Por: José Ricardo Morales Sánchez Hidalgo
Existen lugares muy cercanos a nuestra ciudad, aquí mismo en Nayarit o sur de Sinaloa y que pocas veces visitamos, pero que resultan de fácil acceso y, lo más importante, más barato que ir a los grandes centros vacacionales, donde los precios de hospedaje y alimentación se elevan considerablemente por ser zonas turísticas internacionales como son los casos de Mazatlán y la ahora llamada “Riviera Nayarit”. Uno de esos lugares cercanos a nosotros es la comunidad costera de Teacapán en el vecino estado de Sinaloa, que dentro de poco se convertirá precisamente en un emporio de la llamada industria sin chimeneas: el turismo.
Hace algunos años, en compañía de la familia Sáizar y varios integrantes del Club de Leones, siendo su presidente el estimado amigo Dr. Roberto Delgadillo, visitamos a manera de excursión un agradabilísimo y apacible lugar llamado “Rancho Los Ángeles” a unos kilómetros de Escuinapa, sobre la carretera que lleva a la población de Teacapán. Ya de regreso, alguien sugirió una visita a ese lugar costero, pero por alguna causa no se hizo, quedándome siempre la duda de cómo era ese sitio y las ganas de algún día visitarlo. Cosa que cuatro o cinco años más tarde pude hacer y con la buena fortuna de que no me arrepiento.
Lo primero que hice fue encontrar alguna referencia de Teacapán en internet, dándome de buenas a primeras con la página promocional de un hotelito llamado “Villas María Fernanda” donde hablé telefónicamente para cierta información y acabé reservando una pequeña villa adecuada para la familia. Después navegando aún por la red, me enteré que la comunidad está ubicada a 40 kilómetros de Escuinapa hacia al mar. Sin embargo me llamó la atención ver en el mapa de “Wikimapia” (página en internet, la cual recomiendo mucho) que en línea recta Teacapán queda más cercana a Acaponeta que a Escuinapa. De hecho, en este mismo mapa de imágenes desde el satélite, se alcanza a ver que nuestra ciudad está paralela o en la misma línea recta hacia el poniente que Teacapán, que quiere decir “lugar de valientes”.
Ya instalados en la Villa María Fernanda, simpático hotelito de precios muy módicos, salimos a explorar el pueblo y nos damos cuenta que como tal no tiene mucha gracia, es sencillamente un pueblo más de la costera del Pacífico que abarca el norte de Nayarit y sur de Sinaloa, muy parecido a los nuestros con sus calles en mal estado, una plaza pública minúscula, con su kiosco pequeñito y su iglesita, esa sí, muy blanca, cuidada y limpia dedicada al Sagrado Corazón de Jesús. Incluso tiene un malecón, por lo que se ve de reciente factura, que por lo nuevo, pavimentado e iluminado choca con la arquitectura típica del entorno; ubicada a las orillas del gran estero en el cual reboza la vida silvestre en tierra, marismas y océano. En un extremo del amplio malecón de cuatro carriles con camellón en medio hay una cruz a la cual se encomiendan los pescadores cuando salen a la labor, motor comercial y financiero del pueblito. Desde esta cruz se pueden apreciar, además de bellos atardeceres y puestas del sol, la orilla opuesta de la isla del Novillero, esa misma que solemos visitar a lo largo de todo el año, pero del otro lado, del sector interno.
Al día siguiente de este paseo inicial, contactamos al conocido Sr. Víctor Manuel Méndez, quien hace paseos por el estero en sus amplias pangas o canoas, bordeando las riberas tanto del lado continental donde se ubica Teacapán, como la costa de enfrente que es la isla de El Novillero, ya en Nayarit, solo que del lado oriente de cómo la conocemos, donde existen grandes acumulaciones de conchas de ostión, callo de hacha y almeja, llamadas “concheros”, que según nos relatan fueron colocados o construidos ahí en lo que parece infinitas capas de arena y conchas por antiguos pobladores que habitaron estas tierras nayaritas y sinaloenses, según el panguero hace unos mil años, según otros historiadores hasta cuatro milenios. Lo que sí nos causa sorpresa en la cantidad de mariscos que comieron estos individuos al parecer totorames. Acordamos con Víctor un paseo por el estero, que se ubica según los textos geográficos en las llamadas “Marismas Nacionales” donde se localizan poblaciones como El Valle de la Urraca, San Cayetano, El Aguaje, etc., y que son esos amplios espejos de agua que se observan viajando a Mazatlán a la altura de la “Muralla”. El paseíto, ese sí, hay que confesarlo, salió a mi modo de ver las cosas, bastante carito, pero luego ya que pagué, no me arrepentí y puedo decir que valió la pena, pues estuvimos en amplio contacto con la naturaleza y los niños pudieron ver y casi tocar, delfines, manglares de cuatro especies diferentes (afortunadamente hoy muy cuidadas por la Semarnat y los mismos pescadores y lugareños que han comprendido que la gran diversidad de especies animales y vegetales que ahí conviven se deben al mangle y al perderse este, todos perderán, por supuesto ellos también ya que se terminaría la pesca), garzas de todo tipo: blancas, azules –estas bellísimas, que son las que más me gustaron--, rosadas, con pico largo o en forma de espátula; aves de todas las variedades que moran en un islote del lugar llamado precisamente “Isla de los Pájaros”, predominando los aires una gran ave que se ve mucho en el Novillero y que llaman “fragata” con su cola en forma de tijera y, no podían faltar los simpáticos pelícanos, cientos de ellos, rondando las barcas y pangas de los pescadores tratando de ganarse un bocado.
Me sorprende saber que si seguimos a lo largo de este canal pasaremos debajo del puente que nos comunica con el Novillero y que estamos precisamente entre los canales de Cuautla y la Puntilla, uno en el extremo sur y el otro en el norte respectivamente.
Los niños por momentos se vuelven locos y uno también, cuando a un lado de una mancha de peces, aparecen seis o siete hermosos delfines que en momentos pasan como jugando por debajo de la panga a gran velocidad siendo casi imposible capturarlos en fotografía. En el trayecto se encuentra la frágil barcaza con un sinnúmero de pescadores, muchos de Teacapán y otros más de San Cayetano, quienes se hallan jalando sus redes y sacando una buena cosecha de mojarras, lisas, tilapias, entre otros. No faltan las pangas que entran por la bocana con sus canoas repletas de callos de hacha, ya que Teacapán se encuentra en el extremo del famoso banco del molusco que ha causado furor en esta región del Pacífico noroccidental, aunque nos dice Víctor que está baja la captura debido al mal tiempo y es que, con un poco de mala suerte nos toca un clima bastante frío, con un viento cortante cual filoso cuchillo, que hace imposible que la gente disfrute de las albercas y jacuzzis de las villas del hotel. Los que la pasan de maravilla son los muchos gringos y canadienses que se ven en la zona de playas a unos dos o tres kilómetros del pueblo de Teacapán en playas conocidas con los nombres de Las Lupitas, La Tambora y otras, donde llegan los extranjeros en sus trailers a instalarse en aparcaderos especiales donde disfrutan de la naturaleza mexicana, incluso de nota un crecimiento en el área de los bienes raíces de la zona con gran construcción de fraccionamientos muy bonitos, habitados principalmente por jubilados de la Unión Americana y Canadá, para los cuales no hay bardas y muros de la ignominia, llegando como chinos libres al paraíso sinaloense-nayarita.
Otro de los atractivos del lugar es la cocina típica a base de mariscos ya que abunda el camarón y a las orillas del estero puede uno conocer las muchas veces mencionadas “larvas” del crustáceo, prácticamente al alcance de la mano; hay mucho pulpo, almejas de gran tamaño, que si bien las traen de Guaymas –“Hawaimas”, dice un lugareño--, no dejan de ser un placer para el paladar más exigente.
Llama la atención la gran cantidad de tiendas de abarrotes que hay en la localidad a uno y otro lado de la avenida principal y, no podían faltar, innumerables cantinas, como en cualquier pueblo del México costeño. En fin, cerca de Acaponeta, a un brinco de Mazatlán, Teacapán es un lugar apacible que la vale la pena conocer.
Existen lugares muy cercanos a nuestra ciudad, aquí mismo en Nayarit o sur de Sinaloa y que pocas veces visitamos, pero que resultan de fácil acceso y, lo más importante, más barato que ir a los grandes centros vacacionales, donde los precios de hospedaje y alimentación se elevan considerablemente por ser zonas turísticas internacionales como son los casos de Mazatlán y la ahora llamada “Riviera Nayarit”. Uno de esos lugares cercanos a nosotros es la comunidad costera de Teacapán en el vecino estado de Sinaloa, que dentro de poco se convertirá precisamente en un emporio de la llamada industria sin chimeneas: el turismo.
Hace algunos años, en compañía de la familia Sáizar y varios integrantes del Club de Leones, siendo su presidente el estimado amigo Dr. Roberto Delgadillo, visitamos a manera de excursión un agradabilísimo y apacible lugar llamado “Rancho Los Ángeles” a unos kilómetros de Escuinapa, sobre la carretera que lleva a la población de Teacapán. Ya de regreso, alguien sugirió una visita a ese lugar costero, pero por alguna causa no se hizo, quedándome siempre la duda de cómo era ese sitio y las ganas de algún día visitarlo. Cosa que cuatro o cinco años más tarde pude hacer y con la buena fortuna de que no me arrepiento.
Lo primero que hice fue encontrar alguna referencia de Teacapán en internet, dándome de buenas a primeras con la página promocional de un hotelito llamado “Villas María Fernanda” donde hablé telefónicamente para cierta información y acabé reservando una pequeña villa adecuada para la familia. Después navegando aún por la red, me enteré que la comunidad está ubicada a 40 kilómetros de Escuinapa hacia al mar. Sin embargo me llamó la atención ver en el mapa de “Wikimapia” (página en internet, la cual recomiendo mucho) que en línea recta Teacapán queda más cercana a Acaponeta que a Escuinapa. De hecho, en este mismo mapa de imágenes desde el satélite, se alcanza a ver que nuestra ciudad está paralela o en la misma línea recta hacia el poniente que Teacapán, que quiere decir “lugar de valientes”.
Ya instalados en la Villa María Fernanda, simpático hotelito de precios muy módicos, salimos a explorar el pueblo y nos damos cuenta que como tal no tiene mucha gracia, es sencillamente un pueblo más de la costera del Pacífico que abarca el norte de Nayarit y sur de Sinaloa, muy parecido a los nuestros con sus calles en mal estado, una plaza pública minúscula, con su kiosco pequeñito y su iglesita, esa sí, muy blanca, cuidada y limpia dedicada al Sagrado Corazón de Jesús. Incluso tiene un malecón, por lo que se ve de reciente factura, que por lo nuevo, pavimentado e iluminado choca con la arquitectura típica del entorno; ubicada a las orillas del gran estero en el cual reboza la vida silvestre en tierra, marismas y océano. En un extremo del amplio malecón de cuatro carriles con camellón en medio hay una cruz a la cual se encomiendan los pescadores cuando salen a la labor, motor comercial y financiero del pueblito. Desde esta cruz se pueden apreciar, además de bellos atardeceres y puestas del sol, la orilla opuesta de la isla del Novillero, esa misma que solemos visitar a lo largo de todo el año, pero del otro lado, del sector interno.
Al día siguiente de este paseo inicial, contactamos al conocido Sr. Víctor Manuel Méndez, quien hace paseos por el estero en sus amplias pangas o canoas, bordeando las riberas tanto del lado continental donde se ubica Teacapán, como la costa de enfrente que es la isla de El Novillero, ya en Nayarit, solo que del lado oriente de cómo la conocemos, donde existen grandes acumulaciones de conchas de ostión, callo de hacha y almeja, llamadas “concheros”, que según nos relatan fueron colocados o construidos ahí en lo que parece infinitas capas de arena y conchas por antiguos pobladores que habitaron estas tierras nayaritas y sinaloenses, según el panguero hace unos mil años, según otros historiadores hasta cuatro milenios. Lo que sí nos causa sorpresa en la cantidad de mariscos que comieron estos individuos al parecer totorames. Acordamos con Víctor un paseo por el estero, que se ubica según los textos geográficos en las llamadas “Marismas Nacionales” donde se localizan poblaciones como El Valle de la Urraca, San Cayetano, El Aguaje, etc., y que son esos amplios espejos de agua que se observan viajando a Mazatlán a la altura de la “Muralla”. El paseíto, ese sí, hay que confesarlo, salió a mi modo de ver las cosas, bastante carito, pero luego ya que pagué, no me arrepentí y puedo decir que valió la pena, pues estuvimos en amplio contacto con la naturaleza y los niños pudieron ver y casi tocar, delfines, manglares de cuatro especies diferentes (afortunadamente hoy muy cuidadas por la Semarnat y los mismos pescadores y lugareños que han comprendido que la gran diversidad de especies animales y vegetales que ahí conviven se deben al mangle y al perderse este, todos perderán, por supuesto ellos también ya que se terminaría la pesca), garzas de todo tipo: blancas, azules –estas bellísimas, que son las que más me gustaron--, rosadas, con pico largo o en forma de espátula; aves de todas las variedades que moran en un islote del lugar llamado precisamente “Isla de los Pájaros”, predominando los aires una gran ave que se ve mucho en el Novillero y que llaman “fragata” con su cola en forma de tijera y, no podían faltar los simpáticos pelícanos, cientos de ellos, rondando las barcas y pangas de los pescadores tratando de ganarse un bocado.
Me sorprende saber que si seguimos a lo largo de este canal pasaremos debajo del puente que nos comunica con el Novillero y que estamos precisamente entre los canales de Cuautla y la Puntilla, uno en el extremo sur y el otro en el norte respectivamente.
Los niños por momentos se vuelven locos y uno también, cuando a un lado de una mancha de peces, aparecen seis o siete hermosos delfines que en momentos pasan como jugando por debajo de la panga a gran velocidad siendo casi imposible capturarlos en fotografía. En el trayecto se encuentra la frágil barcaza con un sinnúmero de pescadores, muchos de Teacapán y otros más de San Cayetano, quienes se hallan jalando sus redes y sacando una buena cosecha de mojarras, lisas, tilapias, entre otros. No faltan las pangas que entran por la bocana con sus canoas repletas de callos de hacha, ya que Teacapán se encuentra en el extremo del famoso banco del molusco que ha causado furor en esta región del Pacífico noroccidental, aunque nos dice Víctor que está baja la captura debido al mal tiempo y es que, con un poco de mala suerte nos toca un clima bastante frío, con un viento cortante cual filoso cuchillo, que hace imposible que la gente disfrute de las albercas y jacuzzis de las villas del hotel. Los que la pasan de maravilla son los muchos gringos y canadienses que se ven en la zona de playas a unos dos o tres kilómetros del pueblo de Teacapán en playas conocidas con los nombres de Las Lupitas, La Tambora y otras, donde llegan los extranjeros en sus trailers a instalarse en aparcaderos especiales donde disfrutan de la naturaleza mexicana, incluso de nota un crecimiento en el área de los bienes raíces de la zona con gran construcción de fraccionamientos muy bonitos, habitados principalmente por jubilados de la Unión Americana y Canadá, para los cuales no hay bardas y muros de la ignominia, llegando como chinos libres al paraíso sinaloense-nayarita.
Otro de los atractivos del lugar es la cocina típica a base de mariscos ya que abunda el camarón y a las orillas del estero puede uno conocer las muchas veces mencionadas “larvas” del crustáceo, prácticamente al alcance de la mano; hay mucho pulpo, almejas de gran tamaño, que si bien las traen de Guaymas –“Hawaimas”, dice un lugareño--, no dejan de ser un placer para el paladar más exigente.
Llama la atención la gran cantidad de tiendas de abarrotes que hay en la localidad a uno y otro lado de la avenida principal y, no podían faltar, innumerables cantinas, como en cualquier pueblo del México costeño. En fin, cerca de Acaponeta, a un brinco de Mazatlán, Teacapán es un lugar apacible que la vale la pena conocer.
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