07 mayo 2010

COMENTARIO DE PEPE MORALES AL LIBRO DE NACHO PALOMINO


EL SIGUIENTE, AMABLES AMIGOS, ES EL COMENTARIO QUE SU SERVIDOR HIZO LA NOCHE DEL 30 DE ABRIL EN LA CIUDAD DE TECUALA, DURANTE LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO "ANECDOTARIO DE TECUALA" DEL PROF. IGNACIO PALOMINO GONZÁLEZ, MISMO QUE PUEDEN ADQUIRIR CON LOS MIEMBROS DEL CLUB ROTARIO DE LA "ORGULLOSA" CIUDAD.

Todos aquí saben a qué se refiere la palabra “picardía”, es ese componente de la mente que la da sabor a la vida y, siempre, provoca una sonrisa en el rostro de quien escucha al pícaro, es decir, a esa máquina que escupe picardías. Recuerdo la primera ocasión en que escuché esa palabreja, curiosamente en la canción “Negrito Sandía” del genial, Francisco Gabilondo Soler “Crí-Crí”, cuando le dice al morenito “ya no digas picardías… o ya verás”.
El Profesor Ignacio Palomino González, estoy seguro que fue de los primeros que la oyó, la hizo suya y hasta se diplomó de pícaro. No lo sé de cierto, pero lo supongo, como dijera Sabines, pero el amigo Ignacio estaba atento cuando salió la melodía infantil por las ondas hertzianas de la vieja XEW, “La Voz de la América Latina desde México”. Sin embargo, vean amigos que la etimología de “picardía”, no tiene que ver con pericos malditillos y verdes, ni Pepitos colorados, ni Palominos bribones y amarillentos, sino que se trata de una región del norte de Francia y el vocablo aparece allá en la Edad Media, para describir a los picadores –pero no esos que está pensando el profe Palomino--, sino a agricultores que no sabían la lengua flamenca y eran conocidos como los “picardos”. Hoy los diccionarios –“tumbaburros”, dirán los pícaros, nos dicen que “picardía” es la habilidad que se tiene para la malicia y malicia no es otra cosa que maldad, o mala intención, maledicencias o como dicen en la zona norte de Nayarit, “maldituras”.
En la Literatura Española fue muy importante lo que hoy se conoce como “novela picaresca”, que nace para parodiar las ideas retrógradas del renacimiento de una manera tal, que llegara al gusto de una población escasamente lectora y muy presionada por las autoridades aristócratas, feudales y rancias de su tiempo, y la opresión, siempre como grilletes de la iglesia; nacen así los libros de caballería, como el genial e Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, del gran Cervantes; o personajes históricos como el mítico rey Arturo y los caballeros de la tabla redonda, los doce pares de Carlomagno, Amadís de Gaula, los Palmerines, entre otros, que sufrían del llamado “Amor Cortés”, una especie de filosofía amorosa que se debate entre el masoquismo y la concepción de la nobleza y el honor, que un día duele y el otro también, igual que los matrimonios del siglo XXI, que nos hacen decir que “el amor es una cosa esplendorosa, hasta que te cae tu esposa”.
Las anécdotas son finalmente una especie de novela, brevísima que no llega a cuento, pero que tienen una somera introducción, un desarrollo, picaresco e irónico que busca molestar más que otra cosa, con un final, que puede ser feliz, si no habla de ti, o de plano como la garrapata en la oreja, si eres tú, amable amigo que nos acompaña, el actor principal de estos melodramas pequeñísimos en contenido, pero que como las leyendas, sobreviven al tiempo y pasan de padres a hijos, causando escozor como las güinas, sobre todo porque se basan en hechos reales.
Los personajes de la novela picaresca tienen sus características muy propias: son tipos generalmente marginados de la sociedad por su condición social, pues son entes de barriada, generalmente delincuentes, hijos de familias sin honra y vienen a ser los antihéroes de una época gris de la historia del hombre, como fue la Edad Media y los siglos anteriores a la Ilustración; todos ellos pecadores y con un pie en el infierno, por ello arrepentidos, chillones y suplicantes. Son individuos astutos, siempre listos a saltar sobre su presa y prestos a huir, para no salir maltrechos, lo mismo del robo de unas uvas, como en el Lazarillo de Tormes; que de un trance amoroso como las eróticas aventuras del Decamerón de Bocaccio en el “Locus amoenus”, traducido como “lugar placentero” donde se desarrollan. Muchas de estas particularidades se notan en los personajes de Palomino, por no decir víctimas.
Sin embargo, la gran diferencia entre novela y anécdota, es que aquella es finalmente ficticia, producto de la imaginación de genios y literatos destacados, mientras que las anécdotas, son simples incidentes biográficos, entretenidos y que mueven al interés de un público ávido de chismes y mitotes, contados por personas ingeniosas como mi amigo Nacho Palomino. Es decir, no son lo mismo, dirían los filósofos de rancho, “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”, no es lo mismo la cómoda de tu hermana, que acomódame a tu hermana, como nunca será igual, una estrella de cine tuberculosa, que ver tu “dese”, estrellado en la losa de un cine. ¿Verdad profe Palomino? Vamos, las anécdotas no son ni siquiera chistes frívolos y sin la sustancia que ofrece un hecho con bases reales, exagerado si se quiere, pero que finalmente sucedió de una u otra forma, solo que se transformaron al pasar de una boca a otra. De hecho, las anécdotas las construimos todos: la víctima que tiene un instante penoso o chusco, el testigo de ese derrapón de la vida y quien comienza la leyenda y los subsecuentes oidores que han de convertirse a su vez en voceros y cómplices de algo que, sin duda un eufemismo, convertimos en anécdota y que no es otra cosa, que ganas de molestar al vecino, al amigo, al enemigo con más frecuencia y finalmente al que se deje. La anécdota es un monumento a la paráfrasis. Creo que Palomino lo ha sido todo, víctima y si saben una anécdota de él, a la salida me la platican; testigo, vocero y ahora, con el pretexto de ser cronista, relator de las desgracias de otros.
Anécdota viene precisamente del griego con el mismo nombre, que significa "cosas inéditas", y esto es lo que nos trae esta noche hasta el hermano municipio de Tecuala, que el mitote, deja de estar inédito, para pasar al papel, por la desfachatez, pero buena voluntad de Ignacio Palomino que decidió, en un acto de valentía, poner con tinta, las aventurillas cotidianas de conocidos personajes populares como “El Cambuble”, “Chalillón”, “Ginión”, “El Cote”, “El Tacones”, “El Toro Viejo”, “El Rabadás”, “El Tragamocos”, “Tambillo”, “El Cascarita” y otros muchos más que integran una corte multicultural extraordinaria, que bien pudiera dar a pie a escribir un libro sobre, apodos, motes y remoquetes tecualenses y uno que otro gardenión, que se han ganado un reconocimiento especial, como estos mencionados y que figuran en las páginas del "Anecdotario de Tecuala". Y digo valentía, porque se debe ser muy hombre, para contar las penurias y regadas de tepache de otros y luego salir muy orondo a la calle, sin capuchas o lentes oscuros para ocultar la identidad. Algunos, igual de pícaros que él me dirán que no es valentía, sino una concha muy gruesa, pero no nos metamos en complicaciones, yo solo vengo a alabar el libro de un buen amigo.
“Cada día es una pequeña vida”, dijo alguna vez el gran Horacio y parafraseándolo, diré que las anécdotas son, breves historias de vida. Las cosas de repente salen de un modo, aún cuando nos empeñáramos hacerlas de otro y ¡zas! Algo sucede y nace la anécdota, que por desgracia, ya decíamos, tiene siempre un maldito testigo que nos arruina la vida; vista de cerca la anécdota es una tragedia que a los ojos de gente como Palomino González, se convierten en comedia y resulta que el pasado, nuestro pasado, sucio, gris o lustroso y magnífico, es finalmente el prólogo de un instante.
Queda pues, este libro como un aportación tecualense a la literatura popular, como en su momento fueron y son los corridos, las calaveras tan ácidas y críticas que anualmente llegan a perjudicar a los gobernantes, los boleros de doble sentido, la literatura folletinesca, que dio obras maestras al mundo como el “Periquillo Sarniento” de Lizardi.
Caray, hasta la mala leche y el doble sentido se escucha en la música cotidiana y de extracción populachera, lo mismo en la vieja Múcura, venezolana que hace parodia cambiando la palabra mujer por múcura, que es un recipiente de barro; que la actual y globalifílica Pamela Chu, que repetida muchas veces, se convierte en picardía pura y si nos descuidamos de la más baja vulgaridad y ramplonería. Vivimos otro mundo y, con el libro Anecdotario de Tecuala, nos transportamos por ratos, a un Tecuala y en general a un México que ya parece desaparecido e irrecuperable.
Por ello recomiendo a los amables asistentes adquieran esta compilación de hechos chuscos, amenos, verdaderos, mentirosos, pícaros, exagerados y lúdicos, porque además es para una buena causa, ya que me entero, que la venta del texto pasará a las arcas del entusiasta y ejemplar Club Rotario local, para convertirlo luego en beneficio social.
Enhorabuena y felicidades.


LIC. JOSÉ RICARDO MORALES Y SÁNCHEZ HIDALGO

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