26 abril 2009

EL AMOR EN LOS TIEMPOS DE LA INFLUENZA


Por: José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo


La llegada vertiginosa del virus de la influenza porcina a la capital de la República, nos hace meditar sobre la velocidad con que en estos tiempos se esparcen las cosas. Alguien tiene el virus en China, viaja a la Ciudad de México en un moderno avión, llega a un hotel repleto de turistas y empresarios, saluda al botones, al recepcionista, a la camarera, al mesero y ya hay un problema grave. De la misma manera, alguno de ellos sale de la ciudad de los Palacios y ya lo estamos viendo, llega a Monterrey, a España, a Estados Unidos, a Francia o hasta regresa a China propagando el mal en cuestión de horas a nivel global. Contra eso no hay defensa alguna. Imagine el amable lector, si un contagiado sube al metro o se mete a un cine.
La enfermedad nos hace ver cosas que existen a nuestro alrededor, pero que por ser tan comunes, no las tomamos en cuenta. Primero esta alarma, no solo nacional sino mundial, ha provocado que la naturaleza del hombre estalle: los chismes y verdades a medias ya comenzaron a circular por la red y si no estamos predispuestos a considerar con seriedad lo que vemos u oímos, corremos el riesgo de vernos afectados: algunos andan ya diciendo que con tan solo ponerse un cubrebocas es más que sufiente para detener la amenaza. Craso error, esto es como el SIDA, entre más enterado estés por fuentes confiables, menos probabilidades tendrás del contagio o si, este se presenta salvar el pellejo. Otro punto que siempre sucede en casos de alerta nacional, es la desconfianza en las autoridades, nadie les cree ya nada. Siempre pensamos --y es que la burra no era arisca-- que nos ocultan información, que si los medios hablan de 10 muertos, hay que multiplicarlo por 10. Que el gobierno, en el nivel que sea, se maneja con negligencia y es que a veces, no los de arriba, sino los de abajo, se encargan de regar el tepache. Un ejemplo: me cuenta una señora que una de sus hijas, con los signos evidentes de un catarro común, decidió --y es que así lo quería su hija-- cubrirse con un tapabocas, por lo que decidió acudir a una farmacia para adquirir un par; pasó casualmente por la clínica del ISSSTE y pensó que ahí la iban a atender y proporcionar los cubrebocas. Un médico la atendió y prácticamente se burló de ella delante de enfermeras y pacientes, escupiéndole al rostro explicaciones no pedidas sobre la influenza. Con el sentimiento de haber sido tratada como idiota, la señora salió sin la protección mencionada, porque además no había. Más ética y amor a la profesión, señor doctor. Eso me lleva al título del artículo, parafraseando el nombre del inmortal libro de Gabriel García Márquez: "El amor en los tiempos del cólera", acá viendo lo que sucede, diríamos "El amor en los tiempos de la influenza" y es que ahora, prcaticamente está prohibido besar a otra persona y conste que no lo dijo el decimonónico alcalde panista de Guanuajuato, el dilecto Eduardo Romero Hicks, aquel que tuvo la puntada de prohibir so pena de fuerte multa, los besos en el tradicional "Callejón del Beso" en la colonial ciudad. Menos amor: dar la mano a alguien, hoy día te puede matar. Hasta el simbólico "dense fraternalmente la paz" de la misa, al menos por el momento pasó a la historia. Vamos, hasta el amor al cuerpo de Cristo, con la toma de la hostia se vio afectado, pues los sacerdotes lo dan en la mano del fiel y no directamente en la boca. Se le pierde el amor al fútbol, porque mire que un gol en las soledades de los estadios, no sabe a nada, es hueco, insulso e inicuo. Piérdale el amor a sus amigos y familiares, y si alguno de ellos tiene el virus, aléjese, indican las recomendaciones; aquellas imágenes románticas de una madre, llena de amor, arropando en su seno al hijo enfermo, no aplica en el siglo XXI; recuerdo una estampilla postal del paludismo, precisamente de una dama abrazando a su hijo y protegiéndolo de un gigantesco zancudo que se lo quiere chupar, lo dicho, solo imágenes románticas. El amor que le tenemos al prójimo --y sobre todo a las prójimas--, se ha perdido también; el instinto gregario del hombre, de andar siempre en bola, de ir como Vicente a donde está la gente, en los tiempos de la influenza, ya no es posible, ni se le ocurra acercarse a teatros, cines, parques de diversiones, discotecas, bares, restaurantes, estaciones de metro, estadios, conciertos, museos y todo aquello que atraiga a esas cosas hoy peligrosísimas que llamamos "gente". Las escuelas, de todos modos tan odiadas por los estudiantes --aquí dudo que haya amor--, permanecerán cerradas en el DF, Edomex y SLP. Por supuesto exagarados que son algunos, ya hablan de evitar comer la carne de puerco, porque dicen que la enfermedad proviene precisamente por comer tacos de cachete, lengua, buche, nana, oreja, cueritos y surtida, no le pierda el amor a un buen plato de tacuaches con nenepil, comer carne de puerco no lo infecta con el virus, este solo se da de persona a persona y por la vía aerea. Por cierto, los mala leche que nunca faltan, andan diciendo que los culpables de la epidemia son los políticos, por aquello de que el virus es porcino, incluso alegan que a ellos no les afecta y que por eso no suspenderán sesiones en la cámara de senadores. A la mexicanísima costumbre de escupir al piso o a donde vuele "el gallo", también le están llegando sus días finales, pues pronto, si esto sigue creciendo será penadísimo por la ley, tal como ocurrió en China, hace algún tiempo con la influenza aviar.
Por otro lado, los casos que se están dando en los lugares donde se tiene el brote, nos hablan de la costumbre tan mexicana de ver la vida. Puro alegría y amor, aquí algunas anécdotas: en el Youtube, ya hay una cumbia de la influenza. Una directora de escuela se niega a cerrar su escuela y le vale maracas la protesta de maestros y padres de familia. Un juez en el Estado de México ha ordenado liberar presos de una cárcel para evitar hacinamientos y la posibilidad de contagios --¿de a cuánto habrá sido el viru$?--. Algunos hablan de un complot de políticos por ser tiempo de elecciones. Las peliculas en los videocentros o blockbusters en México, casi se agotaron porque la gente se quedó en casa viendo películas. Estornudar, toser o sonarse en público, algo muy normal y natural, puede ser usado en su contra y lo convierte en sospechoso, casi o más que el Chapo Guzmán. En algunos hospitales, la gente que iba a donar sangre o a hacerse análisis clínicos, mejor canceló, pues temen acercarse a los nosocomios, adios el amor al semejante. Otros por el contrario abarrotaron los sanatorios creyendo tener el virus --se apanicaron dijo Fox--. Ciertos alarmistas andan inventando que lo que sucedió fue que los narcos soltaron una bomba de microbios, o de bacterias, o de virus y que por eso no quieren que salgamos de nuestras casas para aterrorizar al gobierno. Se detectó también un inusual movimiento de gente abandonando la ciudad de México, no para salir a pasear, sino más bien huyendo de la influenza. Dice una nota de un periódico lo siguiente: personas que llevaban las manos sudorosas y también la frente, iban por las calles rogando y suplicando a Dios, que fuera el calor del clima lo que se sentía en la piel y no la fiebre de la enfermedad. ¡Qué barbaridad! Siento que el virus de la ignorancia está haciendo más estragos que el maldito bicho porcino. No nos dejemos llevar y todo esto sería muy gracioso, si no fuera porque ya hay muchos muertitos. Cuídese amable lector, más que nunca allá afuera y si nos vemos en la calle, desde lejos nos agitamos las manos... Abur.

2 comentarios:

Blanca dijo...

A mi estimado Ricardo y sus lectores, ahora es cuando nos vamos a despedir con tanta gente, políticos y ex políicos, que siempre han padecido y nos han abusado por su INFLUENZIA , ahora es cuando, dijo NEY.
¿No era INFLUENZIA? ¿Luego cómo?

Anónimo dijo...

Infuelza o terrorismo de nacional?
Lo cierto es que mexico no es como era antes, no nos olvidemos de la oportuna aparicion del chupacabras cuando salinas de gortari hiso de las suyas, no caigamos en la ignorancia, no es posible que no aprendamos de nuestros errores. Yo, con mis 19 años no puedo ser mas conciente de estas cosas que ustedes quienes las vivieron, no es posible.