 100 veces más delgada que el papel bond, lo que la hace muy maleable. Explica el artista que las hiperdelgadas hojas se compran en la ciudad de México y que es material que a su vez viene de Europa, considera que es algo caro, pero el terminado final es en verdad muy bello y el Templo de la Asunción con más de 227 años de antigüedad, lo vale. El proceso es laborioso sobre todo el empastado donde se va a aplicar el oro.
José Elpidio, que al momento de la entrevista estaba trabajando en el coro donde montó unos andamios habla de la futura restauración de las bóvedas del templo que tienen un altura muy considerable, por lo que aparte de su labor artística especializada, tiene que hacer suertes malabares para llegar con sus materiales y pinceles hasta esas alturas que lo ponen materialmente en el cielo, tema principal de los murales.
Desgraciadamente voces de esas que todo critican y nada proponen, cuestionaron la capacidad y trabajo del restaurador, asunto que llegó hasta las mismas autoridades del INAH, que por espacio de 3 ó 4 meses pararon los trabajos que sufrieron significativo retraso. Tuvo que venir un perito del instituto para evaluar el desempeño de José Elpidio, que finalmente pasó la prueba con gran satisfacción por parte de la autoridad de esa dependencia dando de nueva cuenta el banderazo de continuación de restauración.
Respecto a la duración del proyecto de restauración de murales que comenzó a mediados del 2008, el artista considera que aún faltan otros dos años para concluir, eso considerando que no habrá más paros de labores por parte del INAH o incluso de su salud, que ha sufrido varios descalabros en los últimos meses. Por ello pide la comprensión de la ciudadanía y fieles a los que asegura que el tiempo de espera valdrá la pena y de hecho, ellos mismos pueden ver desde abajo los cambios que ya se notan en el coro.
El decorador termina la interesante plática diciendo con seguridad: “Estoy dando lo mejor de mí, y estoy muy agradecido con la gente de Acaponeta, que es muy hospitalaria y muy hermosa”.
Sin embargo, al término de los trabajos en un plazo de dos o tres años, vendrá después una labor igualmente pesada: el cuidado y mantenimiento de estos murales que pronto se cubren de polvo, humedad y salitre, pues el artista, allá en las alturas ha detectado gritas y puntos donde el agua de lluvia se cuela fácilmente a pesar de los trabajos que ahí se han realizado para evitar la humedad y el paso del agua pluvial.
Mientras tanto, cualquiera puede acudir al templo y ver los avances y notables logros en lo que respecta al rescate de los murales del Templo de Nuestra Señora de la Asunción.
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