20 octubre 2009

HISTORIAS Y AVENTURAS DE UN MOJADO


EL DERECHO DEL MOJADO A SER FELIZ

Por Juan Gaspar

Trabajando en un restaurante de la cadena "The cheesecake factory" conocí a Julián, oriundo de Gómez Palacios, Durango, de 39 años de edad. Terminé de lavar una enorme pila de platos. Julián, delgado, de bigotillo ridículo, platicaba conmigo. Se notaba con aire ausente. Le pregunté si le pasaba algo. Entonces me reveló sus cuitas, fragmentos lacerantes de su vida. Dejó en México a su mujer e hijos y acá en Los Angeles se juntó con una señora salvadoreña. “Vivo feliz —dijo— ¿qué? ¿no tenemos derecho a eso? ¿o usted cómo la ve?”.
-No, pues está canijo -dije yo. Pensé en el peso de mis responsabilidades y a la vez en las cosas de que venimos huyendo. El mojado claro que también siente. Sufre como la mayoría la falta de atención o poca lealtad. Pero también es presa de muchas ideas contradictorias, su pensamiento se diversifica y fracciona.
-Yo ya estaba enfadado de la vieja, profe, siempre las mismas pendejadas... que mueve esto pa'ca, que lleva esto pa'lla, que los niños, tu mamá y no sé cuanto...Siguió diciendo Julián. Y yo permanecí pensativo, discerniendo el escabroso tema. En general los mojados venimos como se dice vulgarmente con unas ventosidades bien atoradas, no sólo por las deudas sino que cargamos pesado costal de odios, culpas, enredos sentimentales y enfados que queremos descargar a las primeras de cambio. Y cuando nos enfrentamos al dolor y a la vergüenza de dejar nuestra tierra, para venir a soportar todo tipo de ofensas y humillaciones, intentamos soltar ese arsenal de juicios insanos y acciones equivocadas tomando como pretexto la disfuncionalidad del matrimonio y las relaciones intrafamiliares, llegando a un espacio geofísicosocial donde nos encontramos con seres que también están carentes de lo mismo, de esa capacidad de amar, de la buena voluntad de ayudar a los nuestros sin esperar nada a cambio, algo que no es fácil de lograr. Mi compa Julián permanece sereno, él acepta su condición actual y, retador, insiste en preguntar, ¿o qué acaso no tenemos derecho, a ser felices? No presto atención a su insistente cuestionamiento, sigo pensando que hay algo que puede pesar más que el problema económico; el alto grado de inadaptabilidad y un vulnerable sentido de pertenencia que convierte al inmigrante, al ilegal, en un ariete de su propio destino.
-No, pues si vives bien, Julián, tú más que nadie puedes hablar de ti y defenderte, los demás tal vez no aplaudiríamos esas agallas que tuviste no sólo para separarte de tu esposa, sino para abandonar a tus hijos.
-Los hijos, los hijos crecen, maestro, sí, es cierto le sufren, pero pues que ya grandecitos hagan su vida, cada quien, ¿nooo? -Ese “cada quien, ¿nooo?” mostraba su inamovible y "estoica" postura de mandar a volar no sólo a la vieja sino a toda una familia, como quien dice, a tirar el agua puerca de la tina, pero con todo y niño.
En los últimos meses los consulados mexicanos y de otros países están haciendo su labor para tender todo tipo de puentes legales en favor de las familias de los inmigrantes. Miles de denuncias y demandas interpuestas por la vía de lo familiar llegan a estas dependencias, tanto de los EEUU como del extranjero. Se pretende crear una base sólida que evite el abandono y la desprotección a la familia. Julián ya tiene otro hogar, sus hijos están creciendo y no saben que sus medios hermanos quedaron abandonados por alguien que, por equis o mangas, se privó de ser padre, maestro y amigo de sus hijos en el otro lado del río Bravo. Una familia de gringos ha terminado de cenar. Julián se acerca a recoger el servicio. Ve de reojo aquellos rubicundos niños, la parejita, que felices retozan y conversan con sus igual de rubios padres, todos llenos de bienestar, rebosantes de dicha, y mientras retira los platos, les pregunta: “¿también el mojado tiene derecho a ser feliz, o no?” Los gringos se le quedan viendo con azoro. ¿What? “No, nada, patrón, nada.” Responde Julián y se aleja presuroso con la vajilla.

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