15 abril 2009

ELIGE BIEN A LA MUJER QUE HABRÁ DE SER TU ESPOSA

NUEVAMENTE LA PLUMA DEL PERIODISTA JUAN FREGOSO, SE UNE A LA PROPUESTA DE PUERTA NORTE, DE BRINDAR UN ESPACIO DE EXPRESIÓN A LOS ACAPONETENSES; AHORA EN UN GÉNERO QUE NO LE CONOCIAMOS: LA NARRATIVA. SEGÚN NOS DICE, BASADO EN UN CASO REAL. GRACIAS AMIGO.


Por: JUAN FREGOSO
Acaponeta, Nayarit/Abril 15.-El hombre estaba cabizbajo, complemente deshecho, sus ojos negros denotaban tristeza, más que enfado, aunque todos sus músculos se notaban tensos como una cuerda de violín a punto de romperse. No se necesitaba ser psicólogo para apreciar su estado de ánimo, estaba deprimido, destrozado, tal vez—en ese momento cruzaban por su mente ideas suicidas—, porque así debía ser la pena que lo atormentaba.
Lo encontré sentado debajo de un viejo árbol, casualmente. Su aspecto me llamó la atención y con pasos temerosos me fui acercando a él. No sé a ciencia por qué, quizá porque algo dentro de mí me decía que necesitaba de alguien que lo escuchara, que lo ayudara, no fuera a ser que cometiera una locura, pensé.
Así, con pasos vacilantes llegué ante él y con voz apagada me atreví a preguntarle; señor, puedo ayudarle en el algo. Disculpe que me entrometa en su vida pero me da la impresión de que le pasa algo, que algún problema lo carcome, quiero ayudarle sinceramente, le dije, temeroso de que me fuera a responder con una grosería o tal vez con golpes, pues finalmente quién era yo para invadir su vida privada, ese recinto sagrado que sólo a uno le pertenece. Afortunadamente el hombre no era agresivo, era más bien noble, pues de otra manera no me hubiese abierto su corazón.
El hombre fue levantando lentamente la cabeza. Me miró de frente y pude advertir que en sus ojos asomaba un líquido cristalino similar al agua; sí, eran lágrimas que se rehusaban a salir de sus órbitas, mejor dicho de su alma atribulada. Puede llorar si quiere, me atreví a decirle, también los hombres tenemos derecho a llorar, nos ayuda lavar el alma…y a descansar de nuestras penurias. ¡Vamos, no se detenga!, le animé. Pero no lo hizo.
Al contrario, el hombre me vio fijamente, como estudiándome centímetro a centímetro. De pronto soltó; no te conozco, nunca te había visto muchacho, pero creo que si estás aquí es porque Dios te mandó hacia mí. Y ya que quieres saber qué es lo que me pasa empezaré por decirte que si me has hallado en esta situación es porque estoy decepcionado de mi esposa. ¿Sabes? cuándo uno busca a su compañera, busca en ella principalmente amor, respeto, comprensión, confianza, solidaridad, abnegación, apoyo en todos los sentidos. Por eso es importante saber elegir con quien habremos de compartir nuestra vida. ¿No lo crees?, asentí, pues lo que decía el hombre era—y siempre será cierto—, no podía decir lo contrario, porque en efecto, todos buscamos una esposa cuando menos comprensiva. Cuánta razón tenía el hombre aquel, susurró la voz de mi conciencia.
Pues resulta, mi amigo, comenzó su doloroso relató, que soy muy desgraciado. Te preguntarás por qué, pues bien, voy a decírtelo. Sucede que mi compañera, esposa, o como quieras llamarle, me robó todos mis ahorros productos de mi trabajo, ahorros que logré reunir con mucho esfuerzo, con mucho sacrificio, y durante muchos años. Y lo que más me duele es que ese dinero lo tenía destinado para ella, para mis hijos, para lo que se pudiera ofrecer. Los tenía en la casa porque confiaba ciegamente en ella, pero ahora comprendo que ni siquiera en mi mujer puedo confiar; me robó sin darse cuenta que al hacerlo se robaba el poco patrimonio de nuestros hijos, ¿no te parece una infamia despojar a tus propios hijos de su patrimonio que con tanto sacrificio lograste reunir para el futuro de tu familia? Lo es, repuso, con un acento apagado. Y agregó; en un momento pensé en meterla a la cárcel, pero me detuve por mis hijos, también pensé en golpearla, pero me detuve por la misma razón, pues mis hijos no tienen la culpa de tener una madre ladrona, que los roba a ellos mismos. También pensé en separarme de ella, pero y mis hijos, cómo juzgarán a su padre…y si les digo que su madre me robó cómo la juzgarán también. Como ves mi situación no es nada fácil, me parece que estoy en una especie de laberinto del cual por más que le busco una salida no se la encuentro.
Te juro, prosiguió, que si hubiese sido otro el ratero no lo hubiera pensado dos veces en retacarlo al bote, pero la cosa cambia cuando el ladrón resulta ser tu propia esposa. Eso es lo que más me cala, lo que más me martiriza, lo que me tiene sumergido en un mar de confusión. No sé qué hacer, reconoció con un dejo de amargura, de veras que no sé que hacer, y estoy seguro que cuando me viste en este estado deprimente pensaste que podía suicidarme, ¿no es así? me increpó. Sí, tiene usted razón, le respondí. Pues debe ser frustrante que mi esposa me robe, se robe ella misma y hasta a mis propios hijos; en verdad tiene usted mucha razón cuando afirma que lo que le pasó es una verdadera infamia, es algo—que a mi juicio—no tiene perdón de Dios—, le expresé como queriendo reanimarlo, a sabiendas de que eso era imposible.
Ya lo ves, muchacho, exclamó, cuanta razón tengo al decirte que uno debe tener mucho cuidado a la hora de elegir a su esposa. Y a guisa de consejo, seguro de lo que decía, me lanzó esta advertencia; no porque veas una cara y un cuerpo bonitos te vayas con la finta, porque detrás de todo eso hay un rostro y unos sentimientos que no podemos ver, al menos hasta cuando nos sucede un caso como el que yo viví. Luego, incorporándose en señal de cansancio, y para que yo entendiera que el diálogo había terminado me dijo en tono paternal; que no te vaya a pasar lo mismo que a mí, búscate una mujer,—si no estás casado—no bella, no te fijes en su físico que al fin y al cabo éste se desvanece con el tiempo, mejor procura una mujer sencilla, con principios, que te respete en todo, que valore tu trabajo, que en vez de que te robe te ayude a salir adelante junto con tus hijos que son lo más valioso en la vida, no lo olvides. El hombre terminó de levantarse del grueso tronco donde estaba sentado y con pasos cansinos—aún siendo joven todavía—se fue perdiendo por las calles de la ciudad, sin rumbo fijo, pero antes alcanzó a balbucir…elige bien a quien habrá de ser tu esposa.

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