13 abril 2009

ACAPONETA Y EL PÁSCOLA CENOBIO


Por: José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo

Hace ya muchos años, recuerdo haber leído un excelente libro autoría del jaliciense Francisco Rojas González, el texto era "El Diosero", se trata de una compilación de cuentos, todos ellos muy buenos sobre la vida y organización social de las comunidades indígenas. Entre ellos hay una narración que se llama "La triste historia del Páscola Cenobio" (como breviario cultural podemos decir que páscola no se refiere sólo a una danza, sino también a un conjunto de artes que incluye la música, la oratoria, la narrativa oral, la comedia y el trabajo de textiles y maderas. Todas estas disciplinas se condensan en el personaje del páscola, quien funge como danzante, anfitrión, orador y payaso ritual). Esta historia de Rojas González, regresa a mi mente luego de ver --con horror--lo que sucede en Acaponeta.
A grandes rasgos el cuento trata de un indio yaqui, Cenobio Tánori, estupendo danzante y fiel intérprete de los tradicionales bailables de los indios de la región de Sonora. Cenobio era la admiración, tanto de hombres como de mujeres, principalmente de estas últimas que veían en él a un magnífico ejemplar del macho yaqui. Cenobio era ágil, fuerte, musculoso y adicionaba su particular "sal y pimienta" a sus interpretaciones, nada le faltaba, por ello era la admiración de propios y extraños. Sin embargo, las danzas no le dejaban recursos económicos que le permitieran una vida relajada o quizá, simplemente cómoda. Cuando Cenobio se enamoró de una bella india, yaqui también, cayó en la cuenta de que no tendría dinero para pagar una boda digna y menos para mantener a la dama y darle lo que se merecía, ya que esta era hija de uno de los más prominentes habitantes de aquella comunidad yaqui. Cenobio, viendo la realidad, dejó la danza y trabajó primero en el campo, pero los dineros no llegaban como él deseaba, así que se unió como guía en una expedición de mineros blancos que buscaban plata por la región, cosa que no les gustó a los demás yaquis, pues era mal visto por ellos servir al hombre blanco, cosa que no amilanó a Cenobio que a pesar de ello, se fue con los gambusinos a ganar dinero, ya que la paga era buena. Cuando regresó el páscola cargado de billetes, fue mal recibido por sus paisanos y un yaqui borracho lo increpó y le endilgó el máximo insulto que entre ellos puede darse: "torocoyori", traidor, vil y vendido al blanco. Eso no lo aguantó Cenobio Tánori y mató de una cuchillada a Miguel Tojíncola, como se llamaba su denostador.
Total que la ley yaqui exigía para Cenobio por su crimen, ser pasado por las armas de la milicia o bien, cosa improbable, ser perdonado por los mismos familiares del que mató, es decir, la mujer de Miguel Tojíncola y los nueve hijos que habían quedado desamparados. Cuando se realizó el juicio, todo el pueblo y visitantes de otras comunidades de la nación yaqui llegaron para ser testigos de la suerte de Cenobio cuya vida quedaba en manos de la viuda, mujer que describe Rojas González en su cuento de esta manera: "una mujerona cincuentona, enorme de cuerpo, huesuda de contornos, negra de color, con un perfil de águila vieja; sus ademanes bruscos y su actitud siempre punzante y valentona que no daba ninguna ilusión con respecto a una actitud de indulgencia".
Cuando todos esperaban que la mujer de nombre Marciala Morales (nada que ver con su servidor), mandara a Cenobio directamente al paredón, esta para sorpresa de todos, indicó que, conforme a la misma ley yaqui, el orgulloso danzante repararía su crimen yéndose a vivir con ella para que la mantuviera y cuidara, así como a sus nueve "pimpollos". Peor que la guillotina cayó el veredicto sobre el pobre Cenobio, quien seguramente hubiera preferido la muerte a pasar el resto de sus días con aquella fémina, él, el más admirado entre las damas yaquis.
Así se encuentra en estos momentos Acaponeta, igual que el páscola Cenobio Tánori. Nuestro municipio era un remanzo de paz, una isla de tranquilidad a donde llegan huyendo del caos metropolitano de las grandes urbes, no solo los que emigraron del terruño, sino los que han oído de este pueblito perdido en la costa noroccidental del Pacífico. Y es que todo tiene Acaponeta: bellísimos paisajes, sierra, costa marismeña, llanura fértil y, lo mejor, el recurso humano maravilloso de la gente que aquí ha nacido. Los no naturales de ciudad Gardenia, hemos echado raíces porque esta tierra es sensacional: noble, leal, pacífica, sencilla, sin complicaciones, apacible, relajante, digna de una pintura para admirar y meditar. Acaponeta era ese lugar donde sus pobladores podían salir de un baile a las 3 ó 4 de la mañana, o ver, de plano, el amanecer desde el mercado en espera de que abrieran las menuderas, siempre con la seguridad de que nada iba a empañar esos momentos de sana convivencia y armonía. Acaponeta, era la envidia de los citadinos que veían que nuestros hijos andaban como chinos libres en calles y plazas, sin que se tuviera que hablar de la violencia y la inseguridad; las preocupaciones de los padres, era la posibilidad de que los chicos "jalaran" con rumbo a las playas, se encaminaran al río a nadar, o se acercaran a la vía del ferrocarril y aún más preocupante, al puente. No se oía del crack, de la coca, del cristal, de las anfetaminas, del foco y otras porquerías que hoy no nos dejan dormir. Ver a un mariguano en esa tierra hoy utópica, era como ver a un extraterrestre, por lo raro; hoy salga a la esquina y ahí hallará a uno.
Con las cosas que hemos visto en los últimos días, nuestro Acaponeta, llamado y envidiado por muchos como la Atenas de Nayarit, sufre el castigo del páscola Tánori, nos ha tocado dormir con la más fea y de sopetón nos llegaron nueve hijos que no esperábamos:
1. Corrupción: el crecimiento del crimen organizado se debe a la facilidad con que los grandes capos o jefes de las diferentes mafias compran policías de cualquiera de las corporaciones que existen en el país. Los que nos cuidan, son los que protegen a los chicos malos, a los secuestradores, a los sicarios, a los maras, a los narcotenderos, etc.
2. Impunidad: esa corrupción nos lleva de lleno a la médula del mal. En México y en Acaponeta, no se castiga el crimen, ni las más mínimas violaciones al orden público. Sacar a un borrachito, o a un escandaloso del bote, es lo más sencillo del mundo, lo mismo que a un violador, a un matón, al que mocha dedos. De hecho, los presidentes municipales, los regidores y los funcionarios públicos, son los más eficaces defensores de los que caen en el caluroso ergástulo municipal. Tuvimos un diputado local, que reconoció abiertamente a los medios, que ellos, los legisladores, solo servían para sacar beodos de la cárcel.
3. Drogas: de todo tipo hay en la ciudad, las "tienditas" como ahora les llaman a esos oscuros lugares donde expenden estimulantes, crecen y progresan por los cuatro puntos cardinales de la ciudad. Todos los vemos, menos las autoridades que hacen como las avestruces, meten la cabeza a un hoyo para no ver el peligro, además para no matar a la gallina de los huevos de oro. Prefieren que sea el ciudadano el que denuncie --esa es siempre la justificación y excusa: "Ustedes no denuncian"--, es decir, pura carne de cañón quieren que seamos.
4. Balaceras callejeras: y no es que antes no las hubiera, sin justificar ningún acto de violencia, antes los incidentes a balazos en las calles eran románticos, de hombre a hombre, derechos, viéndose de frente; el honor por delante aunque me lleve patas de cabra; al día siguiente se volvían leyenda. Hoy es otra cosa, cobardía, desigualdad, alevosía y ventaja del asesino, maldad como símbolo principal; infundir el miedo como atributo del poder que tienen los malditos de hoy armados con rifles, pistolas, granadas y magnametralletas dignas de una película de ciencia ficción. En una palabra: TERRORISMO.
5. Impotencia: porque el ciudadano no sabe para dónde dirigir sus pasos, a quién pedir ayuda; a quién denunciar hechos criminales, sin que aparezca por ahí el cuerpo y la cabeza kilómetros más adelante. Criminal fue el caso de los dos chicos que buscando ayuda y refugio de sus agresores que los perseguían con saña, fueron a solicitar ayuda a los AFIS por la calle Corona y estos fingieron demencia, dejándolos a su suerte, que por cierto fue muy mala, pues ahí, a las puertas de sus instalaciones federales, recibieron brutal golpiza de la que apenas se reponen. Si esa es la autoridad que nos cuida, protege y sirve --si esos son los amigos-- ¿para qué queremos enemigos?
6. Policías enmascarados: como plaga bíblica cayeron a nuestros otrora tranquilos municipios, policías federales enmascarados, que más que hacer sentir al ciudadano que hay seguridad y orden con su presencia, nos hacen sentir mal, nos llenan de temor y de preguntas. Con ellos llegó la guerra que libra el gobierno federal con el crimen organizado a las calles de paz. Máscaras vemos, intenciones no sabemos, pues ya hemos conocido casos de cómo han llegado a las puertas de gente honorable a molestarlos, con el pretexto de denuncias anónimas "que ahí los mandaron" dicen con los riflotes cargados al hombro. Mientras los verdaderos malosos, se ríen y se burlan del sistema judicial mexicano.
7. Personajes tenebrosos: ante la verdad y la falta de información; ante la desconfianza ciudadana que ya no cree en nada de los que le dice el gobierno; ante el miedo y el poco respeto que se le tiene a la policía, los rumores en la calle, en el banquetón del marcado, en los pasillos de la presidencia, en las cantinas, cafés y centros botaneros, en las esquinas, con los taxistas, en los centros de trabajo y donde haya dos acaponetenses, el rumor se ha ido a las nubes: se habla de narcos, se dan nombres, se señalan camionetas y mansiones que nacen de la noche a la mañana. Se especula de actividades ilícitas y de poderosas bandas delictivas, que las más de las veces, crecen y se reproducen por el miedo que existe, en la mente de los ciudadanos. Sin embargo, se ha visto gente rara, que no es de aquí y que nos dan desconfianza. Pongale el amable lector el nombre que quiera: X, Y ó Z. Ahí están presentes, en las sombras y hasta "levantones" andan haciendo, como el del malogrado licenciado Juan José Sánchez Mendoza, que en paz descanse.
8. Hijos muertos: esas acciones y balaceras han dejado trágico saldo: muertos y gente desamparada. Padres y madres sin hijos, viudas, hermanos sin su igual, camaradas sin apoyo, vacantes en los trabajos, brazos de ayuda en los hogares, hombros donde recargar la cabeza, manos que lleven por la banqueta a los nietos, enseñanzas a los niños, risas, llantos, errores y satisfacciones. Huecos que llenar en el corazón. Platos sin servir en la mesa, camas frías, cervezas sin beber, saludos que responder, mejillas que besar. Navidades que celebrar, recuerdos que traer al presente. Las ausencias de Jesús Rubén, el policía caído y de Juan José, el joven abogado masacrado, son mucho más que simples cuerpos inanimados, son muchísimo más que estadísticas en la Procuraduría General de la República, o la mesa del agente del ministerio público. Son nuestra gente, la familia, los cercanos, la que conforman eso que llamamos ACAPONETA, ni más ni menos.
9. Miedo: esto es lo peor de todo, sentimos un enervante, indigno, deshonroso, penoso, vergonzoso, apabullante, trágico e imponente miedo. Miedo de verle la cara al que viene caminando en la misma banqueta; miedo al que está escuchando nuestra plática junto a la mesa de la cenaduría a donde regularmente acudimos; miedo a salir a las fiestas, a la plaza, a la playa, a la esquina a comprar las tortillas, miedo a no regresar con los nuestros; miedo a que no regrese el hijo que salió; miedo a dar un bocinazo con el auto; de chocar en la esquina con un desconocido; a que toque a nuestra puerta la muerte en forma de R-15 o AK-47 y sin guadaña. El miedo paraliza, atonta, no deja pensar, nos afecta la salud, no nos deja dormir, se mete hasta la regadera del baño, cala los huesos y a todos nos hace ver impotentes.
Pobre páscola Cenobio, pobre Acaponeta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Donde está el Ejército Mexicano?, tenemos un batallon en el pueblo y no hacen nada, los narcos todos sabemos quienes son, porque no los detienen?